El mal nos viene de la NBA: cualquier acción de mérito conlleva la celebración menos gozosa que uno pueda imaginar. Rictus duros, oscuras palabrotas, miradas desafiantes. Norman Mailer lo explicaba así: “Un hombre pobre y sin educación no tiene más que esa fuerza. Hasta el punto de que vivía en su interior, estaba lleno de capital, de capital de ego, y eso es lo que poseía. Éste era el capitalismo de los americanos negros pobres tratando de acumular la única riqueza a la que podían aspirar”. La traducción es libre, como lo eran los futbolistas a la hora de decidir si abrazaban ese relato adolescente del enfado y la reivindicación. Y lo hicieron.
Fue en cuanto las celebraciones de los goles se convirtieron en un catálogo de agresividad, insultos y vanidad.
Este largo prólogo llega para contar mi primer disgusto con Lamine. El golazo en Francia enloqueció a la perla azulgrana, que lo celebró con los suplentes, con esa irresistible sonrisa con ortodoncia. Pero entonces, algo se torció. “¡Parla ahora!”, gritó el joven prodigio, haciendo con las manos el gesto que se dedica a los bocazas.
Las palabras de Lamine iban dirigidas a Adrien Rabiot, centrocampista francés al que había driblado un segundo antes de poner el balón en la escuadra. ¿Por qué un niño de 16 años decía esto a un jugador con el que no había tenido ningún encontronazo durante el partido? Porque en la rueda de prensa al centrocampista francés se le había preguntado sobre Lamine. Le dedicó varios elogios, pero varios medios recortaron su respuesta para convertirla en una crítica: "Si Lamine quiere jugar una final, debe demostrar mucho más de lo que ha hecho".
¿Por qué la prensa manipuló un discurso de fair-play? Quizás es que vende más la guerra, Aquiles contra Héctor, el gueto contra la burguesía. Todo ello nos ayuda a entender las imágenes de los futbolistas de Uruguay subiéndose a las gradas a intercambiar puñetazos con aficionados colombianos.
El insulto y la deshumanización del rival es un estímulo tan efectivo como infame, y haríamos bien en frenar esta espiral de toxicidad. Si no lo logramos, al menos mantengamos al margen a los niños. Y si tampoco lo logramos, al menos mantengamos al margen a Lamine.