Barça

Un año después, los ocho goles del Bayern no eran lo peor que le podía pasar al Barça

La peor derrota en el terreno de juego desembocó en una época difícil que ha acabado con la despedida de Messi

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Jordi Alba y Luis Suárez desolados al acabar el partido

BarcelonaEl trayecto entre el estadio Da Luz y el Hotel Sheraton de Lisboa dura apenas 10 minutos. Aquella noche de hace un año duró algo menos, entre el poco tránsito de una ciudad sin turismo, por culpa de la pandemia, y los coches de policía que escoltaban a la comitiva azulgrana. Los jugadores estaban separados en dos buses diferentes. Sus teléfonos no paraban. Se enviaban mensajes entre ellos. En dos autobuses pequeños, la directiva callaba. "Estamos muertos", rompió el silencio un directivo. Josep Maria Bartomeu no dijo nada durante todo el trayecto. En un grupo de Whatsapp con directivos que no habían volado a Portugal se confirmó una reunión de la junta el lunes. Y, al llegar al hotel, empezaron los insultos. Unos 100 fans del Barça que estaban en Lisboa levantaban la voz. Los jugadores tampoco se salvaron. Algunos, como Marc-André ter Stegen, hicieron un gesto pidiendo perdón. Otros se escondían bajo la gorra. Solo Piqué iba con la cabeza alta, pero los ojos tristes. Era el único que después de perder 2-8 contra Bayern había puesto su continuidad sobre la mesa, mientras exigía "cambios urgentes" en un club que había perdido el norte.

Hace un año el Barça sufrió la derrota más humillante de su historia sobre un terreno de juego. El 14 de agosto de 2020, en Lisboa, Bayern fue golpeando una vez tras otra a un equipo sin alma, hasta batir en ocho ocasiones a Ter Stegen. "Fue de los más afectados. Por ser portero, en primer lugar. Porque no le gusta perder, en segundo lugar. Y también le afectó recibir ocho goles en un partido contra Bayern, en que el portero es Neuer, que le tapaba la titularidad en la selección", explican dentro del vestuario. Ter Stegen se pasaría cinco largos minutos en la puerta del vestuario, con la mirada perdida. Dentro, Messi miraba al suelo. El argentino había explicado a su círculo de amistad que le parecía imposible derrotar al Bayern, puesto que el equipo llegaba fundido físicamente. Ahora bien, no se esperaba recibir ocho goles. Nada salió bien, aquella noche, porque nada se había hecho bien los meses anteriores.

"Cuando llegué, encontré un vestuario como no lo había visto nunca", explicaba estos días en la revista Jot Down Quique Setién. "El vestuario no estaba feliz", añadía, recordando como "a partir del cuarto gol el equipo se hunde". "Era un Barça cogido con pinzas, sabíamos las limitaciones que tenía. Llevaba años sufriendo, ya se sabía que hacía falta una regeneración tremenda en el club, pero no había capacidad, ni siquiera económica, para cambiar nada. Había renovaciones por el medio, promesas incumplidas... El equipo estaba cabreado". Con la directiva, claro. La guerra estaba abierta, a medida que todo el mundo tomaba conciencia de la crisis económica que sufría una entidad que se encaminaba hacia el infierno.

Lionel Messi triste durante la segunda parte del partido contra el Bayern en el estadio Da Luz.

Setién había llegado en enero de 2020, cuando Josep Maria Bartomeu decidió echar a Ernesto Valverde al perder la Supercopa de España. El cántabro, que no era la primera opción para hacerse cargo del equipo, se encontraría a un vestuario "desanimado", roto y enemistado con la directiva. "Teníamos 12 jugadores y el resto niños", se quejaría Arturo Vidal sobre la confección de la plantilla. Después de ver cómo el Madrid ganaba la Liga, el Barça había conseguido eliminar al Nápoles en aquella eliminatoria que había quedado cortada por la pandemia. Y camino de la burbuja de Lisboa de la fase final, se engañaba a si mismo pensando que tenía opciones contra Bayern. Bien, no todo el mundo se engañaba. Messi, en un ataque de sinceridad, ya había dicho unas semanas antes: "Jugando así no podemos ganar la Champions". Esto llevó a Setién a cambiar de táctica y a probar el 4-4-2, sin suerte.

"¿Ha pasado un año? ¡Parecen dos!"

Dentro, la situación ya era insostenible. Eric Abidal, que llevaba un año en el cargo para intentar hacer de enlace entre el vestuario y la directiva, había visto como Messi le saltaba al cuello cuando el francés dijo, después de echar a Valverde, que "muchos jugadores no estaban satisfechos ni trabajaban" con el técnico extremeño. El argentino le respondería: "Si dice estas cosas que digan nombres o nos ataca a todos", para después añadir que le había hecho daño la despedida de Valverde, "una gran persona". Bartomeu, por su parte, difícilmente conseguía recibir respuestas positivas cuando enviaba mensajes a los jugadores, enfadados tanto por promesas no cumplidas como por los contenidos del caso Barçagate, en que habían descubierto que se habían publicado mensajes contra ellos en las redes, pagados por el club. "Aquello fue la gota que colmó el vaso", explican en el vestuario.

