"Nunca se tienen que coger los caminos rectos, en la vida: por eso me hice rabina"
Delphine Horvilleur, tercera mujer que fue ordenada rabina en Francia, publica 'Vivir con nuestros muertos'
BarcelonaJusto antes de que empiece el funeral, suena un móvil. "Ahora mismo no puedo hablar. Te llamo cuando acabe de trabajar": Delphine Horvilleur ha tenido que repetir esta frase a menudo. También ha tenido que explicar, en muchas ocasiones, que estar "tan cerca de la muerte" no solo no le da miedo, sino que es una de las partes del trabajo de rabina que más le interesan.
"Casi todas las tradiciones religiosas nos hablan de la muerte como de un pasaje entre puertas. La muerte nos indica la porosidad entre un mundo y otro –explica la autora desde París, con motivo de la publicación de la traducción castellana de Vivir con nuestros muertos (Libros del Asteroide, 2022), ensayo del cual en Francia se vendieron 200.000 ejemplares–. Cuando acompaño a alguien en este tránsito soy consciente de que yo también me encuentro en la entrada de aquella otra realidad junto a quien está muriendo. Con una mano lo cojo, con la otra lo dejo ir. El momento en que la vida desaparece es sagrado en el sentido más puro de la palabra: quien se va está en el cruce entre lo que ha hecho y lo que dejará. Son horas de extrema vulnerabilidad para todo el mundo".
Nacida en Nancy en 1974, Delphine Horvilleur ha acabado convirtiéndose en la tercera rabina ordenada en Francia, pero antes de esto estudió medicina y periodismo. "Nunca se tienen que coger los caminos rectos, en la vida: por eso me hice rabina –dice–. El centro de mi trabajo es saber explicar lo que se ha dicho mil veces antes pero de una manera adecuada a quien me escucha. En esto una rabina no se diferencia demasiado de un médico, que escucha con atención el relato del paciente y, a través del diagnóstico, le da sentido. Un periodista también tiene que saber acoger lo que el otro te explica con un gran respeto". Horvilleur todavía religa las tres profesiones a través de otra palabra: compromiso. "Es muy importante el compromiso vertical y resiliente con los otros: sin la dedicación y el servicio, mi trabajo no valdría la pena", añade.
Un mundo que margina a las mujeres
Horvilleur tuvo que luchar para ser ordenada rabina. "Crecí en un mundo donde no había mujeres que se dedicaran a lo que yo hacía –comenta–. Mi entorno era ortodoxo y tradicional. El camino que emprendí estuvo lleno de curvas, escollos y resistencias para llegar a darme la posibilidad de llegar adonde estoy". La autora de Vivir con nuestros muertos está convencida de que "se debe ser infiel a los planes que los otros han escogido para ti". En su caso, "salir del camino pautado fue el camino".
Si en 2008, año de su ordenación, eran solo tres las rabinas en Francia, la situación ha mejorado un poco. "Ahora ya somos cinco, y dos mujeres más se están formando para conseguirlo –avanza–. En países como los Estados Unidos, Inglaterra, Israel y Alemania hay muchas más rabinas que aquí". Aun así, todavía se encuentran con las reticencias de un mundo donde los hombres son mayoría. "La mera existencia de una mujer en esta función es polémica y controvertida, en el entorno judío –comenta–. Pero hay que tener en cuenta que todo lo que es femenino también resulta problemático en el catolicismo y en el islam. El Papa ha reiterado en muchas ocasiones que las mujeres no pueden ser sacerdotes. Y en el islam, las mujeres tienen que ocupar el espacio doméstico e interior: tienen que camuflar la parte femenina bajo ropas anchas y el velo. La visión más conservadora de la religión encierra a las mujeres en posiciones predeterminadas y, sobre todo, las aleja del poder, del conocimiento y del saber".
En Vivir con nuestros muertos, la autora reconstruye su relación personal con la muerte, que arranca poco antes de los 10 años, cuando una noche se convenció de que moriría, envenenada, después de probar la resina de un juguete que había robado a su hermano. También explica algunos momentos de su trayectoria en que se ha sentido cuestionada. Durante el funeral de Simone Veil, abogada y exministra francesa, Delphine Horvilleur recitó la oración del kaddish junto al gran rabí de Francia. "Aquel mismo día, un portal web judío de perfil ortodoxo aseguraba que yo no había recitado el kaddish –recuerda–. Las posiciones más conservadoras consideran que solo es cosa de hombres: una mujer ni puede ni tiene que formularlo, es visto como una transgresión". El portal también cuestionaba el cargo de Horvilleur: "Me calificaban de rabina, así entre comillas". Aquel día, la indignación ganó a la serenidad de la autora: "Se quiso eclipsar mi voz después de la despedida de una mujer, Simone Veil, que había luchado por los derechos de las mujeres. Esto hacía del todo vigentes sus reivindicaciones".
En el libro, Horvilleur recuerda la leyenda yidis de Skotzel. "Hartas de las injusticias y buscando la emancipación, las mujeres enviaron a una portavoz, Skotzel, a hablar con Dios –dice–. Hicieron una pirámide humana que subía hacia el cielo, y cuando Skotzel ya estaba en la cumbre, la pirámide se derrumbó y ella desapareció. Desde entonces, dicen que Skotzel consiguió audiencia con el Todopoderoso y que todavía discuten. Si algún día vuelve, querrá decir que se ha logrado la igualdad". Todavía queda, para que esto pase. "Además de ser rabina, que ya es un hecho que algunos ven como subversivo, tengo un discurso feminista –afirma–. Se podría pensar que solo lucho por los derechos de las mujeres, pero mi convicción es que cuando las mujeres acceden a los textos, a los relatos y al liderazgo religioso, no solo salen ganando ellas, sino todo el mundo".