Contra la nostalgia y contra el PSG

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Naser al-Khelaifi, presidente qatarí del PSG.

BarcelonaUn relato falsario ha hecho fortuna entre los Homo sapiens de todas las eras: lo que apunta a que cualquier tiempo pasado fue mejor. La cosa adquiere mil formas: algunas permanecen la vida de sus abuelos –una vida de violencias y miseria– y algunas se exaltan recordando que pequeños jugaban en la calle, y no tanta pantallita. Están los políticos estantises que reivindican el sentido de estado y los pactos de la sacrosanta Constitución y hay la gente que huele a cerrado y que te dice que ya no se hacen películas como las de antes, que la música de hoy ya no es música.

En medio de todo este zoológico de sauras también tienen un papel los profetas del odio en el fútbol moderno. A ellos les gustaban las entradas a la altura del fémur, las agresiones impunes, ese fútbol con 22 bigotes sobre el césped que, vistos con los ojos de hoy, parecían una congregación de tortugas hemiplégicas. Para los fascinados con todo lo que ocurría en el mundo mientras eran jóvenes y bellos (no sea éste el problema de todo, al fin y al cabo) ya no hay jugadores, ni equipos, ni fútbol, ​​ni rivalidades como los de antes. A todos ellos les quiero decir tres letras: P, S, G.

En efecto, hay muchas generaciones que se han criado sin saber quién era Al-Khelaifi, posiblemente el único sujeto del planeta fútbol que puede igualar a Florentino en cuanto a intrínseca y esencial antideportividad. Hay muchos veteranos sesudos que no saben qué pasó con Verratti, ni qué eliminaciones hicieron que Neymar primero y Messi después mancharan su trayectoria deportiva con el movimiento más nefasto que se puede llevar a cabo. Sólo un supermalo de primer orden lo redondearía llevándose también a Luis Enrique, primero, y después –no puede ser verdad, pero, ¡oh, sí que lo es!– aquella infamia hecha carne llamada Dembélé.

Este nuevo archienemigo es sólo una prueba de que la vida siempre proporciona momentos fascinantes, nuevas melodías y emociones que te golpean. La cita es en abril y ha tenido la virtud de reanimar a las cuatro células almogávares, beligerantes y violentas que corren por nuestra catalana sangre. Barça-PSG, qué sueño, qué ganas de vivir para celebrar la propia joya y sobre todo la desgracia ajena.

El odio militante, convendremos, es una formidable manera de permanecer vivo, y la del PSG es una causa que bien lo justifica. Si conocen a ninguno de estos nostálgicos recalcitrantes, díganles que protesten menos y disfruten más de este nuevo y execrable rival. Se encontrarán, de repente, que revivan.

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