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El estadio de fútbol fantasma que explica el conflicto de Ucrania

El mejor equipo de Ucrania, el Shakhtar, llevaba 8 años jugando exiliado con un propietario que intentaba jugar a dos bandas entre Moscú y Kiev

El Donbass Enarena  de Donetsk
27/02/2022
6 min

BarcelonaCuatro días antes del inicio del ataque de Rusia contra Ucrania, un jet privado abandonó Kiev en dirección a Londres. Dentro iba Rinat Akmétov, el empresario más rico de Ucrania y el propietario del Shakhtar Donetsk, el club que ha ganado 13 de las últimas 20 ligas ucranianas. Ajmétov, hijo de mineros del Donbás, dejaba la mansión que se había hecho construir en las afueras de Kiev, imitando los palacios reales del siglo XVIII, para refugiarse en su lujoso piso de Hyde Park.

Durante muchos años, Ajmétov daba apoyo económico al Partido de las Regiones, que se llevaba bien con Moscú. Pero después de 2014 cambió de bando, atrapado en medio de un conflicto que lleva años afectando de forma dramática al fútbol ucraniano. El Shakhtar, el mejor equipo de la década, lleva 8 años jugando exiliado, lejos de su ciudad y de su precioso estadio, uno de los más modernos de Europa, construido para ser sede de la Eurocopa del 2012. El Donbass Arena lleva 8 años desierto, con buena parte de la cubierta destrozada a causa del fuego de mortero que ha llegado a impactar contra el recinto. Un estadio fantasma. La historia de Ajmétov, Shakhtar y este estadio explican en parte el conflicto entre Rusia y Ucrania. Y la historia de aquellos que han quedado atrapados entre dos bandos, cambiando de uno a otro, entre dudas e intereses económicos. "Ajmétov simboliza a aquellos ucranianos que hablan ruso, que no se sentían cómodos con algunas políticas nacionalistas ucranianas, pero que tampoco querían romper Ucrania", explica Oleksandr Holiga, periodista ucraniano.

Unos primeros años oscuros

La historia de Ajmétov podría empezar aquel 15 de octubre de 1995 que quedó atrapado en un atasco y llegó tarde al partido de liga ucraniana del Shakhtar contra el Tavriya. Llegar tarde le salvó la vida, ya que una bomba estalló en el palco del viejo estadio del Shakhtar y puso fin a la vida del presidente Ajat Bragin. Ajmetov, el vicepresidente, ocuparía su puesto y contrataría a un prestigioso bufete de abogados americanos para denunciar a quien afirmara que él había tenido negocios con Bragin, un mafioso conocido como “Ajat el griego”. Ajmétov ha denunciado a más de un periodista que ha publicado informaciones sobre lazos con el crimen organizado en aquellos años 90 en los que todo era posible en la antigua URSS.

Ajmétov fue más listo que Bragin al aprovechar las privatizaciones posteriores a la caída de la Unión Soviética para hacerse rico. En 10 años pasó de vender botellas de Coca-Cola en la calle a ser el hombre más rico del país. Compraba empresas, edificios, televisiones, y se convirtió en el gran magnate en el sector de la energía, controlando empresas que gestionan electricidad y gas. También compró todas las minas de carbón del Donbás, aunque perdían dinero, solo para poder mantener con trabajo a cientos de mineros y convertirse así en una figura querida en una región donde todo el mundo hablaba ruso. Una de las regiones mineras más importantes de Europa, en la frontera entre Rusia y Ucrania, que vivía una grave crisis económica, ya que el carbón se terminaba. Y donde se miraba con cierta inquietud el ascenso al poder en Kiev de un nacionalismo ucraniano poco arraigado en la zona.

Las dos almas, cara a cara

Fundado en Donetsk en 1997 para defender los intereses de los rusos de Ucrania, el Partido de las Regiones fue la respuesta para favorecer los deseos prorrusos. Un partido que dependía económicamente de Ajmétov, quien controlaba el destino de más de 300.000 trabajadores en todo el país. El ascenso de ese partido al poder coincidió con el crecimiento deportivo del Shakhtar. No era casualidad. Ajmétov empezó a fichar a brasileños para derrotar al histórico Dinamo de Kiev. Una forma gráfica de dejar claro quién mandaba. Durante muchos años, los partidos Dinamo de Kiev-Shakhtar enfrentaban dos ideas de país. Dinamo era el club del nacionalismo ucraniano y Shakhtar, el de los prorrusos. Ambos, con oligarcas detrás que defendían sus intereses. Los hermanos Surkis en el Dinamo y Ajmétov en el Shakhtar.

