El Barça tiene 125 años y ha estrenado un nuevo himno digno de la efeméride. La música, con una melodía sello de Josep Montero (el cantante de Oques Grasses), se engancha como un chicle en el zapato, si bien tiene algunos agudos difíciles de afinar; y la letra, obra de Xavier González-Costa, es tan pasional como intuitiva. Felicidades a los creadores ya los intérpretes de la propuesta ganadora. Fueron, sin duda, de lo más potable de la gran gala de celebración que el club organizó en el Liceu debido a la indisposición del Camp Nou.
Más allá de las sonadas ausencias físicas de leyendas como Lionel Messi o Pep Guardiola, el acto del 29 de noviembre ha dejado algunos aspectos al menos para la reflexión. Empezando por el excesivo protagonismo de Joan Laporta, que hizo un discurso tan impecable (sí, ya sabemos que es un gran orador) como kilométrico (es lo que tiene improvisar). La verborrea del presidente azulgrana hizo saltar el guión por los aires, lo que provocó que el homenaje completo a la figura de Johan Cruyff, que preveía la participación de su hijo Jordi, finalmente no se hiciera. Es algo feo sacar de la escalerilla a tu entrenador más influyente, pero Laporta es Laporta y el directo tiene estas cosas.
Muy menos perdonables son –básicamente porque estaban preparados– algunos detalles vinculados a la lista de invitados en la gala. Miles de socios quedaron fuera y después pudieron ver cómo el club reservaba un sillón a determinadas personas cercanas a la actual cúpula directiva. El rastro de las redes sociales fue útil para comprobar que figuras vitales en la historia del Barça como Adnan Ahmadzada tenían la posibilidad no solo de entrar en el Liceu, sino de saludar a los jugadores. ¿Quién es ese hombre? Busquelo en viajes recientes por atender "temas privados" de Laporta y de algunos directivos en Dubai y Azerbaiyán. Algún mérito habrá hecho para conseguir este tratamiento vip y entablarse a menudo con los que gobiernan el Barça.
Tampoco perdió detalle del acto el socio profesional del presidente, Xavier Arbós, sentado junto a los miembros de la junta, o algunos tuiteros ilustres. Mientras los periodistas acreditados seguían la gala desde una sala con plasma, esos creadores de contenido que atacan ferozmente –y desde el anonimato, la mayoría– cualquier crítica o disidencia disfrutaban del espectáculo por gentileza de la vicepresidenta institucional del club. Invitaciones y canapés a cambio de violencia verbal en el barro de las redes. Muy transversal y edificante, todo ello. Tanto como pagar un millón de euros a una productora externa, según informó la Cadena SER, por un vídeo conmemorativo de siete minutos.