Mariana Enriquez: "Sobre la mesa había una bola enorme: era cocaína"
Escritora
BarcelonaLa popularidad de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) no ha dejado de crecer durante la última década en todo el mundo. Esta semana decenas de lectores de la autora argentina se han quedado fuera de la nueva librería La Central de Consell de Cent, donde presentaba la reedición de la novela Cómo desaparecer completamente. Publicada en el 2004 y recuperada ahora en Anagrama, se adentra en la vida de un adolescente, Matías, que se obsesiona con la idea de huir de Buenos Aires, en parte porque tiene un hermano mayor viviendo en Barcelona. El hallazgo de un paquete de cocaína podría ser el golpe de suerte que estaba esperando.
La última vez que hablamos me dijo que estaba a punto de realizar un traslado importante. ¿Ya se ha instalado en Tasmania?
— Sí. Vivo desde marzo con mi marido. Aún no tengo la cabeza en su sitio para encontrar la nueva rutina, tranquila y aburrida, que desearía para seguir escribiendo. Uno de los retos más bestias de toda esta aventura ha sido realizar el traslado de mi biblioteca.
¿Se han llevado muchos libros a Tasmania?
— Unos 5.000. Y me he deshecho de unos 1.500, muchos menos de los que hubiera querido. Los libros están ahora en Australia, y no volverán a Argentina.
¿Es un traslado definitivo?
— La intención es que lo sea.
Ha viajado hasta Barcelona con dos libros en los mostradores de novedades: uno nuevo, Archipiélago (Ampersand, 2025), y la recuperación de la novela Cómo desaparecer completamente.
— Archipiélago forma parte de una colección de la editorial argentina Ampersand en la que se pide a un autor que hable de su relación con la lectura. Han participado, entre otros, Alan Pauls, Ida Vitale, María Moreno, Margo Glantz... En mi caso, me pilló en pleno proceso de pensar en el traslado de la biblioteca, lo que me sirvió para ir configurando el archipiélago de libros que han acabado configurando mi gusto. En la época en que escribí Cómo desaparecer completamente estaba obsesionada con Roberto Arlt, Hubert Selby Jr. y Dennis Cooper. Leía mucho realismo sórdido.
Hace 21 años que publicó Cómo desaparecer completamente. ¿Qué recuerda de esa época?
— Sí. Y muchos más que estaba escrita. Me puse antes de la crisis del 2001, un momento muy jodido de la historia reciente de mi país. Para salir adelante tenías que tener cuatro o cinco trabajos. Era una situación muy angustiosa. Vivías con la sensación de estar atrapada. Era imposible huir. Ésta era una de las emociones que trasladé a Matías, el protagonista del libro.
¿Las periodistas como usted también necesitaban tener tanto trabajo?
— Por supuesto. En esos momentos trabajaba para Página/12 y para otros tres medios. También escribía guiones para Canal Rural. Durante una época lo supe todo sobre la fiebre aftosa de las vacas. Y aún tenía otro trabajo: modernizar el castellano hipercastizo de algunas traducciones antiguas de clásicos, como Crimen y castigo, de Dostoyevsky.
Me atrevería a decir que Raskólnikov y su Matías tienen más de un punto en común: el nihilismo, el anhelo de cambio, la rabia... y tomar decisiones arriesgadas. Por suerte, Matías no mata a ninguna vieja usurera.
— Mi personaje está igual de loco que el de Dostoyevsky. No puedes robar droga a un traficante y pretender venderla como si no ocurriera nada. Éste es el punto que quizá suena menos verosímil hoy, pero en Argentina de la época era posible.
¿Por qué?
— Cuando escribía esta novela ya no tomaba tanta droga como antes, pero tengo flashes de lo vivido y recuerdo, por ejemplo, haber entrado en pisos de amigos donde también estaba el traficante repartiendo la droga. Una vez había un chico, que después acabó encarcelado –quizás ahora ya está muerto–, que tenía, sobre la mesa, una bola enorme: creía que era una lámpara, pero era cocaína. A su alrededor había colegas rascándola para hacerse rayas mientras él llenaba bolsitas.
¿Cómo sería ahora?
— Ahora el ambiente es mucho más peligroso, al menos en Argentina. Desde que empezaron a venderse drogas sintéticas y otras sustancias, la cosa se fue complicando. Cuando yo era joven, el traficante se sacaba un dinero extra vendiendo droga, pero de día hacía de taxista o pintaba pisos. Había una ventana de oportunidad para muchos traficantes de clase media baja. Ahora mueve tanto dinero que se ha convertido en una industria. Una industria criminal, por cierto.
Matías vive con una hermana que tiene la cara deformada, un padre abusador y una madre que dice que entre todos la están matando.
— La madre se hace la víctima, pero es cómplice del sistema, una malparida. Nunca he escrito desde la corrección política, pero en esta novela se hace más evidente que en otros libros. Aquí muestro una clase media en absoluta decadencia.
La válvula de escape es la música rock. Esto también sería distinto, si la novela ocurriera ahora.
— Seguro que sí. Ahora los personajes escucharían música urbana, seguramente. En los 90, además de escuchar rock, me gustaban grupos como Wu-Tang Clan, Public Enemy o NWA, pero no me ha interesado demasiado la evolución del rap hacia la música urbana. Fue el último momento en que el rock ocupó la avenida principal de la música. No me quejo de que ya no sea así. Cada uno es de su época.
Cómo desaparecer completamente Qué es su novela más desesperanzada?
— Sin duda. Paradójicamente, es la que tiene el final más feliz de todos.
¿Cómo lo hizo para seguir escribiendo, después de caer al fondo del pozo con esta novela?
— Me salvó escribir género. Un año después de Cómo desaparecer completamente hice mi primera incursión en el terror con un relato, y gracias a esto voy acabando publicando mi primera recopilación, Los peligros de fumar en la pierna (Anagrama, 2009).
En el libro, la gran esperanza es marcharse a Barcelona, al igual que el hermano. ¿Cuál fue la primera vez que fue a Barcelona?
— Debió de ser el verano del 97 o del 98. Entre entonces y el 2005, la mayoría de mis amigos vinieron a vivir a Barcelona a causa de la crisis. Mis viajes me ayudaron a derrumbar el mito. Barcelona es una ciudad magnífica para algunas cosas, pero para otras no.
¿Por qué?
— La gente no te decía de qué vivía realmente, o cómo vivía, en Barcelona. El migrante se va a un lugar donde aceptará hacer cosas que en su país serían impensables. Me impresionó que los amigos que vivían en el Raval compartieran el lavabo con otros vecinos.
¿Cómo es?
— Porque si algo hay en los países sudamericanos es espacio. Cualquiera puede permitirse tener su propio aseo, aunque sea construyéndolo él mismo de forma precaria en el patio.
¿Cómo vivió que se hablara catalán en Barcelona?
— El primer viaje le sentí menos. El segundo, mucho más. En una ocasión recuerdo que casi todo el mundo hablaba catalán en Barcelona. Ahora han vuelto a cambiar las cosas, o me parece.
Uno de los mitos sobre los catalanes es que no cambiamos de lengua cuando alguien nos habla en castellano.
— Conmigo siempre han cambiado enseguida. Quizás, en parte, porque no soy del país y enseguida se me nota un acento distinto. Soy muy consciente de que existe un problema con España. Como estoy de fuera, este problema no lo tienen conmigo.