Literatura

Una parodia politizada y delirante del universo de James Bond

Percival Everett, autor de 'Dr. No', considera que en literatura no hay nada sagrado y, por tanto, todo es creativamente factible y aprovechable

Sean Connery encarnó al agente secreto James Bond en varias películas
3 min
  • Percival Everett
  • Traducción de Jordi Martín Lloret
  • 288 páginas / 21,90 euros

Percival Everett (Georgia, EE.UU., 1956) es un escritor y profesor afroamericano conocido por su eclecticismo, por su imaginación endemoniada, por la habilidad y el atrevimiento a la hora de mezclar un sentido del humor desgarrado y frenético y una mirada política disolvente, por la soltura salvaje con la que toma las convenciones de los géneros más dispares y las desmonta y las vuelve a montar a su manera explosiva, gimnasia y entretenida.

Versátil e irreverente, juguetón e incendiario, Everett tanto puede hacerte una fantasía de venganza racial con una intriga policial fascinante y elementos de terror gótico del sur estadounidense, tal y como ya hizo en la magnífica Los árboles (en catalán en Angle), como un retrato sarcástico y realista de las imposturas y los juegos de vanidades del mundo literario –American Fiction, una de las películas del año según la crítica, está basada en una de sus novelas–. Nada le es ajeno, porque sabe cómo apropiarse de todo. Nada le resulta demasiado extraño o delicado, porque para él en literatura no hay nada sagrado y, por tanto, todo es susceptible de ser profanado, es decir, todo es creativamente factible y aprovechable.

En Dr. No, aparecida originariamente en 2022 y de nuevo publicada en catalán por Angle con una buena traducción de Jordi Martín Lloret, los clichés de género con los que juega Everett son los de las historias de espionaje al estilo James Bond –el título no podría ser más bondiano–, con agentes secretos –aunque, aquí, el protagonista no es como el héroe de Ian Fleming sino más bien un antihéroe hitchcockiano con síntomas del espectro autista–, con complots en gran escala que incumben a las más altas esferas, con subtramas enrevesadas y golpes de efecto y, sobre todo, con un malvado megalómano, que aspira a dominar el mundo para destruirlo o destruir el mundo para dominarlo. Naturalmente, Everett especia todo esto con elementos extravagantes –un perro con sólo una pata que tiene diálogos filosóficos con el protagonista cuando éste duerme– y con su habitual mirada política, que aquí se centra en el racismo sistémico estadounidense –y en los agravios legítimos acumulados por los ciudadanos negros– y en los prejuicios y sesgos de la misoginia.

Una superproducción del delirio

El argumento es fabulosamente inverosímil y, al mismo tiempo, el mar de sencillo. El multimillonario John Sill, un hombre que va por el mundo contando sin tapujos que quiere ser un supermalo de James Bond, se pone en contacto con el profesor universitario Wala Kitu, un “matemático experto en nada”. Es importante no confundir “nada” con la nada, con la no-materia, con el cero, con la vacuidad, con la materia oscura de la cosmología o con cualquier equivalente de la inexistencia y el nihilismo. Everett tiene bastante gracia jugando con los equívocos en torno al concepto de “nada”.

El profesor Wala Kitu se pasa la vida haciendo nada, estudiando nada y deseando nada, y el malvado multimillonario Sill lo contrata, precisamente, porque quiere usar el “poder de nada” para ajustar cuentas con la estructural injusticia racial de los EE.UU. Todo ello remite a ese mítico episodio de la teleserie Seinfeld en el que los protagonistas pretenden realizar un show “sobre nada”, pero aquí todo es más rocambolesco, una superproducción del delirio, la metaliteratura, la mecánica cuántica y la sociopolítica. Si no supiéramos quién es el autor, podríamos pensar que Dr. No es el resultado de una conversación febrosa y llena de chistes entre Larry David, John le Carré, Samuel Beckett, Malcolmo X, Kurt Vonnegut y J. Robert Oppenheimer, transcrita libremente por un mecanógrafo pasado de speed. Pero no: el autor es un virtuoso de los disparates brillantes, de los diálogos rápidos y de las bromas con mala leche política llamada Percival Everett.

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