Barcelona"Ahora les voces como salen de las clases, / escupejando los ojos, / entresuados ellos, las chicas con descarados pechos como limones, / y te detienes a mirártelos, maravilladamente confundido, / pensando qué es lo que te 'atrae, todavía, / de este alarde, loca y procaz, de juventud'. Así comienza uno de los poemas de La edad de oro (Quaderns Crema, 1983), libro de poemas que consolidó la voz reflexiva, serena y enamoradiza de Francesc Parcerisas. En esos momentos, el autor, traductor y profesor nacido en Begues en 1944 se acercaba a los cuarenta años. Ahora que está a punto de llegar a los ochenta, se ha decidido a reunir, en Triunfo del presente (Quaderns Crema), la obra poética escrita entre 1965 y 2000.
Es el tercer libro suyo que llega este 2024. Primero fue Ramillas (Ediciones 96), después la antología Siempre fuera hechizo (UB), compartida con Aurora Luque, y ahora recupera, en una versión ampliada, Triunfo del presente.
— Tengo muchas cosas en marcha ahora mismo. He ido reuniendo material para un nuevo libro de poemas, donde estarán los Ramillaspero también una plaquita que he hecho mientras leía la traducción de Kavafis de Eusebi Ayensa, que me ha gustado mucho, y más cosas que he ido escribiendo estos últimos años. Y tengo un dietario de cuándo estuve en la Universidad de Chicago en el 2015 y que debería ordenar. Veo que me hago mayor, que me acerco a la raya de la meta, pero en cambio me van saliendo más proyectos.
La primera edición de Triunfo del presente había salido en 1991 en la Columna de Àlex Susanna.
— La mayoría de libros que contiene son inencontrables. Aún queda alguna existencia de Fuegos de octubre [Cuadernos Quema, 1992] y de Naturaleza muerta con niños [2000]. Nada más... Me hacía un poco de angustia volver a mirarme Veinte poemas civiles, que publicó Ariel en 1967.
¿Por qué?
— Temía que sonara demasiado creído y que la voz fuera impostada.
Empieza así: "Podría escribir el poema / de la larga infancia, tenebrosa, / de la época del racionamiento / y de las mezquinas salidas hasta ciudad".
— Releyéndome encontré que la voz tenía una cierta naturalidad y que fluía bien. Ya se notaba la influencia de autores como Joan Salvat-Papasseit y Cesare Pavese.
Con Veinte poemas civiles ganó el premio Salvat-Papasseit en 1966, y pocos meses después Carles Riba con Hombres que se bañan. ¿Dónde y por qué nació su voz poética?
— No escribí poesía hasta que estuve en la universidad. Hubo un libro que me impresionó mucho y abrió una puerta, Una hermosa historia, de Miquel Bauçà [1962]. Me pareció que Bauçà escribía lo que yo quería decir... Cuando quieres escribir es más útil fijarte en modelos asequibles y que podrán ayudarte. Un buen maestro es esto. Si estudias filosofía, no necesitas Wittgenstein o Kant de profesores. Lo mismo ocurre con el fútbol. No te fijes en Messi, porque hay uno como él cada cien años.
Estudió filosofía y letras en la Universidad de Barcelona, ¿verdad?
— Sí. Tuve compañeros como en Josep Miquel Sobrer, Carles Miralles, en Pepito Benet i Jornet y Joan Lluís Marfany, con quien enseguida nos hicimos amigos. Para mí siempre ha sido un misterio que toda esa gente formada en el franquismo, en elespíritu nacional y todas estas collonadas, tuviéramos la manía de escribir en catalán. Nos formaron por ser unos fachas terminados.
Aprendía la lengua al margen de la universidad.
— A veces habíamos hablado de ello con en Quim Mallafrè, a quien también conocí en la facultad: en las clases de catalán nos enseñaban que el plural de los sustantivos que terminaban en-a se hacía en -es. ¡Esto nos parecía el teorema de Pitágoras! Éramos unos ignorantes patológicos.
Pero todos ustedes han terminado siendo muy reconocidos.
— Supongo que el calor de encontrarnos nos espoleó. Y también el hecho de que en esos momentos no había nada. Si escribías un poemeteno era difícil que te lo publicaran en alguna revista. Te sentías tan feliz como si hubieras ganado un premio la Noche de Santa Lucía. Vivíamos unas circunstancias muy distintas a las de ahora. Y los premios no tardaron en llegar, en algunos casos. En Pepito Benet ganó el Sagarra por Un viejo, conocido olor [1963]. La Montserrat Roig, el Víctor Català por Mucha ropa y poco jabón... [1970].
¿El ambiente familiar también le acercó a la palabra?
— En casa tenían cierta consideración por la cultura, pero no eran exactamente letraheridos. Éramos una de esas familias de la burguesía comerciante que recibían La Vanguardia, el Destino y más adelante el Sierra de Oro. Eran gente de orden, pero catalanes. No me atrevo ni a decir catalanistas.
