Un equilibrio milagroso entre el ruido y el silencio
Kristina Carlson, una de las escritoras más prestigiosas de Finlandia, deja de ser inédita en catalán gracias a Nits Blanques
- Kristina Carlson
- Noches Blancas
- Traducción de Tania Sierra
- 128 páginas / 16,50 euros
Una traducción inglesa de esta novela lucía una faja con una descripción muy precisa de lo que esconden sus ciento veinte páginas: "Una novela victoriana posmoderna sobre la Fe, el conocimiento y nuestras necesidades interiores". Kristina Carlson (Finlandia, 1949) es una de las escritoras más prestigiosas de Finlandia y El jardinero de Darwin, la primera que se traduce al catalán, es una de sus novelas más conocidas. Contrariamente a lo que insinúa el título, la novela no tiene un solo protagonista, ni es un jardinero, sino que está narrada por un conjunto de voces que representan la localidad de Downe, el pueblo inglés donde efectivamente Charles Darwin pasó más de cuarenta años de la vida en una casa con jardín donde hacía mil y un experimentos con semillas de plantas para tratar de satisfacer una curiosidad científica insaciable que le llevaría a escribir libros que cambiaron de arriba abajo la historia de la ciencia y, de paso, de la humanidad.
Como si la autora quisiera rendir homenaje a este cambio de paradigma, la forma en la que está escrito el libro corre por el fuera de los márgenes de lo que llamamos literatura convencional y remite directamente a las maneras que inauguraron Virginia Woolf y James Joyce: no sólo hay alternancia de voces, sino también de puntos de vista, de tiempos verbales, hay "yo" de lo más juguetones, y todo ello se desliza y brilla con un aliento poético ligado a un sentido de armonía notabilísimo. Todo el libro es como un canto a algo que debe acontecer, y no por casualidad el grueso de la acción ocurre durante las semanas de adviento, justo antes de Navidad: también es un libro que se pregunta sobre la posibilidad de la fe. Aparte de Woolf, hay momentos en los que el estilo y el tono recuerdan los libros escritos en círculos concéntricos de Ali Smith: es posible que ambas autoras tengan miradas similares sobre el mundo. Al menos, se preguntan si hay posibilidad de una chispa de luz al final del camino.
La ventriloquia de la autora es admirable: ¿cómo ha sido capaz de convertirse en quince o veinte voces de un pueblo inglés del siglo XIX? Como la rufaga y la nieve que recorren el pueblo, la voz narrativa se va metamorfosando en el dueño del pub, el padre viudo de dos hijos disminuidos psíquicos, una aspirante a escritora que tiene un club de lectura y muchos más. El ojo crítico de la autora dibuja con severidad a las personas que sólo malhablan de los demás y que son capaces de hacer sufrir el objeto de su chisme, aunque se detiene a indagar qué les mueve a comportarse así. Y hace gravitar la novela sobre dos polos opuestos: el pueblo que basa la vida en unas creencias y costumbres retrógradas reforzadas por la Iglesia en la que todos coinciden, y un personaje real, Charles Darwin, que no aparece en ningún momento, pero que sería uno de los catalizadores que darían la vuelta a la vida y estas costumbres provincianas. Y su gracia es que no se acaba de inclinar por ninguno de los dos extremos, sino que teje una red que posibilita enlazar el ruido del lavadero con el silencio del conocimiento interior.