Primer entrenamiento en el Camp Nou
Periodista
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El Barça estrenará este sábado el nuevo Camp Nou. La noticia es fantástica. Después de más de 900 días en Montjuïc, los culés volverán a vibrar y sufrir en un campo de fútbol –hay que matizar que los estadios olímpicos son sobre todo para ver atletismo– ya animar a jugadores que, en su mayoría, sólo han defendido los colores azulgranas en el exilio. El partido de Liga ante el Athletic será memorable aunque el regreso no sea completo (hay medio estadio en obras) ni definitivo (habrá que volver a marchar cuando se tenga que instalar la cúpula). Es necesario celebrar y recordar las fechas señaladas aunque lleguen con un año de retraso. ¡Sólo faltaría!

El día de Santa Cecilia, la patrona de los músicos, estará ligado para siempre a una reapertura que el Barça ha sudado duro en los despachos y que no será precisamente una fiesta para todos los públicos ni todos los bolsillos. Los socios que han seguido al equipo en Montjuïc y que han mantenido el pase de temporada para este año (23.000) serán los únicos que mantendrán los dos riñones sanos y salvos. Los socios que lícitamente optaron por congelar sus derechos durante las obras de reforma del Camp Nou, en cambio, han tenido que pagar entre 159 y 472 euros por una de las 16.000 entradas disponibles durante 24 horas, que, evidentemente, no se han agotado. Pasada esta ventana, ahora ya es un sálvese quien pueda para el público general, que puede comprar tickets en el lateral y en la tribuna por entre 369 y 689 euros. Una ganga.

Con estos precios, es normal que más de un socio se pregunte por qué paga la cuota anual. Viendo estas cifras, es lógico pensar que la intención es disuadirles de comprar una localidad que acabará en manos de visitantes puntuales más pendientes de pecar la memoria de su smartphone que de animar. La fiesta de regreso al Camp Nou, pues, será una oportunidad perdida para reunir barcelonismo fiel después de dos años y pico de frialdad en Montjuïc. Todo apunta a que será un partido más para llenar la caja y, de este modo, tranquilizar a los hombres de negro de Goldman Sachs, mucho más preocupados por su inversión –y por la débil economía de la entidad– que por si el abuelo Joan o la tía Maria, socios desde Cruyff y Sotil, tendrán dinero suficiente para volver a emocion.

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