Bodega Quimet, el templo de Gràcia que salvaron a los hermanos Montero
Este establecimiento es un lugar de peregrinación para muchos clientes habituales que se sienten como en casa
Hoy toca hablar de un templo y de los guardianes que lo mantienen en vida para que nosotros podamos disfrutarlo. No es una exageración decir que la Bodega Quimet, ubicada en la calle Vic, en el barrio de Gràcia de Barcelona, fue salvada por los hermanos Montero. Eugeni, el hijo de Quimet que da nombre al local, se jubilaba. Colgó un cartel escrito a mano: se traspasa por jubilación. Y una carambola del destino llevó a David y Carlos Montero a hacerse cargo del local, hace ya catorce años.
La Bodega Quimet es uno de los clásicos del barrio. Botas de vino a raudales, una nevera de madera, baldosas con cenefa, vermut y conservas. Todo ello huele indescriptible y perfectamente reconocible. Entre semana hay ratos que se está tranquilísimo. Ahora, si va al fin de semana, verá qué vida y qué actividad. Pasarán por todos los flancos los platillos de ensaladilla rusa, las habitas con jamón y huevo calentado o tomates confitados con anchoas y alcaparras. También sus imbatibles variados: de quesos, embutidos o el especial con aceitunas, boquerones, atún y otras conservas que tienen previsto para hacer el vermut y que sirven con una buena ración de pan con tomate para mojar y no dejar nada de nada. Además, ofrecen algún plato caliente, como la mejilla o el estofado. La carta es muy estable pero estos platos los van cambiando en función del día.
Es un lugar lleno de clientela habitual, pero también llegan turistas bien informados que buscan "una experiencia real". De hecho, justo antes de escribir estas líneas he visto a un grupo de cinco extranjeros con un guía local. El chico les contaba, de una manera muy cuidadosa, debo decir, lo que era una bodega, la evolución que han tenido y lo que era el vermut. También les decía que aquí no se bebe sangría, y que si alguien cerrara un sitio así para poner un Starbucks "sería para poner una bomba". Espero que le dieran propina. Mientras, detrás de ellos, un jubilado con camisa de cuadros desayunaba un bocadillo de jamón acompañado de medio litro de vino tinto de la casa.
Volvemos a los Montero. David es cocinero y había rodeado mundo. Él y su hermano son de La Llagosta. Les gustaba Gràcia porque, antes de que estuviera tan masificada, venían a la fiesta mayor. Cuando volvió a afincarse en Catalunya buscó un local para abrir su restaurante. Le dijeron que fuera a la Bodega Quimet que se traspasaba. Llegó y había una pareja mirándolo. Se desdijo y dio vuelta. Al cabo de un momento se lo pensó y volvió. Fue entrar y oír una conexión. Aquí murió el proyecto que tenía en mente con otro tipo de platos. "Cuando llegué aquí fue el local el que me dijo lo que tenía que hacer", y así fue. Lo describe como un lugar de "bajo, caballo, rey: aceitunas, boquerones, banderillas, mojama y combinados".
Cuando llegaron en el 2010 los vecinos les pedían que nada cambiara. Actualizaron el local, pero han conservado todo lo necesario. Con esto les ayudó un amigo su arquitecto, Benoît. Un amigo que hizo David de rebote en un avión compartiendo un bocadillo de jamón. La reforma necesaria la hicieron con su padre, tíos y amigos. Cada vez que venía un especialista, les hacía propuestas que no encajaban con el local, como poner parquet, o instalar luces tipo globo sobre la barra. Como ya sabemos que es más fácil poner cosas nuevas que arreglar antiguas, siguieron la máxima de si quieres estar bien servido, hazte tú mismo la cama.
El primer día hicieron treinta euros de caja, pero persistieron. Después de muchos años de éxito, la pandemia les permitió realizar algunos cambios, como aceptar reservas, que en horas punta del fin de semana son recomendables. También cerrar algo antes, a las 23 h de la noche. Y ahora, durante la fiesta mayor, descansan. Ya trabajan para todos nosotros todos los demás fines de semana.