BarcelonaHace unos meses hablaba con un norteamericano que se ha enamorado del fútbol europeo y está por Catalunya. "¿Por qué no animáis?", me dijo, haciendo una comparación con el fútbol inglés. Cierto, en Catalunya se anima menos que en otros sitios. "Yo no voy al campo a cantar", le respondí: "Yo voy a sufrir".
Algunos animan y otros sufrimos. Algunos aman a su equipo sin abrir la boca durante todo el partido, otros hacen volar banderas y siguen cánticos. Todo es válido. Ahora que se vuelve al Spotify Camp Nou, existe el miedo a que sea un estadio hermoso, moderno, pero frío. Con más turistas que socios, con más selfies que ambiente.
Es un debate importante. Víctor Font se lo huele y agita bufandas como si fuera un miembro de la grada de animación. Laporta se huele que será un tema clave, aunque puedo entender al presidente cuando la directiva admite cierta decepción con los socios que no han querido ir a Montjuïc. Los fieles que no han fallado merecen un monumento. Pero muchos han mostrado indiferencia, cosa que ha abierto la puerta a más turismo. El club tiene que encontrar la manera de hacer dinero, pero tampoco puede olvidar que el Barça es una gran comunidad y es un club catalán.
Ya he perdido la esperanza de recuperar ese Camp Nou de los 90 en el que se mezclaban todos los acentos de Catalunya. Donde nacían relaciones de amistad y amor con las familias con las que compartías asiento durante décadas. En el que los tribuneros no animaban, salvo cuando volvía Figo. Y en el que los jóvenes sí se dejaban la garganta. No se trata de tener el estadio con mejor animación del planeta. Nunca seremos Anfield, La Bombonera o Celtic Park. Y ya está bien que sea así.
Se trata de valorar quiénes somos. En nuestro país mucha gente, como los que reivindican la grada de animación, quieren un estadio vivo, con cánticos y pasión, para compensar a aquellos que vamos a los estadios sufriendo. El seny y la rauxa. Somos así. No tenemos que querer ser lo que no somos, como se ha visto estos días con el partido de la NFL en Madrid, donde mucha gente decía que el fútbol europeo debería tener más animadoras, asientos con espacio para tener una bebida y fast food, y una kiss cam. Qué tontería. Esto es la cultura yanqui y es perfecto para ellos.
Nuestro fútbol no tiene que intentar imitar a otros pensando en hacer dinero. Necesitamos un Camp Nou vivo, con gradería de animación, con los socios de toda la vida y con espacio para los turistas, pero sin que sean mayoría. Me parece un debate importante: ¿qué Camp Nou queremos? Creo que las respuestas las tenemos en casa. Tenemos que ser lo que somos, orgullosamente. Sin venderse el estadio por cuatro monedas de oro.
Algunos clubs, como se ha visto en Vigo o Bilbao, han incorporado en los rituales anteriores al partido elementos de la cultura gallega y vasca. Gaitas y txalapartas. El nuevo estadio tiene que ser abierto a todo el mundo, pero tiene que ser la casa de un club catalán y de los socios, aunque estos a veces sean complicados y no quieran animar.