¿Y si la civilización no cura los males del hombre, sino que los origina?
Jordi Boixaderas estrena un monólogo sobre la vida y la obra de Jean-Jacques Rousseau en el Festival Temporada Alta de Girona
- Temporada Alta, Festival Clásicos y CCCB.
- Jordi Boixaderas, actor.
- Sala La Planeta, 18 de octubre de 2024.
Al contrario que la mayoría de sus contemporáneos, el filósofo Jean-Jacques Rousseau, ante la clásica dicotomía entre estado salvaje y civilización, mostraba una clara predilección por todo lo previo a cualquier organización en sociedad. Defensor del concepto del buen salvaje, el pensador creía firmemente que el ser humano, por naturaleza, era bueno, libre y virtuoso, y que era justamente la vida en sociedad lo que le corrompía y le despertaba los vicios de la riqueza, la fama o la envidia, foco de conflictos y desgracias.
Sobre todas estas ideas, tanto controvertidas como influyentes, versa el monólogo Rousseau y el hombre en la naturaleza, del actor Jordi Boixaderas, recién estrenado en la sala La Planeta de Girona, en el marco del Festival Temporada Alta. La obra propone una lectura dramatizada de algunos de los textos primordiales en los que Rousseau contradice la vieja sentencia del hombre es un lobo para el hombre, necesaria para justificar el control de las leyes y los gobiernos. Boixaderas interpreta al propio Rousseau y, a través de las líneas escritas por Joan Casas, reconstruye en primera persona los momentos más importantes de su vida, compartiendo con el público conflictos, intimidades e inquietudes, mientras, de forma totalmente integrada, va leyendo fragmentos muy bien sintetizados de las obras a las que hace referencia. El espectáculo, coproducido con el Festival Clásicos y el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), también podrá verse en la capital catalana el próximo 24 de octubre.
Un texto que toma vida
La lectura, muy bien declamada por Boixaderas —maestro de la entonación, las pausas y la cadencia, aunque con la mirada algo pegada al papel—, en ningún momento se hace pesada ni cargante, ya que encuentra el punto justo entre la teatralización de la biografía y el ensayo filosófico. Así, sin perder el rigor y la profundidad que merece el pensamiento de Rousseau, la obra consigue un tono equilibrado, ameno, agradecido e inteligible que hace partícipe al público en la comprensión y elaboración de las ideas. Como si, a través del monólogo, el texto fijado en los libros tomara vida y, fiel a la vieja herencia socrática de los diálogos de la Academia de Platón, encontrara en la palabra hablada su vehículo más natural de expresión.
La pieza da fe de la valentía de Rousseau, un filósofo con voz propia, polémico y proscrito, que, en tiempos de la Ilustración, se atrevió a elogiar el estado de naturaleza, anterior a las leyes, los libros o gobiernos, como un momento puro de inocencia y verdad; un instante embrionario, en el que el ser humano campaba libremente, sin más preocupación que la supervivencia. Y, al ver el monólogo, queda claro que esta exaltación de la salvaje, por muy utópica e inconstante que pueda parecer a primera vista, es la lección más poderosa y actual del filósofo, no porque tengamos que volver a vivir en los bosques y en las cabañas, sino porque pensar cómo eran las cosas antes de organizarnos en sociedad es justamente la forma más fecunda para entender, poner en cuestión y mejorar los defectos, los abusos y las atrocidades del progreso y la civilización.