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Vicenta Ndongo: “Trabajamos mucho y cobramos muy poco. ¿Puedes creer que las seis semanas de ensayos soy mileurista?”

Actriz, Premi Nacional de cultura 2024

22/06/2024
8 min

BarcelonaVicenta Ndongo (Barcelona, 1968) acaba de recibir el Premi Nacional de cultura 2024. Le gustaría que el galardón sirviera para crear un sindicato de actrices y actores, para mejorar las condiciones en las que deben trabajar. Ha estrenado recientemente la serie Reina Roja, en Amazon Prime, ha terminado El día del watusi, en el Teatre Lliure, y ahora está en el paro, hasta que en septiembre no vuelva a entrar en la rueda. En esta conversación, cuenta que está escribiendo una película sobre la historia de amor de sus padres, una chica andaluza que conoce a un hombre de Guinea en la Barcelona de los años 60. De ese azar, esta actriz.

La primera es fácil: ¿cuál es la mejor cosa que te ha pasado en las últimas semanas?

— Ya sabes, lo sabe todo el mundo y es profecía, ja, ja... El Premi Nacional de cultura, que recibí con mucha emoción y muy feliz.

Decías ese día, en la última frase del discurso: “Soy actriz, sin etiquetas ni denominación de origen”. Ahora tienes otra etiqueta: Vicenta Ndongo, Premi Nacional de cultura. ¿A qué te obliga o en qué te ayuda?

— Supongo que me ayuda a tener visibilidad. Mucha gente me conoce, pero debido a que esté en este lugar, quizás me miren de otra manera. Es una profesión en la que es muy difícil estar y yo ya llevo 32 años. Quizás me da un poco de respeto. Sabes lo de sir?

¿Qué quieres decir, que quizá te miren de otra manera?

— Quiero decir que, a veces, los actores o actrices tenemos un trabajo poco valorado. Todavía tenemos la titulitis. Siento a mi alrededor: “Es que esa es abogada...” La gente no es consciente de la calidad de nuestro trabajo. Eso de irregularidad que tenemos porque no hay trabajo lo he vivido desde que tenía 20 años. Son trabajos cortos, no tenemos catorce pagas, no tenemos pagas extras, y tenemos que vivir y debemos prepararnos constantemente para que nos examinen cada vez que haces un trabajo. ¿A quién le ocurre esto, por favor?

¿Cuándo es la última vez que has estado en el paro?

— Ahora.

¿La Premi Nacional de cultura está en el paro?

— Ahora estoy en el paro, pero tengo que decir que voluntario. He terminado un trabajo y... no, no, no es tan voluntario. Ahora he terminado un trabajo, la temporada teatral no vuelve a empezar hasta septiembre y no te cogen –que ya me han cogido– hasta entonces. He pedido el paro. He estado muchas veces en el paro. Ahora no es porque lo necesite, pero lo he necesitado y no hace mucho. ¿Sabes lo que pasa? Que trabajamos mucho y cobramos muy poco. El trabajo más duro es cuando ensayas: suelen ser seis semanas de ensayos. ¿Puedes creerte que durante seis semanas soy mileurista?

¿Independientemente de que lleves 32 años de carrera?

— Sí, sí, ese precio es para todos igual. Hay un precio de ensayo por día para quien sea. Y yo tengo voluntad de cambiarlo. Queremos hacer un sindicato. No puede ser, hay muchas cosas que cambiar, muchas. Y el Premi Nacional quizá me dé esta oportunidad, con otras muchas compañeras.

¿La oportunidad de qué?

— De cambiar las cosas. Los teatros públicos deben tener un portal de transparencia. Y no todos lo tienen. No puede ser que una mujer que lleva 32 años aún tenga que luchar por un precio por ensayo o por función con el peligro de que quizás no me lo den. Pido mis derechos, que son mínimos.

Quizá este trabajo no sea tan valorado como el de una abogada, pero es mucho más divertido, ¿no?

— No sé. Mi profesión no creo que sea divertida. Sí es emocionante. Pero el trabajo es superserio. Esto te lo dirá un clown.

Los ingleses, para tu trabajo, tienen el verbo to play, y los franceses jouer. ¿Es un juego?

— Es un juego y, cuando juegas, te lo pasas bien. Y también mal, que está bien. Son unas montañas rusas de emociones, sí.

¿Estas montañas rusas quieren decir que de repente piensas “soy la mejor” y acto seguido “quizás no sirvo”?

