"En cada misterio, existe una partícula de verdad general". Lo escribe Joseph Conrad, maestro de los misterios del alma humana, en la novela breve Amy Foster (L'Avenç), traducida ahora al catalán por Josep M. Muñoz Lloret. Es la historia de un inmigrante polaco en Inglaterra, donde llega después de un naufragio, sin saber muy bien dónde está. En realidad, esto es lo que les ocurre a todos los que se marchan de su tierra: una vez llegados a destino, los primeros tiempos se sienten fuera de lugar, no conocen el idioma ni las costumbres, se hunden en la nostalgia, les cuesta adaptarse, notan rechazo, no tienen nada claro cómo sobrevivirán, están asustados y desorientados.
Conrad, el autor de la archifamosa El corazón de las tinieblas, sabía de lo que hablaba. Él mismo, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, huérfano a los 11 años, se marchó solo de su país cuando todavía era un adolescente. Trabajó durante dos décadas en la marina mercante y poco antes de cumplir los 40 empezó su carrera literaria, que le convertiría en uno de los grandes autores en lengua inglesa del primer tercio del siglo XX. Autodidacta, hablaba perfectamente polaco, inglés, alemán y francés.
¿Cuál es el misterio del rechazo o el miedo al inmigrante, al distinto? En Amy Foster hay algunas pistas. El protagonista, que durante buena parte de la narración no tiene ni nombre, se siente un forastero "perdido, indefenso, sin ser entendido". Lo ven como un vagabundo, como "una especie de gitano peludo". Proviene de un lugar oscuro de la tierra que nadie conoce. Algunos chicos le tiran piedras y la señora Finn, asustada, le golpea con el paraguas. Sólo inspira una "compasión impulsiva" a Amy Foster.
Él quería ir a América a hacerse rico y al final ha salvado la vida de milagro, único superviviente del pecio. En realidad, ha sido víctima de una mafia que explota la desesperación de los campesinos eslavos prometiéndoles el paraíso. Ha pagado su viaje frustrado a precio de oro. Es lo que ahora ocurre con las pateras del Mediterráneo: los muertos ya no cuentan y los vivos nos molestan. Como por arte de magia, de víctimas pasan a ser sospechosos o directamente culpables. ¿No ven que aquí no hay sitio para todos?
Conrad lo describe con precisión. Salvo Amy, en el rincón de Inglaterra donde va a parar Yanko –es decir, Juan pequeño, éste es su nombre–, la mayoría no tienen "suficiente imaginación" para preguntarse si aquel hombre no es está muriendo de frío y de hambre. Como no lo entienden, alguien piensa que es vasco, de lo que "no se deducía necesariamente a que entendiera el castellano". Al final, el viejo Swaffer, con fama de excéntrico, se le queda por ayudarle a la granja a cambio de cobijo y comida.
En fin, la historia sigue y tiene un giro sorprendente. Conrad es muy bueno, tanto en las tramas como en la psicología de los personajes, su ambigüedad moral, sus conflictos interiores. Con pocas pinceladas crea todo un universo humano o inhumano, la línea a menudo es delgada. ¿Cuál es el estado de ánimo del Yanko? "Del silencio de los campos, se desprendía una sensación de tristeza penetrante, como la que inspira un grave acuerdo musical". ¿Qué le sacude el corazón? "El amor tal como lo entendían los Antiguos: un impulso irresistible y fatídico –¡una posesión!"
Sí, los inmigrantes también son penetrados por la soledad y por el amor. Son como todos nosotros. La verdad es que todos somos o hemos sido inmigrantes, todos hemos pasado por el trance de sentirnos fuera de sitio, incomprendidos, desesperados. Quizá éste sea el sencillo misterio del rechazo al inmigrante: son un espejo de nuestras penas e inseguridades, un espejo donde no queremos vernos reflejados.