Literatura

Un clásico del periodismo socioantropológico: 'Random Family', de Adrian Nicole LeBlanc

La autora se adentra en la comunidad puertorriqueña del Bronx de los años 90 del siglo XX, marcada por la pobreza, las drogas, la violencia, el crimen, las relaciones familiares turbulentas, la marginalidad, la autodestrucción y el instinto de supervivencia

3 min
Portorriqueños en Nueva York.
  • Adrian Nicole LeBlanc
  • Traducción de Octavi Gil Pujol
  • Saldonar
  • 570 páginas / 25 euros

Con Random Family, publicada originariamente en 2003, la periodista Adrian Nicole LeBlanc (1963) se propuso reseguir de cerca y reconstruir con el máximo detalle las vidas conflictivas, trágicas, a menudo miserables pero siempre humanísimas, de un numeroso grupo de puertorriqueños del barrio neoyorquino del Bronx durante la última década y pico del siglo XX.

Aunque los protagonistas son cuatro –la espabilada y ambiciosa pero victimizada Jessica, la ingenua y vulnerable Coco, el megalómano y violento traficante de drogas Boy George y el esquivo y progresivamente atrapado Cesar–, el auténtico protagonismo del libro corresponde al colectivo, en la comunidad puertorriqueña del Bronx, marcada por la pobreza, las drogas, la violencia, la delincuencia, las relaciones familiares turbulentas, la marginalidad, la autodestrucción y un instinto animal –también humanísimo, en realidad– de supervivencia.

El inventario de miserias, problemas y desgracias que va desplegándose a lo largo del libro es extenso y variado: una pobreza generalizada ya menudo extrema; unas viviendas insalubres y masificadas; la epidemia de la drogadicción en todas las formas –cocaína, heroína, crack–; el tráfico de drogas y toda la sangrienta galaxia de violencias y de vidas destrozadas que comporta; los abusos sexuales contra menores (sobre todo, niñas); los dispendios de grandes sumas de dinero en cosas absurdas cuando falta lo básico; los malos tratos psicológicos y físicos de hombres contra mujeres; las peleas y los rencores y los odios entre vecinos que son más un producto de la desesperación y de la impotencia que de otra cosa; los embarazos no deseados de adolescentes; las depresiones, el miedo, la pena; los amores traicionados y las amistades desleales que toman unos aires peligrosamente melodramáticos; la experiencia de tener muy poco y de repente no tener nada y tener que vivir en la calle; el absentismo y la negligencia de padres y madres; las detenciones policiales y las condenas judiciales y las largas penas de prisión, que no hacen más que reforzar la sensación de fatalidad que acompaña a los personajes desde que...

He querido que el párrafo anterior fuera espeso, alargado y escabroso de forma prolija y fatigosa porque el libro de Adrian Nicole LeBlanc es, en muchos pasajes, exactamente así. Quiero decir que la aproximación de la autora a los hombres y mujeres de quien nos cuenta las vidas es tan meticulosa, tan detallista, tan atenta a los hechos más nimios, tan reiterativa en el relato de ciertos hechos recurrentes, que el lector no tarda a sentirse exhausto. Interesado por lo que lee, sí, y por momentos francamente admirado por la precisión y pulcritud con que se le cuenta todo, pero exhausto.

Deficiencias y virtudes

El propósito de Nicole LeBlanc es tan panorámico y al mismo tiempo tan microscópicamente exhaustivo que, en la práctica, el libro está más cerca del informe socioantropológico que ya de la novela, sino del periodismo literario. Aquí están, precisamente, algunas de las deficiencias de la obra. Más allá del cuarteto protagonista, el libro tiene tantos personajes –todos crían como conejos: adolescentes con cuatro hijos, abuelas a la treintena–, y la mayoría de personajes son tan parecidos en su psicología y su circunstancia, que el dibujo humano general a veces resulta confuso y amorfo. Además, el ritmo narrativo es tan regular, la estructura es tan lineal –a pesar de las ramificaciones–, hay tan pocas elipsis, la mirada es tan invariablemente escrutadora y fría y el tono es siempre tan desapasionado y contenido que, si Random Family fuera ficción, es decir, si no se sostuviera sobre la verdad dura e instructiva del documento de realidad, pensaríamos que el editor se ha equivocado no pasando más las tijeras y no sugiriendo a la autora una apuesta formal menos monótona .

Y, sin embargo, estas deficiencias son también, paradójicamente, la principal virtud de la obra, que apenas entra nunca en las causas estructurales –sociológicas, económicas, políticas, raciales– de la situación de sus personajes. Quiero decir que la autora se toma tan en serio las vidas obviadas –o despachadas con cuatro clichés denigrantes– de aquellos que retrata que quiere contarlo todo de la manera más escrupulosa. Es un gesto literario y profesional, pero también ético. Si esta realidad que le disgusta hasta ahora ha sido escondida, o explicada de manera tergiversada –parece que nos diga Adrian Nicole LeBlanc–, pues yo la voy a contar bien y completa. Lo hace.

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