11 noches cargando el cuerpo de José Antonio Primo de Rivera
El autor Paco Cerdà reconstruye la España de finales de 1939 explicando el traslado del cuerpo del fundador de Falange de Alicante hasta Madrid
BarcelonaFueron 467 kilómetros a pie. Es decir, la distancia entre Alicante y El Escorial, un recorrido realizado durante 11 frías noches de noviembre de 1939. La Guerra Civil había terminado cuando tuvo lugar aquella oscura peregrinación que parecía una especie de ritual pagano. Un fantasmagórico andar entre antorchas y brazos alzados, atravesando campos secos y pueblos donde en todas las casas se lloraba un muerto. Una procesión para llevar los restos mortales de un hombre de 33 años del cementerio en el que le habían enterrado en una fosa común, hasta una sepultura digna de reyes: era José Antonio Primo de Rivera, fundador e ideólogo de Falange Española.
Hace unos años, el escritor y periodista valenciano Paco Cerdà (Genovés, 1985) se topó por casualidad con unas imágenes en YouTube. "Me impresionó lo que vi. La composición de plástica fascista, ese cadáver cruzando pueblos que parecía Moisés partiendo las aguas. Una puesta en escena abiertamente totalitaria y de una megalomanía descomunal. Una España oscura y un momento de la historia del que no había leído nada, el traslado del cuerpo de José Antonio hasta El Escorial atravesando una España en la que la guerra había terminado hacía poco Pasando por pueblos donde pocos años antes se había votado por la izquierda, donde habían estado las Brigadas Internacionales. Y pocos meses después llegaba ese desfile entre saludos fascistas", recuerda. Cerdà ya no pudo descansar. "Quería saberlo todo, de esas imágenes fúnebres, fantasmagóricas, casi de una textura irreal. La ruta que siguieron, donde se detuvieron. Quien llevaba el cuerpo de José Antonio, qué se decía y qué cobertura propagandística se 'hizo. Lo que más me impresionaba era ver cómo una persona tenía más fuerza una vez muerto que vive. lejos del apoyo de Mussolini o Hitler, de repente era el gran mártir", explica. El resultado ha sido el libro Presentes (Alfaguara), un fascinante viaje a la oscuridad.
Autor de diferentes libros de no ficción literaria cómo El peón (premio Cálamo en el Libro del Año 2020) o 14 de abril (premio de no ficción de Libros del Asteroide 2022), Cerdà empezó a investigar sobre ese momento en que la Falange Española y José Antonio parecían marcar el camino de una nueva España. "Para aquella gente era el inicio de una nueva era", dice Cerdà, que ha reflexionado sobre cómo Francisco Franco, un militar pragmático, supo utilizar el cadáver de José Antonio, convirtiéndolo en un símbolo pero alejándose a la vez de buena parte de las ideas que defendía ese hombre ejecutado por los republicanos en Alicante. "José Antonio fue una figura muy compleja que fue ejecutado cuando era joven, con 33 años. Tenía una postura anticapitalista curiosa, hablaba de la nacionalización de bancos, de un deseo de justicia social y de la demonización de la democracia, decía lo de no ser ni de derechas ni de izquierdas... una posición bastante diferente a la de Franco. En el bando nacional, no lo olvidemos, había personas con posturas muy separadas. José Antonio estaba obsesionado con la figura de Mussolini i como él era un poeta frustrado", comenta el autor, que ha querido recordar aquellos días de noviembre de 1939 para entender cómo "muchas veces al hablar de José Antonio en verdad se habla de la construcción que Franco hizo de su figura, no de quien fue él en vida".
Según Cerdà, "es sorprendente que poca gente recuerda aquella peregrinación en la que llevaron el cuerpo de José Antonio, recuperado de una fosa común y enterrado en un nicho en Alicante, hasta el monasterio de El Escorial", donde fue enterrado en junto a reyes y emperadores, hasta que años más tarde lo llevaron al Valle de los Caídos. "Fue una de las demostraciones funerarias y de exaltación más impactante de la historia de Europa occidental. Miles de personas atravesando todo un país con un muerto. Los protagonistas, en ese momento, no podían imaginar cómo quedaría olvidado todo ello", comenta Cerdà, que en el libro habla de "las pequeñas realidades escondidas de esos días". Una reflexión sobre el miedo y las ganas de vivir, sobre aquellos que decidieron luchar hasta el final y quienes prefirieron recibir a José Antonio como un héroe, cuando no creían, en él. "Buena parte de la gente que recibía su cuerpo actuaba movida por el miedo. Por las ganas de vivir. Leyendo sobre aquellos días entiendes cómo un individuo puede acabar disuelto dentro de la masa, para sentirse protegido, aunque sea justificando ideas terribles. Da miedo", dice Cerdà.
