Hace unos meses que he entrado en contacto con el mundo de la docencia y, por tanto, me estoy familiarizando con conceptos, siglas y dinámicas que hasta hace poco me eran ajenos. Por ejemplo, había oído hablar del PLEC, el Plan Lector de Centro que pretende fomentar los hábitos lectores del alumnado, pero no había tenido la oportunidad de observar cómo funciona realmente. Las sesiones de PLIEGO que he observado consisten en lo siguiente: el alumno debe llevar un libro y leerlo durante media hora lectiva diaria mientras el docente hace lo mismo.
Entiendo las buenas intenciones que hay detrás de esta iniciativa, pero debo reconocer que la idea no sólo me parece poco eficaz, sino contraproducente. Hay que tener en cuenta que destinar media hora a la lectura en un aula de segundo de ESO, por ejemplo, implica que, como mínimo, los siete u ocho primeros minutos volarán entre que los niños se sientan, hacen más o menos silencio , cogen el libro y dejan de intercambiar con los compañeros miradas y carcajadas. En un mundo y un aula ideales, por tanto, el alumnado tendría veintidós minutos para abrir el libro, recuperar el hilo de lectura y leer hasta que comience la siguiente clase. Veintidós minutos en un escenario idílico, como decía; quizás diecisiete minutos, más o menos, en una clase estándar.
¿Tiene sentido querer impulsar el amor por la lectura haciendo que los niños lean un cuarto de hora largo en clase? Quizá alguien dirá que es mejor eso que nada, pero… ¿que tal vez esto y nada son casi lo mismo? Entiendo que se diga "esto es mejor que nada" cuando nos referimos a que es mejor andar veinte minutos que andar nada, o que es mejor comer una pieza de fruta que no comer ninguna. Pero leer no es un acto tan automático como mover las piernas o morder una manzana, sino que parte de su encanto reside, precisamente, en dedicarle un tiempo, una predisposición, un clima adecuado. ¿Y qué tiene de clima adecuado, un aula en el que ni siquiera el profesor es capaz de concentrarse, pendiente ahora de uno ahora de otro y consciente de que esa página que ha repasado tres veces tendrá que devolverla ¿a leer porque no ha retenido nada?
Lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, el objetivo de un plan lector no debería ser forzar a los alumnos a pasar la vista por encima de un puñado de letras durante veinte minutos, sino hacerles partícipes de experiencia de leer con cierta calma, desde el disfrute y la concentración. No tengo la solución definitiva para el dilema de cómo conseguir esto, naturalmente, pero me pregunto si no sería más interesante, por ejemplo, agrupar las medias horas de lectura diarias y concentrarlas en una única sesión durante la cual el alumnado pueda leer en un contexto favorable, aunque sea un día a la semana. De la misma manera que una persona no amará el ciclismo haciendo veinte minutos de bici estática dentro de la habitación de planchar, tampoco podemos pretender que el alumnado se anime a leer con estos métodos que, por bienintencionados que sean y aunque queden sobre el papel, nos generarían rechazo incluso a los lectores convencidos.