30 años de los Juegos Olímpicos: “Barcelona me cambió la vida”
Los Juegos Olímpicos del 1992 cambiaron para siempre la geografía y la mentalidad de Barcelona, pero también sirvieron para descubrir la ciudad en todo el mundo y cambiar el destino de centenares de atletas extranjeros. Algunos de ellos nos recuerdan sus vivencias.
A pocas horas del inicio de los Juegos Olímpicos de Barcelona, a la mascota Cobi le salió competencia. Dos días antes de la inauguración ya se jugaban partidos del torneo de fútbol y la prensa descubrió que uno de los suplentes de la selección de Estados Unidos también se llamaba Cobi. “De repente tenía un montón de prensa en la puerta de la Villa Olímpica esperándome”, recuerda con una risa Cobi Jones (Detroit, 1970), que entonces traía rastas y se hacía cruces de ser olímpico. “Venía de una familia con raíces en Alabama, donde nadie conocía este deporte. Lo descubrí por casualidad cuando nos trasladamos a California y, entre que no desfallecí y mucha suerte, me incluyeron en el grupo de jóvenes jugadores que irían a los Juegos y después se concentrarían para preparar el Mundial que organizaba Estados Unidos el 1994. Nadie nos conocía, pero una vez que se supo mi nombre, la gente me pedía autógrafos” explica. Cobi Jones debutó en la derrota norteamericana 2-1 ante Italia en un Camp Nou medio vacío, admitiendo a la prensa que “no tengo claro si la mascota es un perro o un oso”. De Mariscal, el diseñador, no sabía nada, pero “compré todos los productos que pude donde aparecía el nombre Cobi”. Hoy en día guarda muchos de estos recuerdos en su despacho. Convertido en un popular analista de televisión, Jones recuerda aquella época como “los mejores años de mi vida. Los Juegos de Barcelona coincidieron con la preparación del Mundial del 1994 en casa, cuando el fútbol hizo un salto de calidad. Y Barcelona era una ciudad de fútbol; recuerdo ir a ver el Camp Nou, tan grande, y emocionarme. La magia de aquellos días, intentar coincidir con los jugadores del Dream Team de baloncesto, que dormían en un hotel diferente, la alegría de la gente... Barcelona me cambió la vida”. 30 años más tarde, Jones ya sabe que Cobi era un perro. Y recuerda que él fue bautizado así por un nombre de pila africano que quiere decir “el más grande”, una decisión de su madre para conectar con las raíces africanas de sus antepasados.
Los Juegos de Barcelona lo cambiaron todo. “Había una sensación de que no irían bien, siempre decíamos que los españoles eran aquel tipo de gente que lo dejaban todo para “mañana”, pero hay que decir que fueron unos Juegos perfectos, todo un éxito para Catalunya” recuerda el periodista británico Keith Quinn, que solo se quejaría de una cosa, de la cita de Barcelona: “¡Hacía demasiado calor!”. El éxito de los Juegos transformó la ciudad, físicamente y anímicamente . “Se demostró que podíamos hacerlo, que Barcelona podía organizar una cita de primer nivel mundial y ser admirada” recordaba hace unos meses Pere Miró, que gracias a los Juegos de Barcelona fue reclutado por Juan Antonio Samaranch para el COI, donde ha seguido trabajando hasta ahora, cuando se ha jubilado. “Barcelona sigue siendo el ejemplo de lo que tendrían que ser unos Juegos. Transformando en positivo una ciudad, cuidando los deportistas... No quiero pecar de chulo, pero Barcelona fue la primera ciudad que apostó por este modelo. Mostró el camino que había que seguir. Un camino que se ha seguido a veces más, a veces menos”, defiende siempre Miró. Y todo el mundo que estuvo en Barcelona el 1992 recuerda una sensación de “fiesta, de optimismo” en palabras de Jones. Si los Juegos cambiaron Catalunya para siempre, también cambió la vida de miles de personas de otros rincones. Y pusieron Barcelona en el mapa. Antes de los Juegos, poca gente quería venir de vacaciones. Después, se ha convertido en un destino turístico de primer orden. Y muchos de los deportistas extranjeros que fueron el 1992 han vuelto. “He vuelto unas cuantas veces”, admite el jugador de waterpolo italiano Massimiliano Ferretti. “Antes de los Juegos ya había estado. Tenía fama de ser una ciudad divertida pero dura, poco segura. Y se transformó en una ciudad moderna espectacular” admite. Ferretti ganó la medalla de oro en la famosa final donde los italianos rompieron el corazón de los anfitriones en la prórroga, ante la familia real española. “Aquel partido nos marcó, nos convirtió en héroes. Fueron unos Juegos muy bien organizados, con un ambiente muy positivo que lo convirtió todo en una fiesta” dice el exjugador nacido en Roma, que admite que fue de los que subió al escenario durante la ceremonia de clausura para bailar al ritmo de Amigos para siempre de los Manolos y el famoso momento en que hizo falta pedir a los atletas que bajaran del escenario, puesto que había el riesgo de derrumbarlo. Para buena parte de los deportistas, Barcelona fue una fiesta y el mejor resumen fue aquel momento, con una invasión del escenario para seguir bailando. Las noches olímpicas, de hecho, fueron sonadas. “Especialmente peligroso era una vez que ya habías acabado tu participación y tenías una oportunidad para liberarte, para soltarte” sonríe Ferretti, que admite que más de una delegación puso todos los medios para repartir preservativos entre sus deportistas.