— Ja, ja, ja... Ahora ya no pienso que soy la mejor, pero no por falsa modestia, sino porque sé que no soy la mejor, pero sí a veces me siento en un sitio que es maravilloso. Privilegiado. Y dudo que me lo pasara igual en otro sitio durante catorce horas al día. Eso sí.

En las últimas semanas hemos hablado mucho de las declaraciones de un colega tuyo, Ramon Madaula, que dijo en Ràdio Estel que hay mucha gente joven que quiere ser actor o actriz y que no hay trabajo para todos. ¿Qué piensas?

— Siempre creo que sí hay trabajo. Es cierto que es un momento bastante complicado, porque somos cada vez más y Barcelona es pequeña, pero Madrid también existe y es un mercado más extenso. Todo dependerá de si quieres ir o no. Y también hay otra forma, que no digo que sea fácil, pero puedes hacerte tu compañía, como han hecho los de La Calòrica. Creo que debería haber más compañías. Este mundo es tan individualista que entiendo que a los jóvenes les cueste hacer compañías como La Calòrica.

Todo el mundo va más por libre.

— Por eso te decía antes que en Catalunya no existe un sindicato. ¿Por qué? Pues por lo mismo. Me encantaría empujar para tener un sindicato. A veces es también una cuestión de edad. Que Ramon Madaula ahora diga esto, su sentido tendrá. No lo comparto, pero puedo entenderlo.

¿Cuáles son los últimos trabajos que habías tenido antes de ganarte la vida como actriz?

— Trabajé en una tienda de muebles en Via Augusta y vendía muchísimo. Me fui porque me daba miedo quedarme, yo ya quería ser actriz. Y la última fue con el doctor Ricardo-Riad, que era cirujano plástico en Bonanova. Y yo, como hablaba inglés, hacía de secretaria y recibía a todas las megamillonarias que venían de Brasil y de otros lugares para hacerse la cirugía.

Secretaria de cirujano plástico, ¡el papel de tu vida!

— Fue un gran papel. Pasaba de todo. Era un gabinete terapéutico, porque venían niñas jóvenes y les decía: "¡Pero adónde vas, no lo necesitas!" El doctor también se lo decía a veces. Hablo de hace 30 años y ya había niñas jóvenes que se operaban la nariz cuando la tenían perfecta.

¿Qué aprendiste?

— Que elegir es importantísimo. Había gente que lo pasaban mal porque se habían hecho algo que después no querían y ya no había marcha atrás. Allí pensé: “Nunca me operaré de nada”. Nada de cirugía plástica. Nunca me estiraré la cara. Porque después engancha.

¿Cuántos años hace de la última vez que querías ser Michael Jackson?

— Michael... Yo no sé si quería ser Michael Jackson o es que era el único referente que tenía. Y sigue siéndolo. Quizás tenía 11 o 12 años. Le veía talento, mucho, y algo muy bonito, que era vulnerabilidad. Vulnerabilidad con talento. No era fuerte, no le veías una prepotencia.

¿Te parecía que era como tú?

— Tenía un flow que nos gustaba a mi hermana Friki ya mí. Nos gustaba bailar como él.

¿Cuál es lo último que te han contado de la historia de amor de tus padres?

— Me contó mi madre que se casó enamorada, que siempre estuvo enamorada de mi padre. Esto es muy bonito. Se encontraron en Barcelona, él que venía de Guinea y ella de la Sierra de Cazorla, en Jaén. Mi madre se fue a Francia con 17 años a hacer de au pair y de ahí, a Barcelona.

Y en los 60 tu madre se enamora en Barcelona de un hombre negro.

— Sí. Mi madre tenía mucha fuerza interior y muchas ganas de vivir su propio camino porque estaba destinada a hacer otra cosa, pero luchó ante su familia. Una familia que estaba bien, tenía dinero. Un médico del pueblo estaba enamorado de mi madre y ella huyó. Hay un punto de mi madre que me encanta: hacer lo que quieres en esa época. Y quedó fascinada por la historia de mi padre. También era un ser particular. Mi padre hacía la mili de paracaidista en Zaragoza y fue de casualidad a ver a un amigo a Barcelona. Dos días. Y de esos dos días, sale esta historia, tú imagínate qué casualidad. Al cabo de un mes, mi padre le dijo: “Yo me voy a Guinea, me quiero, ¿te quieres casar conmigo?”. Y mi madre dijo que sí. Y se fueron a Guinea, mi hermana nació allí y después vinieron aquí.

Nunca te has planteado...

— Sí.

...esta historia tan fabulosa...

— Sí.

...llevarla al cine o al teatro?

