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Literatura

Roc Casagran: "Con los hijos he hecho lo que creía normal que debía hacer cualquier padre"

Escritor. Premio Sant Jordi con 'Somíamos una isla'

Entrevista en el escritor Roc Casagran.
19/02/2025
4 min
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BarcelonaRoc Casagran (Sabadell, 1980) lleva más de media vida publicando libros. Debutó como poeta con Las calles de las fábricas (Viena, 2002), gracias al premio Martí Dot de Sant Feliu, y 22 años después –durante los que ha publicado una quincena de títulos más– ha recibido el premio Sant Jordi gracias a Soñábamos una isla, que esta semana publican Univers y Òmnium. La novela es el relato en primera persona de una documentalista, Carla, que se dirige a su pareja, Óscar, en un momento vital delicado: el luto por la muerte de la madre. Éste es el punto de partida de una historia que entrelaza la intimidad de tres generaciones de una misma familia y que explora historias y anécdotas de diversas islas conectadas temática o metafóricamente con la materia narrativa del libro.

Carla, protagonista y voz narradora de Soñábamos una isla, afirma: "El mundo ya es lo suficientemente terrible para que, encima, los escritores aspiren a torturar al lector. Se puede explicar una tragedia, pero conviene dejar una rendija para la esperanza, para la ternura, para el amor, para la salvación, porque, si no, ¿qué?". ¿Comparte esta posición cuando hace una novela o un poema?

— Cuando cuentas una historia pueden ocurrir cosas terribles, pero de alguna manera tienes que intentar compensar al lector. Quiero que los lectores se emocionen, pero sin que quieran cortarse las venas. Es importante dejar un espacio para la esperanza. También para la ternura y el amor. Al fin y al cabo, todos deseamos amar y ser amados. Cuando hago literatura procuro seguir este planteamiento que, en la novela, expresa Carla.

¿Debutó justo después de terminar la carrera?

— No. Ante todo. Hice el primer ciclo de filología catalana en la Autónoma mientras trabajaba a media jornada. Entonces pasé a teoría de la literatura y literatura comparada.

¿Tiene un buen recuerdo?

— Sí. Tengo la sensación de que estudié igual que ahora escribo: porque me apetecía.

El narrador que llevaba dentro tardó algo más que el poeta en nacer.

— La primera novela la escribí con Oleguer Presas, que entonces jugaba en el Barça. Era Camino de Ítaca (Mina, 2006). De repente, todo el mundo me hacía caso. Venía mucha gente a las presentaciones. Nos llevaban en la tele. Ahora con Sant Jordi tengo una sensación similar... Con la diferencia que con Camino de Ítaca tenía 26 años, y ahora tengo 44.

Aunque nunca ha dejado de publicar poesía, como novelista hay un lapso de casi una década entre El amor fuera de mapa (Siembra, 2016) y Soñábamos una isla. ¿Qué le ha devuelto a la narrativa?

— Tener una historia y una forma de contarla... Sobre todo el tiempo para dedicarme a ello, porque me cogí unos meses de excedencia. Fue una temporada feliz, porque el domingo por la noche pensaba: qué ganas de que sea mañana, deje a los niños en la escuela y pueda dedicarme a la novela.

Hace años que se gana la vida como profesor de secundaria en la Escuela Sant Nicolau de Sabadell.

— Llevo diecisiete años.

¿En el patio de su escuela se habla más castellano que catalán?

— No. Todavía existe un número bastante mayoritario de familias catalanohablantes. La lengua en el patio todavía es la nuestra. Aún así, casi cada semana voy a hablar en algún instituto de Cataluña de la novela Ahora que estamos juntos [Columna, 2012] y allí me doy cuenta de que cada vez hay más bilingües pasivos, alumnos que entienden el catalán, pero que te contestan en castellano aunque les hables en catalán.

¿Le preocupa el estado del catalán?

— Sí. Durante el Proceso se dejó a un lado la cuestión de la lengua, pero ahora ha vuelto con fuerza. La lengua es lo que nos hace ser catalanes y si la perdemos no sé si vale la pena volver a intentar la independencia.

En la novela uno de los hijos de Carla nace mientras el marido está en una manifestación. Esta escena transcurre en otoño del 2017.

— Durante el Proceso sufrimos mucho, y remamos todo lo que pudimos. El final del Proceso nos ha hecho vivir un luto. Costó digerir todo lo que acabó pasando... La sensación es de derrota: estuvimos a punto de conseguir la independencia, colgamos el balón en el área, pero no rematamos.

En Soñábamos una isla, los cambios sociales y políticos son un telón de fondo. Lo importante es la vida íntima de la familia. La relación con los hijos y la pareja. "Nos enamoramos con el corazón y nos convertimos en pareja con la cabeza", leemos.

— Tenía ganas de hablar del amor de pareja que no es de fuegos artificiales. Normalmente, se habla de ellos desde ambos extremos: o bien cuando todo es maravilloso, o bien desde la ruptura dramática.

Aquí trata de explicar cómo es la vida de pareja con hijos.

— Hay un momento en que valoras estar con alguien que te hace estar bien. Puede tener altibajos, pero hay complicidad. Quería hablar de ese amor de estar en el mismo lado de la trinchera.

Es un amor que conoce, porque vive en pareja y tiene dos hijos.

— Es necesario aceptar y disfrutar el momento de la vida en la que te encuentras. A veces quisiera coger un balón y jugar cuatro horas seguidas a fútbol, ​​como cuando era pequeño, pero sé que si lo hiciera quizás después me acabarían llevando al tanatorio.

En la novela hay una pareja que prueba todos los métodos para tener hijos menos la adopción porque quieren transmitirles los genes.

— Damos una importancia excesiva a los genes. Nunca me he sentido tan especial como para pensar que si no traspasaba los genes a un hijo terminaría el mundo.

En cambio, se habrá implicado en la crianza de los hijos, como hace Óscar en la novela.

— Con mis hijos he hecho lo que creía normal que debía hacer cualquier padre. Estoy por ellos tanto como sea necesario. No me parece digno de admirar.

En el penúltimo capítulo de la novela, leemos: "¿Qué debemos hacer de la vida? ¿Qué da sentido? ¿Los hijos, la pareja, los amigos, el trabajo? ¿La huella que dejamos?". ¿Qué da sentido a su vida?

— Cuando eres padre, enseguida respondes que los hijos: tengo ganas de verlos crecer y cómo evolucionan. Si no quisiera ni amase —por la pareja, por la familia o los amigos—, entonces mi vida no tendría sentido. Esto lo pienso a título íntimo. En un plano más general, da sentido a una vida pensar que puedes hacer algo para que el mundo sea algo mejor.

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