El premio Sant Jordi de Roc Casagran: una novela motivacional
La sensación que deja 'Somíamos una isla' es la de estar leyendo la explicación plana, unívoca y maniquea de una biografía más que la expresión compleja, plural y problemática de una vida


'Soníamos una isla'
- Roc Casagran
- Universo
- 288 páginas / 21,90 euros
"Te quiero y esto es un grito de auxilio. Te quiero y eso es un hagámoslo juntos, por favor". Son las dos frases de apertura de Soñábamos una isla, la novela con la que Roc Casagran (Sabadell, 1980) ha ganado el premio Sant Jordi 2024. Son frases que avisan cómo será la novela: establecen las coordenadas narrativas y estilísticas –un realismo de tonos poéticos–, marcan su orientación ética e ideológica –en humanismo de ecos utopistas– y en a flor de piel.
La protagonista y narradora de la novela es Carla, una mujer en la cuarentena, casada, madre de dos hijos, guionista y productora audiovisual, que está encarando la recta final de una crisis matrimonial de campeonato y de una tragedia íntima que no descubriremos hasta el final. Desorientada pero llena de buena voluntad –la buena voluntad, tanto por parte del autor como de los personajes, es omnipresente en la novela– y en un momento álgido de su carrera profesional –está a punto de estrenar una serie documental–, Carla se propone superar la crisis haciendo balance de su vida, inventariando ilusiones, reparos, reparos y deseos. La forma en que elige hacerlo es escribiendo al hombre que ama, al que ha traicionado y ha hecho daño, y que naturalmente está dispuesto a perdonarla.
Una trayectoria vital desplegada de forma mansa y previsible
El relato vital de Carla tiene como eje central traumático el haber sido criada por una madre soltera que nunca le ha hablado de su padre. Esta ausencia de progenitor, más el hecho de que con la madre no se comunican abiertamente hasta que ya está a punto de morir, no hacen que Carla sea una mujer desestructurada, pero sí la desestabilizan. El suyo es, en todo caso, un trauma blando, que le afecta tovadamente. Así, su trayectoria vital (vida en el pueblo, entrada a la edad adulta, amistad con un chico triste, promiscuidad juvenil, trabajo, enamoramiento, hijos, condiciones de la maternidad, rutina, dudas, infidelidad, acto de contrición y reparación, y superación final) se va desplegando ante el lector de una. No ayuda a que la prosa de Casagran sea eminentemente funcional, especiada por algunos clichés y fósiles retóricos –"las dinámicas endemoniadas del capitalismo", "nuestro horizonte era ser felices", "se llenaron los pulmones de utopías", "el desastre de mundo que estamos construyendo" es recurrente. La sensación que deja todo es la de estar leyendo la explicación plana, unívoca y maniquea de una biografía más que la expresión compleja, plural y problemática de una vida.
Para ampliar el perímetro narrativo y metafórico de la novela, Casagran usa el motivo de las islas, que obviamente es el tema de la teleserie documental de Carla, quien aspira a ser "un espacio para reflexionar sobre la humanidad y el planeta". Intercalados en el relato personal de Carla, hay pasajes que cuentan, de una manera entre wikipédica y recreativa, la historia, las vicisitudes y los habitantes de ocho islas singulares y remotas, cada una de ellas (grandes, pequeñas, naturales, artificiales, posibles paraísos o escenarios trágicos) diferente a las demás. El recurso de intercalar informaciones sobre las islas desrutiniza la lectura pero no desconvencionaliza la novela. También son el pretexto para que la narradora reflexione sobre diversas cuestiones –la soledad y el compromiso, la comunicación y la incomunicación– que tienen que ver con esto que hemos convenido en llamar a las relaciones humanas. Al fin, claro, Carla encuentra "la fuerza para escalar el abismo". Supera las dificultades que le asedian gracias a la pura fe en el "seguimos" juntos, no a través de la asunción conflictiva de la complejidad de la vida y del mundo.