Sílvia Puig: “No quiero que se me reconozca la calidad profesional por mi género; no quiero recibir ningún premio por ser mujer”
Bodega En Números Rojos


GratallopsVisito a Silvia Puig un viernes en Gratallops, donde tiene su bodega, de nombre En Números Rojos (DOQ Priorat), que ocupa la sede de la antigua cooperativa de la población desde 2017. Elabora nueve referencias de vino, bajo los nombres En números rojos y Ay, ay, ay, este último como vino joven. En cuanto entro observo las ilustraciones en acuarela de la enóloga, que están en las paredes, sobre la mesa de cata, en forma de ahorros, y en cada una de las cajas de vinos que vende. De hecho, ella misma es la autora de las etiquetas de sus vinos. Silvia es muy inquieta, y apasionada en todo lo que hace. Tanto te habla de vinos como de literatura como de música. Sabe un nido, y me dice que en Poboleda, donde vive, le decían que se parecía a la escritora Empar Moliner. Un día la conoció, y congeniaron. Ahora incluso en su bodega de Gratallops tiene una bota con su nombre. Los vinos que elabora, que vende la mitad de su producción en Cataluña, tienen un precio que está en torno a cuarenta y cinco euros, excepto uno, el expresivo Ay, ay, ay, que se mueve alrededor de los veinte. Está nominada como mejor mujer viticultora en los premios Isabel Mijares para Mujeres del Vino 2025, que se darán a conocer hoy, el primer día del Barcelona Wine Week, en Fira Barcelona.
Toda la bodega es como una galería de arte con botas. Entiendo que admiras los nombres que has escrito en las botas: Mercè Rodoreda, Carole King, Purple Rain, Edward Hopper, Alice Cooper... Son algunos de los nombres que he leído.
— Los admiro, sí, y además cada uno de ellos lo asocio a un vino que elaboro. Por ejemplo, Empar Moliner es una bota de garnacha con un poco de cariñena, y cuando la tasto es un vino potente en nariz, y muy elegante en boca.
¿Y la Mercè Rodoreda?
— Muy distinto. Es desgarrador en nariz y en boca.
Silvia, ¿cómo empezó todo? Conocí a tu padre, Josep Puig, y recuerdo que en una entrevista que le hice a El Vendrell por la bodega Avgvstvs –que había sido cocreador– tú estabas.
— Es que desde los 12 años papá me hacía ir a cosechar uva. Y también fui yo quien fue con mis padres a Chile, cuando por el trabajo en Familia Torres le trasladaron. Sin embargo, yo decía a mi padre que quería estudiar farmacia. Lo hacía cabrear, supongo, porque él quería que hiciera enología. Y mira por dónde el día que fui a buscar las notas de la selectividad, en Tarragona, pasé por delante de la Facultad de Enología, y pregunté qué hacer para matricularse. Me respondieron que en diez minutos comenzaba una prueba de ingreso, y me quedé allí. Mis otras dos hermanas son de ramas distintas, una es maestra de primaria y la otra, fisioterapeuta.
En 2008 comienzas En Números Rojos en un garaje de Torroja.
— Y con una única bota de vino. Con el nombre ya hacía una declaración de cómo estaba. Había trabajado antes en el Priorat, en la bodega que cofundamos con el padre, Vinyes d'Ítaca, pero mi padre vendió su parte a un capital ruso, y me dejó con ellos. Yo quería hacer mi vino, así que en el 2012 me fui, y empecé por mi cuenta. Si pensé en el nombre Ay, ay, ay para un vino fue porque con los dos niños muy pequeños en un garaje, me decía "ay, ay, ay, que no sé si llego a todo". Cuando empecé, confirmo que estaba en números rojos.
Llegaste al Priorat con mi padre para fundar la bodega Odyseus, y ya no has ido.
