Historia del profesor que supo transmitir el amor por la literatura a sus alumnos
BarcelonaHace pocos días se presentó en la pequeña y gran Librería +Bernat el libro de Gabriel Lara de la Casa Literatura a flor de piel (Libros Cúpula, 2024), con una asistencia fabulosa. Se cuenta: la mitad de los presentes eran alumnos del autor, que da clases de literatura en un instituto cercano: chicos y chicas de 14 a 16 años.
Se conoce la dificultad que tienen los profesores para enseñar literatura. Varios factores, no sin importancia la facilidad con la que se obtiene información en los teléfonos móviles –no se utilizan demasiado, o nada, para leer literatura–, han hecho que todas las ciencias humanas hayan entrado en declive, hasta el punto de que un día no se podrá ni pedir a los exámenes de selectividad prueba alguna que demuestre que los jóvenes han leído y que han entendido lo que leen. Los resultados, por ahora, son penosos.
Eso sí: un buen profesor sabe cómo hacer entrar la literatura en la piel de los jóvenes, en especial si elige buenas lecturas para tal propósito. En su libro, Lara habla de Valle-Inclán, Unamuno, Salinger, Kafka, O'Henry, García Lorca, Mary Shelley y William Golding. De cada uno de ellos Lara explica por qué le gustan –por eso tiene tanto éxito como enseñante, porque tiene pasión por la literatura, y las pasiones se encomiendan fácilmente a las personas jóvenes–, y añade una carta dirigida a cada uno de los autores, remachando las razones por las que los ha leído con placer.
Es digno de aplauso que un profesor de instituto haya conseguido que sus alumnos saquen las mejores notas del establecimiento, y es digno de admiración que la sala de la librería estuviera llena de chicos y chicas tan jóvenes, todos sus alumnos de ahora o de años atrás, que disfrutan o disfrutaron un día de su enseñanza. A las siete de la tarde habrían podido quedar –como suelen hacer– para hacer una birra, salir con la pareja o escuchar músicas estridentes.
Esto significa que la batalla no está perdida. Pero hay que afirmar una cosa: mientras los profesores de literatura, y de cualquier cosa, no estén evaluados como docentes con una gran capacidad didáctica, con un verdadero amor por la “materia” –aunque la “materia” sea todo espíritu, en el nuestro caso–, no se resolverá el problema que ha puesto de manifiesto el último informe PISA.