Carles Morell: "La educación debería evitar el descuartizamiento"
Escritor. Publica 'Las variaciones del polvo'
BarcelonaAunque tenga poco más de 30 años, Carlos Morell (Artés, 1992) ya ha publicado media docena de libros. Debutó hace más de una década con Los vapores que matan (Galerada, 2014), que recibió el premio Amadeu Oller, y desde entonces ha combinado la poesía, con títulos como Disponibilidad (Payés, 2018); los dietarios, con Notas para un solo de Scriabin (A Contravent, 2017), y la edición de correspondencias como la de Joan Vinyoli y Eudald Puig (CCG, 2018). Las variaciones del pulso (Quaderns Crema, 2025) rompe un silencio editorial de siete años, pero contiene notas escritas hace casi una década en la que el autor reflexiona sobre la amistad, el amor, el nacimiento de la vocación literaria y la educación actual.
El primer autor que aparece en tu nuevo libro es Josep Pla. "El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar", asegura Pla en relación al Dietario del escritor y abogado Francesc Rierola, escrito a finales del siglo XIX.
— Hacer un dietario en catalán es, en cierto modo, un homenaje a Josep Pla. Fue él quien abrió el camino de esa literatura que decía de la observación. Lo saco al principio del libro y en muchos otros momentos. De hecho, Pla me acompaña hasta el final de todo. Un amigo me dijo que no hablara tanto de Pla, porque me dirían que quería parecerle, pero no le hice caso: no conozco a ningún francés que tenga reticencias a la hora de hablar de Baudelaire o de algún otro clásico indiscutible.
De vez en cuando le picas la cresta, como cuando en Notas dispersas dedica unas consideraciones a la familia ya la pareja...
— Estas páginas en las que Pla habla del amor físico caen en el ridículo. Es mi opinión personal. He hablado con en Pedro Rovira, con quien nos une una buena amistad, porque coincide con su concepción. El amor entre un hombre y una mujer debe ser físico para que exista, escribe en uno de sus últimos dietarios Rovira, el autor de La ventana de Vermeer [Proa, 2016] y Música y pulso [Proa, 2019].
Las variaciones del pulso es un dietario donde aparecen unos cuantos dietaristas con los que tienes o has tenido relación: está Pere Rovira, pero también Enric Soria y en Feliu Formosa, entre otros. Y está el poeta Lluís Solà.
— Con todos ellos he tenido o tengo amistad. Después de Las variaciones del pulso he ido escribiendo un libro de retratos de poetas vivos. Siempre nos quejamos de que no nos hacen demasiado caso. En este libro dedico retratos extensos a autores como Lluís Solà, Ramón Andrés, Pere Rovira... Otros poetas con los que me he visto últimamente son Narcís Comadira, Miquel Desclot y Carles Camps Mundó.
La mayoría de amigos del mundo literario que menciones al dietario superan los 60 años. "Existe el miedo a quedarme solo, ante una incomprensión total, poco a poco, cualquier día inesperado", escribes.
— Es una suerte tener amigos de entre 60 y 90 años. Algo importante es que son muy generosos: saben mucho más que yo, pero me dejan estar a su lado y puedo crecer y aprender con ellos. También da mucho miedo porque, claro, se van...
En un pasaje de Las variaciones del pulso explicas que te has entendido más con estos autores de otras generaciones que con los coetáneos. ¿Crees que tiene que ver con una timidez tuya que se ha percibido como "inmodestia aparente", en un miedo visto como "atrevimiento y petulancia"?
— A veces aprovecho el dietario para hacer examen de conciencia, y en un determinado momento me reprocho que la inseguridad a veces me ha hecho sentir demasiado seguro. Los tímidos parecen atacar al mundo, pero en realidad se sienten atacados. Es un reproche que me hice entonces: ha pasado mucho tiempo desde que escribí este fragmento, no le daría tanta importancia... Estamos hablando de edades muy tempranas y se evoluciona muy rápidamente.
El libro llega hasta tu 27 aniversario. Era un momento difícil laboralmente, en el que dudabas si dejar el trabajo de profesor de instituto. Leemos: "La mentira en las aulas es constante, se ha convertido en un ingrediente imprescindible".
— Me dediqué siete años a la docencia.
¿Acabaste plegando?
— Sí, sí, poco antes de cumplir los 30. Tengo un dietario posterior a Las variaciones del pulso en las que había unas cuantas notas sobre la educación, pero las terminé eliminando porque no quería transmitir ningún toque de amargura. Desde entonces hago trabajos para varias editoriales. He vuelto a Artés, el pueblo donde crecí, y estoy muy tranquilo en casa, escribiendo, paseando... Vivo mucho mejor que antes, desde el punto de vista de la calma. También como catalán. Después de unos años en Barcelona acabé dándome cuenta de que no era muy bienvenido, algo que no ocurre con los turistas.
Te quejas de la presencia menguante del catalán.
— Los retrocesos del catalán son cada vez más fuertes. Vivir residualmente en una ciudad como Barcelona, que también es tu casa, es horrible. La vida de pueblo me ha acabado haciendo más amable. Me he reconciliado con él.
Cuentas que en tu familia no había nadie de letras, pero aun así te apoyaron cuando dijiste que querías estudiar filología catalana.
— Vengo de una casa en la que prácticamente no había libros. Aun así, mis padres siempre me han dado toda la libertad para que estudiara lo que quisiera. Escribo desde muy pequeño, es mi vida. Lo vivo como algo muy natural.
Antes de ganar el premio Amadeu Oller con Los vapores que matan escribiste una novela. No sabía que el poeta Carlos Hac Mor fue uno de los primeros que la leyó y creyó en ti.
— Al principio, además de hacer poemas había escrito cuentos e incluso me atreví con una novela. Era un libro probablemente para romper, y así acabó. Pero en Carlos Hac Mor y elEster Xargay creyeron en mí desde muy pronto. Fueron muy buenos conmigo pese a las discrepancias ideológicas y sobre todo estéticas que teníamos.
Déjame volver brevemente a tu etapa como profesor. "Los equipos docentes son insufribles, típicas reuniones idiotas –aseguras–. Si no innecesarias, en todo caso pesadas del todo: podrían resolverse en cosa de un cuarto, y no de toda una hora interminable". De los alumnos te molestan los gritos en el aula y el tono agresivo que a veces gastan.
— Tuve un choque con el mundo de los adultos. Ahora ya me he adaptado a ella por pura supervivencia. No sé hasta qué punto los gritos tienen que ver con nuestro talante mediterráneo, que yo no lo tengo demasiado... En casa sabemos reír, pero somos formales. Cuando fui creciendo y vi cómo eran los adultos –el algarabía, todas las formas que se han perdido, la falta de educación– quedé muy decepcionado.
¿Te fallaban tanto los alumnos como los profesores, verdad?
— Sí. El profesor no debe ser sólo un modelo de lengua, también de conducta. Alrededor del mundo me encontré de todo: junto a muy buenos profesores había lamentables. La educación debería tener que ver con el buen trato, con la humanidad y con que a nadie se le pise. La educación debería evitar el descuartizamiento.