“El acusado cogió bruscamente a la denunciante, la tiró al suelo y, evitando que pudiera moverse, la penetró vaginalmente a pesar de que ella decía que no, que quería irse”. El tribunal que ha condenado a Dani Alves considera probados estos hechos y que, por tanto, se cumple la ausencia de consentimiento con uso de violencia y con acceso carnal. Aun así, la pena queda fijada en solo cuatro años y medio de prisión –en vez de los nueve que pedía la Fiscalía– porque se tiene en cuenta como atenuante que el procesado depositó 150.000 euros en el juzgado en concepto de “reparación del daño”. No le ha hecho falta ni que le admitieran el atenuante del supuesto exceso de alcohol: el privilegio de su bolsillo millonario le bastó para salir muy favorecido en la horquilla del posible castigo, que se movía de los cuatro a los doce años de prisión.
Es muy difícil de entender, con la sentencia en la mano, la falta de concordancia entre los hechos probados y la pena impuesta. El texto de los magistrados es muy contundente, por lo que aún sorprende más el desenlace. De hecho, es un gran paso adelante leer que debe señalarse que “ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, o que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse a él, pueda hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir”. Es un triunfo de la lucha feminista ver escrito que estas actitudes o la existencia de insinuaciones “nunca pueden ser una carta blanca para los abusos o agresiones” y que el consentimiento en las relaciones sexuales “debe prestarse siempre antes e incluso durante la práctica del sexo”. El foco, por fin, se está poniendo donde era necesario para librar a la víctima de la culpa y combatir la impunidad del agresor.
De la misma forma que se puede decir que el caso de Alves puede ser un punto de inflexión muy importante a la hora de juzgar las violaciones porque recoge como central –por fin– la ausencia del consentimiento, también puede decirse que es muy decepcionante comprobar hasta qué punto perdura la vulnerabilidad de las mujeres que han sufrido una agresión sexual a pesar de la reforma del Código Penal. Leyendo la sentencia, llegas a preguntarte: "¿Qué más habría tenido que pasar para que la condena fuera más dura?". El cuerpo, la libertad sexual y la integridad de una mujer siguen valiendo demasiado poco. Cuando el violador salga de la cárcel en unos meses, la víctima seguirá atrapada en un trauma vitalicio. Es indignante constatar que hacer un Dani Alves siga saliendo tan barato.