Sandra Ollo: "Si algo soy, como editora y como mujer, es tenaz"
Editora de Acantilado
BarcelonaLa nueva sede de la Editorial Acantilado transmite la sofisticación de su catálogo, en el que conviven lo mejor de la literatura europea –de Montaigne a Stefan Zweig, Adam Zagajewski y Natalia Ginzburg– con nuevas voces como las de Charlotte Van den Broeck, Afonso Reyes Cabral y Helen Oyeyemi. Dirigida desde hace una década por Sandra Ollo (Pamplona, 1977), Acantilado acaba de ser reconocida con el Premio Nacional a la mejor labor editorial por "la excelencia" de su proyecto, que fundó y lideró Jaume Vallcorba (Tarragona, 1949 - Barcelona, 2014) en 1999 .
Se licenció en filología hispánica en la Universidad de Navarra el mismo año que nació Acantilado.
— Mi primer contacto fue con Memorias de ultratumba, de Chateaubriand. Pedí el estuche con los dos volúmenes a mis padres por mi cumpleaños. Poco después leí Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Si tengo que ser sincera, al principio me curiosó más Quaderns Crema que Acantilado.
¿Desde Navarra?
— Sí. Después de la primera carrera estudié filología inglesa, y teníamos una asignatura maravillosa en la que me hablaron de Robert Lowell. Es un autor con una parte oscura y hermética, y empecé a buscar traducciones de uno de sus libros, For the union dead. Encontré una en catalán, Muertos por la unión, en una editorial llamada Quaderns Crema. ¿A quién se le podía ocurrir publicar Lowell en catalán a finales de los 80? Al cabo de un tiempo conocí el loco que se había atrevido...
Era Jaime Vallcorba.
— Exacto.
Se acabaron casando y desde 2008 se trasladó a vivir a Barcelona. Ha estado vinculada durante dieciséis años a la editorial, y lleva ya una década al frente.
— No puedo entender Acantilado sin Quaderns Crema. Aún ahora me admira su catálogo: su osadía e inteligencia, y el amor por la lengua que transmite.
Son dos adjetivos que comparten con Acantilado. ¿Añadiría alguno más?
— El compromiso con nuestros autores, que acompañamos tanto tiempo como sea posible, y también hacia los lectores.
Hay muchos casos que avalan esta afirmación: Rafael Argullol, Josep Maria Esquirol o el malogrado Nuccio Ordine, que convirtieron en bestseller en 2013 gracias a La utilidad de lo inútil, donde defendía el valor de las humanidades. ¿Siguen estando amenazadas?
— La amenaza de las humanidades es una realidad en los actuales planes de estudios. Ahora mismo tengo una sobrina que quisiera estudiar letras puras en el instituto y no puede porque en ese centro no le ofrecen la posibilidad. O va a otro sitio, con todos los problemas que esto conlleva, o acepta lo que le proponen. Todavía ahora hay profesores que, en vez de empatizar y apoyar a los alumnos, les acaban haciendo replantearse lo que querrían hacer. No puede que todavía se repita "Lo que vale, vale, y si no a letras".
Acantilado se ha caracterizado por publicar ensayos accesibles y exigentes sobre arte, literatura, música, arquitectura... y también ciencia.
— Para mí, cada libro es como un pequeño máster sobre el tema que trata. Necesitamos a las humanidades, porque si no estamos desarmados ante el mundo. El humanismo es inconcebible sin la ciencia. Los primeros científicos eran denominados filósofos de la naturaleza. No fue hasta el siglo XIX cuando empezó la división entre ciencias y letras.
Cuando todavía estudiaba, ¿lo hacía con la aspiración de dedicarse a la edición?
— No. Durante un tiempo me atrajo la vida académica, quizás porque parece que, cuando estudias alguna carrera de humanidades, el camino más directo sea el de dedicarte a la enseñanza. Siempre he tenido una curiosidad constante por seguir aprendiendo, y aún no la he perdido.
El primer contacto con el mundo editorial no fue en Acantilado, ¿no?
— No. Formé parte de la cátedra de arte contemporáneo de la Universidad de Navarra, y desde allí editábamos una colección de pensamiento. Ni el ritmo ni los objetivos eran, claro, los mismos que dedicarse a un proyecto como Acantilado y Quaderns Crema.
En 2014, después de seis años de experiencia en la editorial, murió Jaume Vallcorba. Decidió continuar al frente del proyecto.
— Nunca me lo tomé como un reto o un estímulo. Seguí haciendo lo que había hecho hasta entonces, publicando libros. En lugar de pensar hacia dónde iba, pensaba que sería mejor pensar en el rastro que quedaba, como la estela de un barco cuando se aleja.
¿Fue el momento más difícil de su vida?
— Lo único que no se tambaleaba en mi vida era el trabajo, entonces. Acantilado fue un refugio, y estoy muy agradecida a todo el equipo de la casa, gente que me dio fuerza y confianza para seguir adelante.
Acantilado acaba de recibir el Premio Nacional. Un autor de la casa, László Krasznahorkai, recibirá en septiembre el prestigioso premio Formentor. Ahora mismo están en racha, pero imagino que no siempre es así...
— Los primeros meses de pandemia fueron de absoluta incertidumbre. El mundo se detuvo y las librerías estuvieron cerradas unos meses. Cuando volvieron a abrir, las ventas remontaron muy por encima de lo que se creía. A lo largo de esta década he tenido dudas y sigo teniendo, pero más o menos como todo el mundo que se encontrara en mi situación. Si algo soy, como editora y como mujer, es tenaz.
¿Todavía ahora Zweig es el autor más vendido de la editorial?
— También Fernando Pessoa, Joseph Roth, Nuccio Ordine, Natalia Ginzburg, María Belmonte...
Muchas editoriales buscan bestsellers. En Acantilado persiguen longsellers.
— Buscamos libros que no sean oportunistas, que ofrezcan una larga compañía a los lectores. Cada año publicamos alrededor de 40 novedades entre Acantilado y Quaderns Crema, y hacemos un centenar de reimpresiones de títulos del catálogo. Este año en julio ya hemos superado las cien.
Cada Navidad publican una temeridad, como los dos volúmenes –de casi 3.000 páginas– de entrevistas a escritores publicadas en la Paris Review o las 4.500 páginas del epistolario de Petrarca. ¿Es rentable?
— Las temeridades son posibles si queremos que lo sean. Proyectos como estos, que quizás no son rentables de forma inmediata, muestran una vez más que sentimos un compromiso intelectual, que queremos ayudar a construir nuestra cultura, aunque pueda sonar pomposo. Y Acantilado no somos los únicos que lo hacemos. Hay una constelación de sellos en Europa y en todas partes lo tienen igual de claro que nosotros.