Consultando todo tipo de fuentes, Cerdà quiere reconstruir qué ocurría en España en esos 11 días de 1939. Ni antes, ni después. "¿Qué pasaba debajo de la alfombra? ¿Qué pasaba con los perdedores de la guerra, con los marginados?", se preguntaba. Utilizando la misma estructura que ya utilizó en 14 de abril, el libro sobre la proclamación de la Segunda República, une historias anónimas y famosas, de ganadores y de perdedores. "Quería hablar de los exiliados, de los batallones de trabajos forzados, de los maestros represaliados, de las mujeres violadas, pero también de los supuestos ganadores de la guerra que descubrían una nueva realidad, como un requete carlista que muere por culpa de las heridas de guerra esos días. O los mutilados, como un soldado franquista que ha perdido la mandíbula e implora por carta al líder de Caballeros Mutilados, el general Millán-Astray, no tener que hacer cola para comprar leche y azúcar", explica. Porque detrás de los discursos barrocos sobre el nacimiento de una nueva España imperial, había hambre.
"En dictadura, las crónicas periodísticas esconden la verdad, pero encuentras pistas de lo que ocurría en los anuncios de los periódicos: gente ofreciéndose para trabajar, gente que se vende la vaca, gente que quiere comprar prótesis para poder andar...", dice. El libro es un viaje a una época oscura, que asusta, con los militares clasificando las heridas de guerra con un sistema de puntos para dar trabajo o pensiones a los soldados. “Había 587 tipologías distintas de mutilaciones. Hicieron una suerte de clasificación, puntuando. Si has perdido un brazo, 30 puntos. El pene, 70. La lengua, 30 –detalla Cerdà–. Todo rodeado de un discurso que rozaba el delirio, como en los 12 mandamientos joseantonianos, una especie de padrenuestro falangista en la que se hablaba de adorar a un solo profeta, José Antonio, algo que incomodaba a parte de la Iglesia. Aquel andar con el cadáver parecía un ritual pagano, de hecho". Cerdà preguntó en el archivo del Vaticano si había algún documento relativo al traslado del cuerpo de José Antonio y encontró unas cartas donde se hacía evidente que la Iglesia no dio permiso para enterrar a José Antonio en la cripta de El Escorial. Entonces no se hizo público, claro.
En el libro, Cerdà habla del cantante andaluz Miguel de Molina, que había apoyado a los republicanos y los mismos días del traslado del cuerpo de José Antonio se jugó la piel cuando decidió seguir actuando después de ser apaleado por "rojo y maricón". Nos habla de comunistas polacos que acabaron en España y de los fusilados republicanos en el cementerio de Paterna, herida que todavía duele, donde fue ejecutado el bisabuelo del autor, Francisco Arroyo Rubio, concejal de Unión Republicana en Burjassot.
Y el hilo narrativo es aquel lento andar llevando un cadáver por Alicante, Albacete, Cuenca y Toledo, con representantes de todas las secciones de la Falange haciendo turnos para llevar el féretro Allí donde la sección de Girona pasaba el relevo a la de Lleida, se instalaba un pilar de mármol recordatorio, un hito joseantoniano. Decenas de pilares, cada 10 kilómetros, donde las 50 secciones provinciales se pasaban el féretro, como si fuera un vía crucis falangista en un largo recorrido que Cerdà ha hecho en coche, pero caminando algunos trozos, para intentar entender esos días. Un traslado que se hizo siguiendo el "paso joseantoniano", como se decía, una especie de paso militar. "Hice 10 kilómetros, los que daba cada sección, por esas carreteras. Pero sin dar el paso, no fuera que alguien pensara que estaba loco", bromea el periodista valenciano, que se ha documentado hasta el último detalle.
Así ha recorrido los caminos por donde en 1939 pasaron escritores falangistas como Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo y Rafael Sánchez Mazas. "Ellos narraban aquella epopeya fascista, pero yo quería hacer el contraste entre lo que ellos contaban y el lugar de mierda donde dormía Eulalio, un republicano encerrado en un campo de prisioneros de Francia. Un hombre aferrado a una relación por carta con una tal Silvia, a la que no conoce personalmente, y con quien sueña con caminar en libertad por París". Un juego de extremos con imágenes tan simbólicas como la hija de Franco comprando los libros infantiles protagonizados por el popular personaje de la Celia, una niña, cuando su autora, Elena Fortún, llegaba exiliada a Buenos Aires. O en ese cementerio de Alicante de donde sacaron el cuerpo de José Antonio no muy lejos de donde en 1942 enterrarían el poeta Miguel Hernández, fallecido el 28 de marzo de 1942 en prisión donde lo había recluido la justicia militar franquista, que le había condenado a muerte, una pena que después rebajó por la de treinta años de cárcel.