— Es que el Priorat te enamora. O te gusta mucho o nada, porque vivir es un reto. Y el mío fue hacer mi vino propio en un garaje con una inversión de diez mil euros, con el que pagué el alquiler del local, las tinas, la prensa y la derrapadora. Con el dinero también pagaba la uva de viñedos viejos, que lo compraba. En cuatro años, el garaje de Torroja me quedó pequeño.
Éste donde estamos ahora, en Gratallops, es grande. Me gusta especialmente la sala donde tienes las botas, con tus cuadros en lo alto.
— Aquí puedo hacer 12.000 botellas, pero sigo siendo una bodega pequeña; yo hago desde la vendimia, porque también tengo viñedo propio, hasta la etiqueta. Pinto las cajas, todas distintas, hago la distribución. No hay ningún paso de la elaboración que no haga yo.
Y de las 12.000 botellas, ¿cuántas exportas?
— La mitad. Exporto en Suiza, Bélgica, Francia, Irlanda de Norte y sobre todo a Estados Unidos.
Leo en las etiquetas variedades del Priorat, pero hay una que me ha sorprendido, la cabernet franc.
— ¡Y mira que hace años que me fui del Penedès! Soy la única del Priorat que hace, y prometo que cuando me fui de El Vendrell las variedades con las que trabajábamos me parecían muy aburridas. Treinta años después, ya no sostengo la misma opinión. También te digo que hacerlo ahora es muy diferente a antes, porque entonces las variedades francesas eran la tendencia. Ahora hacer un vino con cabernet franc es ir contra corriente.
Justamente es quizá lo que más caracteriza al Priorat ahora. No existe un modelo único, sino muchos.
— Somos muchos y todos con muchos estilos distintos, sí. Cuando todo empezó, era más homogéneo, había un único patrón a la hora de hacer vinos, que debían ser tintos. Ahora ya no es así. Y hacemos tintos, blancos y rosados. La diversidad no debe estar reñida con la elegancia, y es como pienso que está ahora el Priorat. Ahora bien, sostengo que en el Priorat no sobra vino, pero sí que debemos cuidarlo.
Tus vinos no están en la Guía Parker.
— Porque no me gusta la forma en que hacen las catas, que están a botella descubierta. Entiendo que algunas bodegas quieran estar, pero a mí nadie debe darme puntuaciones por lo que hago; yo hago las selecciones que me gustan y que pienso que pueden agradar al público. Y cuando lo hago, estoy muy convencida de la calidad. Imagínate que en un vino del que estoy muy convencida la guía Parker me pone una puntuación baja porque personalmente no les gusta. Si esto ocurriera, me hunden. Y yo soy una bodega muy pequeña.
He visto que eres candidata como mejor mujer viticultora en los premios Isabel Mijares para Mujeres del Vino 2025.
— Yo no quería estar. Soy mujer desde que nací, y somos muchas mujeres las que hacemos vino. En el Priorat, por ejemplo, muchas. No quiero que se me reconozca mi calidad profesional por mi género; no quiero recibir ningún premio por ser mujer. Me da la impresión de que cuando ponemos tanto el punto en el género, el feminismo acaba siendo machismo. Todos los títulos de "la mejor mujer" nos hacen enfangarnos. No soy una mujer que hace vinos, soy una persona que hace vinos, y lo he hecho siempre. No me he sentido cuestionada por ser mujer, pero, en cambio, sí por ser joven. Se cuestionaba cuando tenía veinte años. Empecé a hacer un blanco en el Priorat en el 2001, y eran muchos los que me lo cuestionaban.
Por último, en la bodega he visto a damajoanas.
— Es uno de los materiales que utilizo, junto con madera de roble francés y ánforas de dos materiales diferentes, la arcilla y el terrazo. Según las variedades uso una barrica u otra. Y lo decido según cómo siento que es cada variedad. Y después lo asocio con un nombre de un artista que admiro. Es mi forma de hacer vinos, y es la manera que he encontrado después de muchos años de trabajar para papá y otras bodegas.