Por su casa habían pasado gente como Josep Pedreira, editor de la Osa Menor, y el crítico literario Joan Triadú.
— También Jordi Cots [abogado, pedagogo y poeta], y los Sarsanedas. O Manuel Oltra, el músico... y varios pintores. Había cierto respeto por la cultura catalana. La cultura castellana también tenía un peso, claro, pero no era la nuestra, era una imposición. El respeto que teníamos por la gente que vivía en las catacumbas era muy grande, aunque fueran jóvenes y que no tuvieran un duro.
Participó en el encierro de la Capuchinada en 1966...
— Poco después me enviaron a hacer la mili a Jaca, y cuando volví en 1968 pasé unos meses en Barcelona, hasta que presenté la tesina, que hice con Xavier Rubert de Ventós y que era sobre las ideas estéticas de Jean-Paul Sartre. Entonces me fui a Bristol, y no volví hasta 1972. Desde allí me fui a Ibiza. Pasé siete años.
De los años ingleses salió uno de sus libros más experimentales, Latitudes de los caballos (Lumen, 1974). Poemas de Airín (1972), escritos en México.
— Fui hasta México persiguiendo a una moza, y cuando llegué ya me había dado calabaza. En aquella época, las relaciones empezaban a ser algo alocadas. Cuando me encontré con que ella ya vivía con otro me deprimió mucho. Suerte tuve, del dietario hindú al que iba apuntando algunas impresiones. México nada tenía que ver con el país de ahora. Pasé por Chiapas, por el Yucatán... todo esto de la ruta de costa de la Ribera Maya no existía. Iba con una mano delante y otra detrás, era muy hippioso. La biblia que llevaba en ese viaje era una edición inglesa de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry.
A medida que vamos releyendo los libros de Triunfo del presente nos damos cuenta de que el amor es uno de los grandes temas. ¿Está de acuerdo?
— Quizás la cosa más esencial es el paso del tiempo, que está marcado por el presente. momentos de amor nos parecen inolvidables.
¿Qué otros elementos tienen una presencia más recurrente en el libro?
— El paisaje. Y también existe un elemento de reflexión sobre la escritura y sobre la poesía. Diría que nunca he escrito un libro sobre ningún tema en concreto.
Antes de La edad de oro hay algunos poemas que se fijan en momentos concretos de la historia, como la Guerra de Vietnam. Pienso en Napalm, incluido en Hombres que se bañan (1970): "El incendio de los cuerpos, la sádica, mística llama, / el aroma quemado, devastado infierno de la muerte"...
— En los años 60, la presencia de la política en nuestras vidas era impresionante. Además de la Guerra de Vietnam estaba la Dictadura de los Coroneles en Grecia, y después las de Argentina y Chile... Esta generación mía pensamos que esto se podía cambiar. Y en algunos sitios pasó. Yo había ido a las manifestaciones de Inglaterra contra la bomba nuclear. Me acuerdo en Trafalgar Square, escuchando un discurso de Bertrand Russell, que ya tenía 90 años. Me acuerdo leyendo una revista, Peace News, donde colaboraban muchos poetas jóvenes, como Allen Ginsberg o Roger McGough. Había un clima que hermanaba.
¿Era mejor que ahora?
— En los años 60, cuando estabas fuera y hacías autostop, la gente se detenía y te cogía. Te decían brother, y tú a ellos. Te llevaban a casa y dormías en un colchón en el suelo, ya veces incluso te invitaban a un puerro. Ahora si ves a alguien haciendo autostop aceleras porque piensas que es el destripador número 100. Quizá eso que te decía de los años 60 todavía exista entre la gente joven, pero creo que debe ser muy diferente. Cuando yo vivía en Bristol, cada semana salía un autobús hacia Katmandú desde Piccadilly, en Londres. Cogías un billete y te ibas como si tomaras un autobús interurbano. Era maravilloso, poder ir a sitios como aquel. Ahora quizá te matarían.
Además de dar clases, primero en institutos y después en la universidad, y de escribir poemas, ha hecho muchas traducciones: JRR Tolkien, Edgar Allan Poe, Cesar Pavese, Ezra Pound, Francis Scott Fitzgerald, Seamus Heaney, Ted Hughes. .¿Hay algo que le haya quedado por hacer?
— Hay cosas que he empezado y se han quedado por el camino. William Carlos Williams, Wallace Stevens... Me gustaría volver a traducir Seamus Heaney, pero es difícil, y ahora que ya no está vivo no le puedo hacer preguntas, como había hecho antes. Heaney me gusta mucho: lo hice La linterna del espino (Península, 1995), y después de que ganara el Nobel preparé una antología de ensayos buenísimos, De la emoción a las palabras (Anagrama, 1996), que me sugirió Jordi Herralde porque con Heaney éramos amigos... Enseguida me dijo que sí, aunque en aquellos momentos le llovían ofertas de todas partes.