Cuando en 2004 una primera ola de manifestaciones proeuropeas había liderado la conocida como “revolución naranja”, Ajmétov ordenó que durante unos meses el Shakhtar vistiera de blanco, cuando su color histórico es el naranja, para dejar claro que el suyo club no tenía nada que ver con esas ideas. Ellos apoyaban al Partido de las Regiones, que subiría al poder en 2010 con Víktor Yanukovich, un matón que había sido detenido de joven por clavar palizas. Ese año 2010, el 30% de los concursos públicos organizados por el estado los ganaron las empresas de Ajmétov. Pero Yanukóvich fue derribado por las manifestaciones populares del 2014, el Euromaidaán, cuando cientos de personas perdieron la vida exigiendo firmar el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea que Yanukóovich no quería, ya que miraba hacia Rusia. Ucrania se quebró. En las zonas prorrusas, no se reconoció el nuevo gobierno. Crimea terminó en manos de Rusia y en el Donbás estalló la guerra cuando las regiones de Lugansk y Donetsk se proclamaron independientes con el apoyo de Moscú. En medio, quedó atrapado Ajmétov. Sus oficinas en Kiev, de hecho, fueron atacadas por nacionalistas ucranianos durante los días del Euromaidán, cuando Yanukóvich, acusado de corrupción, huía a Rusia. Ajmétov, en cambio, se quedó.

El propietario del Shakhtar siempre había sido prorruso, pero no le interesaba el nuevo escenario, ya que tenía negocios en toda Ucrania. Si se marchaba a Rusia, lo perdería todo. Además, tenía un equipo de fútbol que no podía dejar de jugar la liga ucraniana, ya que tenía que llegar a la Champions. Donetsk ahora formaba parte de una república independiente no reconocida por nadie. Si él apoyaba a estas milicias prorrusas, el Shakhtar no podría jugar en la liga ucraniana. Así que optó por jugar a dos bandas y organizó un acto en el estadio del Shakhtar a favor de la unidad de Ucrania. Como respuesta, las milicias locales, algunas con antiguos trabajadores de sus empresas, saquearon sus oficinas. En un ejercicio de equilibrios diplomáticos, Ajmétov decidió que su Shakhtar debía seguir jugando y se llevó el club a Kiev, donde ha estado 8 años exiliado. Alquiló una ciudad deportiva que acabó comprando, la modernizó y jugaba como local en estadios de Lviv o Járkov. El equipo que no quería vestir de naranja en 2004 ahora se había convertido en un gran defensor de la unidad ucraniana, poniendo mensajes en las redes y con un grupo de ultras que llevaban siempre banderas nacionalistas ucranianas.

El analista económico Taras Berezovets explicaba en la revista Forbes estos días cómo “el 23 de febrero los grandes magnates se reunieron con el presidente Zelenski y le prometieron su apoyo. Aquellos días Ajmétov fue a la ciudad de Mariúpol, un de los objetivos militares de Rusia ahora, para prometer a sus trabajadores que les seguiría pagando su sueldo". Ese día, Ajmétov gritó que "creemos en una Ucrania fuerte, pacífica, independiente y unida dentro de unas fronteras internacionalmente reconocidas". Además, dio al Estado una gran cifra de dinero para apuntalar a una crisis económica que ya sufría. Después de ver cómo buena parte de sus empresas, así como su magnífico estadio de fútbol, se convertían en propiedades perdidas, sin uso, por culpa de la guerra que comenzó en 2014, Ajmétov ve cómo ahora puede seguir perdiendo propiedades, ya que buena parte de sus empresas del sector de la energía tienen sede en Mariúpol, objetivo militar ruso.

Ajmétov, ese empresario que era prorruso y se había encontrado con Putin hace 10 años, ahora trabajaba con el gobierno favorable a la OTAN y la Unión Europea. Ha cambiado de bando. Al gobierno de Kiev, donde inicialmente no les hacía gracia este hombre que había apoyado a Yanukóvich, también le interesaba tener cerca las empresas de Ajmétov, especialmente aquellas del sector de la energía. Durante estos años, el gobierno podía tener una imagen muy visual para recordar al mundo que ellos defienden que el Donbás les pertenece: uno de los símbolos de la región, el Shakhtar, sigue jugando la liga ucraniana a pesar de que Kiev perdió el control de aquella región hace años. Ajmétov, que se había ofrecido a negociar entre Rusia y Ucrania, ha terminado huyendo del país, como todos los oligarcas, y se esconde en Londres, donde invierte buena parte de su dinero. Y ahora espera desde la distancia, pendiente de lo que va a pasar. Lejos, en Donetsk, uno de los estadios más modernos de Europa sigue cayendo pieza a pieza. Un estadio fantasma, sin goles. Sin partidos de un fútbol que durante años ha sido un arma propagandística más, en Ucrania.

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