Literatura

Un testigo escalofriante sobre la guerra de Ucrania

El arquitecto y escritor gerundense Quim Español presenta 'Virgil', centrada en un cirujano ucraniano jubilado de convicciones pacifistas que acoge a un soldado ruso herido en casa

Un anestesiòleg y una enfermera preparan un soldado ucraniano para una cirugía en un hospital a Kramatorsk
21/10/2025
3 min
  • Quim Español
  • Ediciones de 1984
  • 256 páginas / 18,50 euros
  • Quim Español
  • Ediciones de 1984
  • 64 páginas / 13,50 euros

El sintagma hora oscuro aparece varias veces en estos dos libros (una novela y uno de poemas) de Quim Español (Girona, 1945). Y lo hace en un doble eje temporal: como expresión de la hora del día en la que el sol está a punto de enterrarse por completo y, más importante, como metáfora de la entrada de oscuro de una existencia humana. En el lírico, la oscuridad está impresa en el mismo título.

Virgil Nóvak es un cirujano ucraniano jubilado de firmes convicciones pacifistas. Cuando el ejército ruso invade su país, uno de sus hijos se alista como soldado voluntario para guerrear al enemigo y el otro trabaja en cuestiones logísticas. En un hospital de Kiiv –profesional irreprochable como es–, Virgil opera y cura tanto a heridos ucranianos como a rusos. Uno de estos últimos debe ser dado de alta antes de tiempo, porque hay escasez de camas, por lo que el médico, después de consultarlo con su mujer, decide llevárselo hacia su casa. El día en que, repuesto del todo, el soldado ruso se despide de sus hospitalarios anfitriones perpetrará un acto abominable, que desquiciará la vida de la familia Nóvak y, particularmente, del padre de familia.

La bajada a los infiernos de Virgil, su viaje al fondo de la noche, comienza en este punto. Hasta ahora, Quim Español ha administrado la información de forma admirable. No es el único giro de guión que se permitirá, y aunque no tiene el impacto del primero, el segundo nos hace plantear el valor documental de los hechos: en éste, el propio autor y su mujer entran en escena y participan en el relato. Es más, entendemos que la auténtica historia de Virgil ha sido confiada al escritor gerundense, que el azar ha puesto en el camino de los Nóvak. Como en la técnica del manuscrito encontrado.

El protagonista, que se siente condenado por aquel hecho infausto, tiene una sola obsesión. Y, pese a la edad, no desfallecerá hasta cumplirla. Como el príncipe Andrés de Guerra y paz, se adelita mirando el cielo; pero la concepción romántica de las guerras napoleónicas contra los rusos nada tiene que ver con el espíritu de las del XX, el siglo de la megamuerte. La compasión que encontramos en las páginas del clásico ruso está ausente en la historia cruenta del siglo pasado. Virgil es una novela valiente y lúcida sobre el mal y sobre la fatal intoxicación que produce, para la que no existe redención. Y lo es también sobre la frontera tan delgada que puede separar los buenos sentimientos del odio. Y, todavía, sobre el destino malogrado, que precipita la "hora oscuro de un tiempo bienaventurado". Y sobre la extrema dificultad de mantener una opinión personal, no inducida por la tribu.

Una portentosa novela de ideas

Virgil se siente como un teólogo que ya no cree en Dios: "Se sobrecogía de la fascinación humana por el apocalipsis". Se ha convertido en otro hombre. Pero ensuciado al fin –que lo juzgue el lector–, de una integridad de piedra picada. En un drama colectivo que sigue humeando ("una guerra que, aunque la ganáramos, también la habríamos perdida"), Quim Español novela el testigo escalofriante de una tragedia familiar. E individual. ¡Qué difícil resulta encajar lo individual en el colectivo, en tiempos convulsos! La "negra leche" del poema de Paul Celan nutre las páginas del libro. Portentosa novela de ideas, sí, que incide, todavía, en el "enorme poder del agresor", que "puede destruir no sólo el cuerpo, sino el alma del agredido".

Literatura ambiciosa, grave. En prosa y en verso. Cuando oscurece parece puesto bajo los auspicios de la poesía elegíaca de Rilke (y de tantos otros clásicos del XX: TS Eliot, sobre todo). Se trata de un poema río en varios cantos que va integrando voces diferentes –citaciones ajenas, fragmentos de conversación– para construir una profunda reflexión sobre el ser y su exposición a un mundo cada vez más precario, en el que la civilización hace higo: "Al poco tiempo se va dando cuenta de que ninguna casa, desde ahora, será suya". La voz de este magno poema se pregunta qué podrán ver nuestros descendientes, en un mundo tan emmalaltido como el nuestro. Parece que interrogue al hombre contemporáneo, abismado en el absurdo: "rozamos la eternidad como rozamos el infinito". ¿Qué nos queda? La belleza. Pero también la belleza –lo escribió Rilke, y lo recuerda Español– constituye el comienzo de lo terrible.

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