Boquería

“Suerte que en la Boqueria nos vienen a comprar los extranjeros, porque las señoras Maries ya no lo hacen”

El vendedor de frutas Eduard Soley será nombrado hoy lunes Ramblista de Honor, premio que recibirá en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona

El vendedor de frutas Eduard Soley, con una ristra de guindilla en la mano, que es uno de los productos que más vende en su parada de la Boqueria
20/10/2025
6 min

Barcelona"Estoy feliz por el premio, pero no me llega en el mejor momento de mi vida", me dice el vendedor de frutas Eduard Soley (Barcelona, ​​1947) en su casa, donde hemos quedado para la entrevista. La tristeza que acompaña a la alegría es por una enfermedad, pero que pasará, y el premio se quedará. Además, la forma en que supo que recibía este premio que otorga la Asociación Amigos de la Rambla le gustó mucho: "Primero me llamó mi presidente, el de la Boqueria, Jordi Mas; y después, el presidente de la Asociación", explica.

El vendedor del puesto de Frutas Soley-Roser, situado a la entrada del mercado de la Boqueria, empezó a trabajar a los 17 años. "Éramos Pinocho, Carmen de la bacalanería Gomà y yo los tres más viejos del mercado; ahora sólo quedamos Carmen y yo", dice, y añade que hace trece años que se jubiló, pero que va, en la parada. "Tengo a mi hijo, de nombre Jaume como mi padre, y mis dos nietos, Joel y Joana, trabajando". La hija, Mari Àngels, estudió periodismo y trabajo.

Eduard Soley junto a su esposa, Maria del Mar, su hijo, Jaume (que trabaja desde los 15 años), y los nietos, que son los que se encargan de la parada desde que se jubiló hace trece años.

Cada día el hijo y los nietos montan la parada, que tardan entre hora y hora y media. Por la noche, sobre las siete de la tarde, la desparan. Eduard va de vez en cuando a la biblioteca de Catalunya a buscar periódicos viejos, que le guardan, porque los utiliza para trincharlos, y ponerlos debajo de los melones y de las sandías. "Tengo melones y sandías durante todo el año, pero yo les doy el punto de madurez adecuado, y eso lo hago con los papeles de periódicos trinchados; por el contrario, el resto de fruta le doy la maduración con papel satinado", comenta. Y justo en este punto hace una parada y habla sobre la fruta y cómo comprar: "Antes las señoras Marías sabían comprar la fruta; elegían una u otra según el punto de maduración que les gustaba, pero ya no están, en el mercado, porque se han hecho grandes o están en las residencias". Soley también sostiene que la generación que existe por debajo de las mujeres que antiguamente iban al mercado no sabe comprar fruta; y lo asegura por qué no preguntan a los vendedores nada.

El bus de la Bordeta en la Boqueria

Estas señoras Marías, como las llama Eduard Soley, eran mujeres que hacían la compra en el mercado varias veces a la semana. Llegaban muchas con un bus que las trasladaba desde el barrio de la Bordeta, "un bus que captaba a gente de otros barrios y nos la llevaba a la Boqueria". Hoy ese bus ya no existe. "Mira que luchamos para que llegara", dice.

La parada Fruites Soley-Roser es de 1864 (fecha de la concesión a la familia paterna), y la historia de la fundación requiere dibujar un árbol genealógico porque la familia materna y paterna están implicadas. Por un lado, su padre, Jaume Soley, tenía una parada que provenía de su bisabuela. Por otra, la madre tenía un abuelo también con pequeña parada, donde vendía las verduras del marqués de Castelldosrius, que tenía huertos en la Diagonal, en Corbera de Llobregat, y hasta veinte fincas más con viñedos. La parada por parte de la madre era una concesión del Ayuntamiento de Barcelona al marqués de Castelldosrius, que acabó cediendo a la familia materna de Eduard Soley. Los padres se conocieron trabajando cada uno en sus puestos, y allí se enamoraron. "No tuvieron una vida fácil, porque sufrieron la guerra civil; mi padre se quedó sin madre a los catorce años; después tuvo que cumplir seis años de mili, y murió muy joven, en 1964", dice Soley, quien recuerda que él tenía diecisiete años cuando su padre murió. La madre también tuvo una vida muy dura, que todavía hoy hace emocionar a Eduard por todo lo que vivió durante la Guerra Civil en Barcelona.

