BarcelonaA veces la actualidad nos devora. Estos últimos días, paso horas leyendo sobre la catástrofe de Valencia, como si sabiendo más cosas pudiera encontrar alguna explicación para que en 2024 las cosas vayan así en este país, como si los datos, los hechos, las fotos, los expertos, los testigos, pudieran dar algún sentido a la desgracia. Del mismo modo obsesiva, hace semanas que me informo sobre el juicio del caso Pelicot, especialmente a través de la cuenta de X de la periodista Juliette Campion, que hace un seguimiento exhaustivo. En ambos casos, me trastoca darme cuenta una vez más de que vivo en una realidad asquerosa e incomprensible: inverosímil. Los medios y las redes nos conmocionan a diario, pero la literatura también, y lo hace a cámara lenta, sin la urgencia de la imagen que huye o el tuit que se olvida.
Últimamente he leído dos libros que me han sacudido en este sentido. Uno es Triste tigre, de Neige Sinno, publicado en Anagrama. Sinno, escritora y traductora, habla de las violaciones reiteradas que sufrió por parte de su padrastro entre los 7 y los 14 años, y reflexiona sobre los abusos diseccionando todos sus estadios: la percepción de la criatura, los motivos del silencio, el momento de la denuncia, la irreparabilidad de todo ello, las hipótesis sobre la psicología del agresor, la rabia contra la madre ciega, el sexo después de ello, la relación con la maternidad y los hijos propios, la sospecha permanente, la tara, las secuelas. La potencia del libro no reside sólo en la atrocidad de lo que se explica (y eso que la autora da pocos detalles gráficos y concretos, pero da lo suficiente y bien elegidos para que te queden grabados a fuego en la memoria), sino también en el tono, que es afilado como una hoja de cuchillo: frío, cortante, violento. La autora no busca la lágrima ni la compasión del lector, sino su rabia.
El segundo libro es D13: crónica judicial, de Emmanuel Carrère, publicado también por Anagrama. D13 recoge las crónicas semanales que este reputado escritor escribió para Le Nouvel Obs durante el juicio por los tres atentados yihadistas de París del 13 de noviembre de 2015, en los que murieron 130 personas. Carrère narra el proceso judicial fijándose en todos los puntos de vista -desde los periodistas hasta los abogados o el tribunal, desde las víctimas hasta los acusados- en unos textos que van al fondo de la cuestión y evitan el posicionamiento más fácil y simplificador. Sí, vemos todo el horror que se vivió en la sala Bataclan, pero también leemos la historia, en algunos casos tristemente absurda, de los cómplices vivos y de los asesinos que se inmolaron (todos muertos menos uno, con un cinturón que no estalló por razones que no llegaremos a aclarar, y que se sienta en el banquillo).
Libros incómodos
Una de las cosas que más me gustan de estos dos libros es que son incómodas de leer, y creo que al mundo le conviene someternos a esa incomodidad que ahora se evita a todo. Lo que me fascina es que plantean más preguntas que respuestas. Corren unos tiempos en los que todo el mundo está dispuesto a decirnos qué debemos pensar. Las ficciones son moralizadoras: siempre debe quedar claro qué está bien y qué no, y los personajes tienen cada vez menos claroscuros (no es que sean planos, es que son radicalmente monocromos). Carrère y Sinno nos ponen ante los ojos una realidad estremecedora y nos ofrecen los datos y los testigos para que seamos nosotros los que lleguemos a las conclusiones: en el caso de Triste tigre, las conclusiones son tan claras que aplastan; D13, sin embargo, nos deja un poco a la intemperie.
La gente dice que lee para huir. Yo digo que también leemos por todo lo contrario: para encontrarnos. Buscamos en la literatura, incluso en la de ficción, relatos que nos permitan entender mejor el mundo y las personas que demasiado a menudo nos parecen inverosímiles e incomprensibles, o incluso que nos ayuden a entendernos mejor a nosotros mismos y las contradicciones. Por eso necesitamos buenos escritores que narren el mundo tal y como es. Quisiera leer el libro de la crónica judicial del caso Pelicot. Sería escalofriante, como es escalofriante leerlo cada día en X. Quisiera leer también una crónica que repasara los hechos y los testigos de la DANA en Valencia. Y las condenas judiciales, si llegan. No es por morbo. En absoluto. Convertir la realidad repugnante en literatura incómoda es darle el reconocimiento que merece, es hacerle un monumento de palabras. Porque un monumento es una "obra edificada para perpetuar el recuerdo de una persona o algo memorables". Y tanto lo que ha pasado en Valencia como lo que ha pasado con Gisèle Pelicot son cosas que haríamos bien en no olvidar.