Una cueva contra la intemperie
Presentación de 'Memoria del cuerpo. Poesía completa (1980-2024)', de Àlex Susanna
Un poema de Auden favorito de Àlex Susanna era la elegía en Yeats, donde leemos que "las palabras de un hombre muerto/se transforman en las entrañas de los vivos". Un destino severo ha querido que sea Álex quien ahora tenga que vivir ya para siempre en nosotros, sus lectores. En el prólogo de Memoria del cuerpo. Poesía completa (1980-2024) (Viena Edicions, 2025) la describe Jordi Llavina como "la obra de una vida", pero es mucho más: es, como dice un verso del poema Bodegón (Ángulos muertos, 2007) "una condensación de vida". No olvidaré que conocí Álex Susanna hace veinte años cuando vino a la Universidad Autónoma a explicarnos que el arte no es ninguna fantasía ni invención, sino la misma realidad pero vigorizada, o —por decirlo memorablemente como él— musculada. Como si la poesía fuera un gimnasio en el que tensar unas palabras que la rutina ha aflojado: el lugar de extremar, condensada, su potencia.
No es fácil generalizar nada sobre once libros escritos durante más de cuatro décadas. Yo los veo —sin dos títulos de juventud desterrado de la edición póstuma— como una secuencia de tanteos (que van de 1980 hasta el libro que en 1990 fue Premi Carles Riba, Las anillas de los años), dominados por una poesía añoreña, fiada a la idealización del recuerdo. Pero a partir de Bosques y ciudades (1994) y Suite de Gelida (2001), el poeta encuentra una estructura de libro redonda, de equilibrio perfecto entre los temas líricos que le preocupan: el arte, la naturaleza y, por supuesto, el amor -el erótico, el amor a los hijos, a los amigos, a todo lo que invita "a exprimir los días como una naranja"-. Porque quienes le hemos conocido convendremos que la actitud vital más característica de Susanna es, según Jordi Llavina, la "voracidad", un darse goludo y con pasión a todo lo que haga más vida la vida.
Encargar la presentación de un libro a un profesor es arriesgarse a que dé una clase. La de hoy contiene hasta tres lecciones, pero en todas ellas el maestro es Susanna. La primera es la de la experiencia. Alguien a quien la biografía pudo decantar como poeta "veneciano", novísimo de última hora, o epígono de Gil de Biedma, de quien fue gran amigo, se trazó un camino indiscutiblemente personal, aunque desde unos presupuestos inequívocos: los de la llamada poesía de la experiencia. Excluido su inicio "surrealista", Susanna abre el volumen con Memoria del cuerpo (de 1980, y título tan kavafiano) y el poema Las claves que, si algo pone de manifiesto, es que contra la opinión general el tema principal de esta corriente resulta más bien la inexperiencia: "No hay ninguna luna que te guíe / ni ninguna claridad escondida / que vagamente te ilumine". Lo claro era la decisión de rehuir la irracionalidad y el sentimentalismo, y fundar la expresión lírica en una realidad perfectamente objetiva, compartida por todos. En un epígrafe deEl último sol (1985), de nuevo el aval de WH Auden le anima a defender la opción realista; le dice el inglés que sólo es posible hablar del mundo en el que "todo el mundo, incluidos los científicos, nacemos, trabajamos, amamos, odiamos y morimos, [...] el mundo primario de los fenómenos tal y como es", con una desgarradora invocación final a "la más admirable de las deidades romanas, el dios Termini", como si la cons. En cualquier caso, a quienes, ignorantes o malévolos, hacen de un poema de la experiencia un simple registro vivencial, les convendría leer por ejemplo Fragilidad (Palacio de invierno). El yo poético consigna la cita amorosa con una mujer y como "dos copas no del todo vacías" —una de las cuales se romperá cuando intente limpiarla al día siguiente— son el emblema que sujeta la anécdota narrativa a un juicio moral, ya más allá de ningún autobiografismo. La "ventana del cristal" se convierte para siempre en el poema en la "fragilidad del amor". No de otro modo la (buena) poesía de la experiencia eleva una imagen a lo que Gil de Biedma denominaba "emoción significativa".
La segunda lección tiene por objeto la discreción del poeta. Susanna, como escribió Marie-Claire Zimmermann, nunca es "ni egotista ni egoísta", separada estrictamente la voz poética de la figura de hombre público. Nada más ilustrativo que elethos tan diferente de los dietarios y de las recopilaciones de poemas: los primeros racionalizan todo en frases cortas, analíticas; los segundos representan (con frecuencia en una sola oración) alguien de una intacta capacidad de sorpresa ante los vuelcos de la vida, entregado a la introspección y la epifanía. Por eso es, estilísticamente, el poeta de los puntos suspensivos, el de una stasis provocada por el misterio de la naturaleza, o por la afirmación de la vida inherente a los más modestos actos cotidianos. El cuidado puesto a no hacer que la voz suene demasiado rotunda o afectada es uno de sus rasgos más genuinos, formalmente traducido en un recurso aparatoso. Salvo aquellos poemas tan sensuales que haría extraño delegarlos a nadie (emitidos desde el pronombre de primera persona), dos tercios de la poesía de Àlex son enunciados con un tú desdoblado o bien desde uno nosotros. Todo para que la experiencia no pase por privada, como si ya se vislumbrara desde la perspectiva de alguien que la compartirá.
La lección final de Memoria del cuerpo enseña la función última de la poesía. Como Lavina bien detecta, si una palabra de Susanna designa la condición del individuo ajetreado de obligaciones, ésta es intemperie. Correlativamente, diremos que es el cobijo lo que puede procurarnos el arte. Música de cámara (Ángulos muertos), presenta al poeta armado de un lápiz, de una "mina de grafito" como herramienta suficiente, en los márgenes de los libros de los demás o en el borrador de los propios, para buscar justo lo que Naturaleza muerta (Suite de Gelida) describe reveladoramente como "una cueva, un entrante cualquiera / donde rehuir ese exceso de intemperie". Para Susanna, la poesía ofrenda, contra la desazón de la vida, la ilusión de un sentido y, sobre todo, una esperanza de perduración: "una mancha de luz / que nada puede fundir del todo". En sus primeros libros, es del todo recurrente la mención del verbo apuntalar por referirse por igual a la ayuda dispensada por los buenos recuerdos, la amistad, la lectura o el amor; Inútil poesía, de Suite de Gelida afirmará que un poema "puede hacer el papel de muletas / durante nuestra forzada / convalecencia moral".
Termino con el recuerdo de un impresionante poema deÁngulos muertos que resume buena parte de lo expuesto. Una voce in off recrea una singular experiencia vivida: la grabación en el Liceo de la ópera homónima de Xavier Montsalvatge, con el compositor presente, poco antes de su muerte. Mientras fuera descargaba una violenta tormenta sobre Barcelona, el músico veía interpretada una obra suya que le reconectaba con el propio pasado. Y de nuevo el leitmotiv del apoyo: "la cabeza apoyada sobre un bastón / como si fuera un fin balaustre del tiempo": también los poemas, definitivamente, son el "fin balaustre" que apuntala nuestros días. En la ópera de Montsalvatge una mujer dialoga con la voz grabada de su marido fallecido hace tiempo. Hoy una muchedumbre de lectores ya podremos entrar en conversación con la voce in off de Álex Susanna, intacta y viva para siempre, dentro de sus poemas.