Con la muerte de su padre fue cuando Eduard se puso a trabajar en la parada, junto con su madre y una mujer de confianza, Carmeta. Fue entonces cuando conoció al mayor Ramon Cabau, que le hizo de padre, porque le enseñaba el mundo, cómo era el mercado, etc. "La parada no era como es ahora, sino que entonces era pequeña; y lleva por nombre Soley-Roser, por el apellido de mi padre y también por mi abuela, que se llamaba Roser". Si actualmente la parada es mayor es porque pudieron juntar en la parada de la madre la de su padre, y aún pudieron adquirir una más. "En las fotos antiguas salimos en una parada más en la esquina, pero con el tiempo retrocedimos unas más allá, donde estamos ahora", dice Soley.

Eduard Soley era muy amigo de Juanito Bayén, Pinocho, con quien tiene fotos en su parada, junto a otras fotos familiares en las que no falta la de su padre.

Con la historia descrita, el vendedor se centra en el presente. "Todo ha cambiado; la cultura, también, porque en el mercado hay mucha cultura, todas las del mundo, y se refleja en lo que nos pide la gente a la hora de comprar". En Fruites Soley siempre han estado muy atentos, y por eso vienen hasta más de sesenta guindillas diferentes, y les compra mucha gente, "porque el 80% de la población mundial come picante, y saben que yo tengo ingredientes que no encontrarán en otros lugares", dice, y añade que es cierto que en la cultura catalana no hay mucho pino. "Mi madre, la Encarnación Castellví, ponía un poco al capipota, pero es que suerte que nos vienen a comprar los extranjeros a la Boqueria, porque las señoras Maries ya no lo hacen". Ahora las señoras Maries, como insiste el vendedor en decir a las mujeres que se encargaban de comprar y cocinar, "compran la comida hecha o en el súper de al lado de casa, porque así pasan a buscar a los niños a la escuela, cargan la comida al lado, y hacia casa". Dicho con otras palabras, "los barceloneses han dejado de venir al mercado porque no cocinan, así que suerte de los extranjeros, que me dejan unos diez o veinte euros por compra, y también suerte del género que vengo, que no le tiene nadie más". Eduard Soley sostiene que él también siempre ha cocinado a pesar de la insistencia que hace con las mujeres que cocinan.

Ahora que es el otoño, los membrillos, las granadas, las castañas, los boniatos, los jinjols, las mandarinas, las naranjas, ya las tiene a la venta. Algunos provienen de sus huertos, que trabaja con cuatro campesinos de proximidad. También vende fruta cortada, y "al cabo de un día se puede llegar a vender hasta doscientos botes". De hecho, la historia de cómo empezó el mercado a vendernos está muy ligada a su parada. "Todo empezó con una mujer de otra parada, Pilar, que quería vender más producto en su parada, y me dijo que a ella se le ocurría cortarla y ponerla a la venta", recuerda. Eduard se lo dio, porque con los paradistas siempre ha tenido muy buena relación, y aquella mujer vendió poniéndola en un recipiente de acero inoxidable. La idea de Pilar funcionó, y se extendió como la pólvora. Hoy son incontables los puestos que venden fruta cortada, y otros muchos productos preparados para ser llevados y mordidos.

Las granadas, de los huertos cercanos, las setas y los higos conviven con la variedad de guindillas que vende la parada Soley-Roser.

Ligado con esta iniciativa del paradista que pidió fruta a Eduard Soley para vender en su puesto hay otro hecho. "En el 2000, con el presidente que había entonces en el mercado de la Boqueria hicimos viajes a ciudades de Europa, donde veníamos nuestros productos y también donde visitábamos mercados; allí nos dimos cuenta de que la tendencia era vender producto preparado para comer", dice. Es decir, no todo fue fruto de la casualidad, sino que Eduard asegura que tomaron "nota de lo que hacían los mercados de Florencia, Londres, Turín, Milán, y lo aplicamos". Todo esto era en el año 2000, cuando hicieron los viajes, y entendieron que era la evolución a realizar.

Para terminar, pregunto a Eduard por dos temas. Uno todavía está sobre la Boquería, y la nueva normativa que se quiere aplicar, que marca que las paradas tendrán que vender necesariamente producto fresco. "Yo no me lo creo", dice, y lo repite una y otra vez. El segundo tema: cuál es la fruta preferida del hombre que más años ha estado vendiendo en la Boqueria. Y la respuesta es: la chirimoya, que la puerta de Andalucía, y le gusta comerla muy madura. De hecho, toda la fruta se la come madura, incluso cuando tiene ese punto que parece que se esté estropeando. Entonces es cuando más le gusta. "La chirimoya, me la como con piel, al igual que los higos, maduros, con piel y encima del pan; las granadas, con vino dulce". Y así sigue hablando Eduard Soley, que subraya la grandeza de la Boquería. "Es el cuerno de la abundancia; hay de todo, el mejor producto fresco, y tiene muy buen futuro", concluye.

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