— Lo estoy escribiendo, sí. Una película con la historia de amor de sus padres. Y todo el contexto de alrededor, que era el que era, muy heavy. Es muy bonito, pero me da mucho miedo. No es fácil.

¿Y a ti te gustaría salir en esta película?

— No, yo no, yo no.

¿Cuál es la última alegría que te ha dado tu hijo?

— Uauuu, hemos comprado unos billetes para ir a México este verano y ayer, cuando lo recogí porque estaba con su padre, empezó a hablarme de todos los animales que había en el arrecife de coral del Yucatán. Los momentos antes de hacer, estas ilusiones que creas a un niño... me acordaré siempre. Y hoy se ha levantado igual. Es un niño feliz.

¿Qué te ha dicho del Premi Nacional de cultura?

— "No he entendido nada, mamá, pero no me lo cuentes, porque me ha gustado mucho". Estaba orgulloso. Todo sube, todo baja, pero ahora debemos vivirlo así.

Estos últimos días, a raíz de tu discurso, te estamos preguntando por el color de tu piel, algo de lo que no querías hablar más.

— ¿Me estás preguntando al respecto?

Sí. ¿Cómo vives esta contradicción?

— A veces las cosas que para ti no tienen ningún interés, porque la cosa es así, para los demás es como la mayor curiosidad del mundo. No entender por qué soy así es cómo no entender por qué los árboles son verdes o por qué las gaviotas son de color blanco, porque hay diversidad. El mundo es así, porque somos muchos. Entonces, cada vez que me preguntan esto es cómo volver a contar el mundo. Y esto no lo preguntan cuando compañeras mías son de otro país y tienen el color más unificado. Es curioso, en el siglo XXI.

¿Qué es lo último que has descubierto y te has dicho: "Esto es importante para mí"?

— Mira, me he dado cuenta de que me pongo enferma, me sube la fiebre, cuando estoy en un sitio donde no debo estar. Madrid siempre me resulta complicado, porque la gente allí come con el ordenador, se acuesta con el ordenador, están con los teléfonos y me he dado cuenta de que yo no quiero vivir así. Yo, cuando como, como. Cuando duermo, quiero dormir sin el ordenador. Cuando voy en metro, no quiero ver una serie. No soy de ese mundo. Entonces debo saber –y me he dado cuenta este fin de semana– cómo separar estas cosas. Mi tiempo es sagrado. Dejo entrar a los virus porque estoy sensible, porque no me siento partícipe de ese momento. Y no.

Es la trampa de los trabajos vocacionales.

— Exacto. Y debes saber decir que no. Hace poco Lola Dueñas decía que una actriz nunca debería conceder entrevistas, porque es muy interesante que sea sólo una actriz. Que no supieras nada de su vida sería maravilloso. Pues a mí me gustaría hacer esto, pero ahora es imposible. En otra vida me pido ser una actriz que trabaje mucho y que nunca sepas quién es. Tilda Swinton tiene algo así.

O sea, en otra vida te gustaría volver a ser actriz, pero no hacer entrevistas.

— Sí, para probar a ver qué ocurre. Pido esto.

Las dos últimas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?

— Sí, la de la paella en Barcelona.

La del “arrocito en Castellón”. Como un burro amarrado en la puerta de un baile.

— Hahahaha, eso.

Pero tienes razón de que salía "que soc de Barcelona i em moro de calor". Acabamos. Las últimas palabras son las tuyas.

— El otro día vi en un concierto la versión instrumental de Time after time, tocada por Miles Davis en sus últimos momentos, porque murió poco después. Una actitud que dije: “Ole, tú!” Os invito a verlo.

La actriz Vicenta Ndongo fotografiada en el Hotel Palace de Barcelona antes de la entrevista
Un termo con té macha

Mientras Francesc Melcion le toma las fotos para la entrevista descubren que ambos son de 1968 y Vicenta –que fue madre hace ocho años– le reconoce que está en una edad fantástica. Cuando entra en la planta sótano del Hotel Palace, queda maravillada con el escenario, la decoración y las imágenes que cuelgan de las paredes, sobre todo la de su querido Michael Jackson.

Le hemos dejado un vaso de agua en la mesita de al lado del sillón, pero saca de la bolsa un termo con té macha, que irá sorbiendo mientras escucha alguna de mis preguntas. Me pregunta como estoy, que hacía mucho tiempo que no nos veíamos, y a los cámaras –Marc y Gerard– si se lo han pasado bien escuchando la entrevista. Se va con el encargo de dar recuerdos a su hermana, a la que conocí cuando todavía vivía en Barcelona y trabajaba de camarera.

Albert Om es periodista
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