La gestión del cambio de técnico, de Valverde a Setién, tampoco ayudó. Y después de una enganchada entre el ayudante del técnico, Eder Sarabia, y Messi, se había llegado a un punto de no regreso. El argentino, de hecho, ya no respondía a los mensajes de Bartomeu. Y la semana posterior a la derrota contra Bayern, el argentino ya le diría al nuevo técnico, Ronald Koeman, que meditaba seriamente no seguir en el Barça, harto de los despropósitos de la directiva. Unos días más tarde, enviaría el famoso burofax en que pedía oficialmente irse del club. Si el barcelonismo creía que tardaría tiempo en olvidar aquella derrota por 2-8, en pocos días ya tenía otros debates sobre la mesa. Estaba empezando el último acto de Bartomeu en el palco, que acabaría con su dimisión y, unas semanas más tarde, con su detención por el caso Barçagate. En estos 12 meses han pasado tantas cosas, que un trabajador del club reaccionaba con sorpresa cuando le preguntaban por sus recuerdos de hace un año. "¿Ha pasado un año? ¿No son dos?", decía incrédulo. De hecho, hace un año, los candidatos ya se movían, conscientes de que se acercaban las elecciones. "Las declaraciones de Bartomeu demuestran su incompetencia e ineptitud", tuiteaba Laporta. Víctor Font exigía el final de una época que todavía se alargaría unos meses.

"Claro que hemos cometido errores. Sueldos demasiado altos, no cuidar el plantel..., pero también la acertamos en muchas cosas. Ahora bien, no podíamos imaginar que entre el covid-19 y aquella derrota todo iría tan mal", se justifica el ex directivo Jordi Moix. La directiva de Bartomeu, de la que se habían ido unos cuantos directivos lideratos por Emili Rousaud unos meses antes por divergencias sobre cómo gestionar el Barçagate, entre otras cosas, ya tenía meditado prescindir de Setién antes del partido contra Bayern. Los jugadores no creían en el técnico y los resultados no habían sido buenos. "Nadie creía que podíamos ganar aquella Champions, pero tampoco esperábamos aquella derrota", admite un trabajador del vestuario recordando el ambiente previo. "Setién no tenía poder sobre los jugadores", dicen. De hecho, cuando el Madrid ganó la Liga, los futbolistas argumentaron que estaban cansados después de aquella temporada extraña, parada y alargada por el coronavirus, y se cogieron cinco días de vacaciones. Cuando un directivo lo supo, preguntó por las razones por las que tenían vacaciones en lugar de estar trabajando preparando la Champions. "Yo no les he dado vacaciones", habría respondido Setién.

El entrenador, pues, salió del estadio Da Luz consciente de que tenía las horas contadas. "Sé qué significa una derrota así", diría. Ahora, no dimitió. Como si fuera una forma de dejar claro que los problemas ya existían antes de su llegada. El lunes, al volver en Barcelona, Setién oyó por televisión como Bartomeu anunciaba que le echaban. "Me llamó para ir a comer al día siguiente Eric Abidal –entonces director deportivo– y me lo dijo. Y me pidió si podía renunciar al dinero que me correspondía", explicaba el técnico cántabro. Un directivo se pondría en contacto con él después, para pedirle también si podía perdonarle dinero al club, puesto que no lo tenían. El caso ha acabado en los juzgados.

Lewandowski y Müller celebrando el último gol del Bayern.

Abidal se iría poco después. En cambio, la mayoría de los jugadores siguen en el club. Piqué fue el único que puso su continuidad sobre la mesa, tal y como ahora ha sido el único predispuesto a recortarse el sueldo. Los otros se quejaron, criticaron la gestión de un club que había gastado más de 400 millones en jugadores como Dembélé o un Coutinho que jugó aquel partido con Bayern, cedido, pero no se fueron. De los titulares en Da Luz, el primero en irse sería Arturo Vidal. Después lo harían Semedo al Wolverhampton y Luis Suárez al Atlético de Madrid. Y finalmente, hace pocos días, Lionel Messi. Los otros siete siguen en un club que en seis meses tuvo tres técnicos diferentes. Y cuatro directores deportivos en cinco años. Messi, que jugó el partido contra Bayern tocado por unas molestias, se dio cuenta aquel día que el proyecto no tenía futuro. Unos meses antes ya había pedido a su padre parar las conversaciones para renovar con el club. Pocos días después enviaría el famoso burofax, pero Bartomeu no lo dejó irse.

Ahora que quería seguir, Laporta no lo ha podido retener, arrastrando las deudas del anterior presidente. El argentino, haciendo de capitán, ya había dicho antes del partido contra el Bayern: "Desde enero se ha hecho todo mal", mostrándose más frío que nunca con el palco al añadir que habían querido poner bajo la lupa a los jugadores. Messi no compartía la política de fichajes del club, especialmente no haber podido recuperar a Neymar cuando los bolsillos estaban llenos. Hace un año, ya estaban vacíos.

El mismo día que Setién hacía las maletas, Bartomeu anunciaba que las elecciones, programadas para el verano de 2021, se harían a partir del 15 de marzo. Bartomeu, asediado por los problemas, intentaba ganar tiempo acortando su segundo mandato un poco. No le serviría de nada. "Suerte que no hay espectadores o habríamos tenido pañolada", admite un directivo. Los insultos en Lisboa y las cargas policiales en las oficinas cuando Messi anunció que quería irse, no se las ahorró una directiva que iba alargando de forma agónica un mandato que ha dejado la derrota contra el Bayern convertida en un tropiezo más. Más que los ocho goles, ha hecho todavía más daño ver al club arruinado, perdiendo a Messi e inmerso en problemas judiciales.

Cuando el PSG marcó cuatro goles en el Camp Nou para dejar al Barça fuera de combate en la siguiente edición de la Champions, el barcelonismo tenía la piel tan dura que hizo menos daño de lo que se habría podido esperar. El partido de Lisboa de hace un año fue la consecuencia de años de decadencia. Lo que costaba de imaginar era que aquel partido abría la puerta del infierno que han sido los últimos 12 meses. Un infierno que ha acabado con Messi vistiendo la camiseta del PSG.

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