“Creo que ayudó el momento político. Habían caído los regímenes comunistas y para los deportistas de muchos países era una de las primeras veces que salían al extranjero libres”, explica una de las grandes estrellas de los Juegos del 1992, la nadadora húngara Krisztina Egerszegi. “A diferencia de los Juegos del 1988, donde teníamos seguridad, cuatro años más tarde los atletas pudimos quedarnos todos los días en la ciudad. En cuanto acabé mi participación, me quedé en la Villa Olímpica disfrutando de la ciudad, haciendo turismo, saliendo de fiesta. El ambiente entre las delegaciones era genial, recuerdo los jugadores de baloncesto lituanos, por ejemplo, muy divertidos”, añade. La gran campeona húngara ha vuelto a Barcelona con su familia, para enseñar a sus hijos la piscina Picornell, donde tocó el cielo. “Se transformó una piscina normalita en una equipación de primer nivel”, defiende, convertida en una más de las turistas que han cambiado la ciudad. Antes de los Juegos, en Barcelona se hospedaban cada año unos 1,7 millones de personas. En pocos años este número ya se había triplicado.
Un problema en el mar
"Los Juegos demostraron que Barcelona era ideal para organizar grandes acontecimientos”, como Mundiales de natación, razona Keith Quinn. Los atletas que fueron recuerdan una organización impecable, con una sola excepción: buena parte de los deportistas que navegaron por las aguas del litoral. “Estaba lleno de animales muertos. De verdad, ratas, perros... vi una nevera”, recuerda la campeona olímpica de windsurf Barbara Kendall, de Nova Zelanda. A pesar de los intentos de los organizadores de limpiar las aguas cada día, el Llobregat y el Besòs hacían llegar basura. Un navegante griego afirmó haber visto un asno muerto, hinchado, flotando delante suyo mientras se entrenaba. “El agua olía mal. Fue bastante incómodo. Fue la mancha de los Juegos , porque en la Villa Olímpica nos lo pasamos muy bien. Y la ciudad me gustó mucho” añade Kendall. La neozelandesa, por cierto, como buena parte de los atletas que estuvieron en Catalunya, siempre que podía intentaba ver a los jugadores de baloncesto de Estados Unidos, el famoso Dream Team. “No dormían en la Villa, estaban en un hotel, pero nos acercábamos para ver si podíamos conseguir una fotografía con Magic Johnson o Michael Jordan, pero no tuve suerte”, bromea.
“Antes de los Juegos no sabía nada de Barcelona, la verdad” explica por correo electrónico, usando un traductor, el surcoreano Hwang Young-Cho, que ganó la medalla de oro del Maratón. “He vuelto, invitado por el Maratón de Barcelona. Fue bonito enseñar a los míos el recorrido de la carrera”. De hecho, pudo andar por los pequeños caminos ya dentro del circuito de Montjuïc, por detrás del MNAC, donde descubrió la nueva realidad de la ciudad. “Había gente bebiendo y haciendo cosas” explica un hombre a quien aquella carrera le cambió la vida. Desde entonces le han hecho incluso estatuas, puesto que fue un triunfo muy emotivo para un estado con tantas heridas como Corea del Sur. Su triunfo fue el primero en el Maratón de un coreano desde aquellos Juegos de Berlín de la esvástica del 1936, cuando ganó Sohn Kee-chung. Como entonces Corea llevaba años ocupada por el Imperio japonés, Kee-Chung participó bajo un nombre falso: Kitei Son. Los japoneses querían hacer ver que el atleta era étnicamente nipón para demostrar la superioridad de su raza y para evitar que el nacionalismo coreano usara sus hitos. Kee-Chung subió al podio cogiéndose la bandera japonesa que llevaba en la camiseta detrás un ramo de flores, mirando al suelo triste cuando sonaba un himno que no era suyo. Un pequeño gesto desafiante del hombre que el 1992 era precisamente el entrenador de Young-Cho en los Juegos de Barcelona. “Fue emocionante, él estaba en el estadio para ver mi llegada. Ahora ya no está (murió el 2002, a los 90 años) pero su recuerdo nos guía” explica el campeón de los Juegos de Barcelona.
“La magia de las Olimpiadas siempre es esta, que en pocos días pasan muchas cosas en muchos deportes. Se unen grandes historias” explica Quinn. “Mi preferida fue en la final de los 10.000 metros femeninos. Fue una gran batalla entre la sudafricana Elana Meyer, que era blanca, y la atleta de Etiopía Derartu Tulu. Al final, las dos acabaron abrazadas, en una imagen muy potente en aquellos años en que por fin parecía que acababa el apartheid, en que la libertad llegaba a Suráfrica”. Parecía que sin Guerra Fría y con el final del apartheid un nuevo mundo unido podía llegar, pero los Juegos del 1992 coincidieron con las nuevas guerras que demostraban que el odio nunca descansa. Y de hecho, todo el mundo hablaba aquellas fechas de lo que pasaba en Sarajevo. “Barcelona supo estar a la altura sin olvidarse de Sarajevo”, defiende Miró.
Los Juegos de Barcelona llegaban en un momento en el que la historia se estaba reescribiendo. Y sirvieron para transformar la vida de aquellos que estuvieron allí. La mayor parte han seguido vinculados al deporte, a pesar de que algunos, como Ferretti, se quejan de que “muchas veces después de tocar el cielo la gente se olvida de ti. No siempre es fácil para los olímpicos lo que vendrá después, puesto que no vivirás una experiencia tan bonita. Mira lo que le pasó a Rollán”, dice en referencia a Jesús Rollán, el portero de la selección española en aquella mítica final, que se quitó la vida unos años después de retirarse, y que tuvo problemas con las drogas.
El deporte siempre sigue caminos difíciles, de hecho, hay muchos grandes campeones que acaban sufriendo problemas y deportistas que no ganan, pero que viven el éxito. Es el caso del británico Derek Redmond, que no ganó nada en los Juegos de Barcelona pero acabó convertido en una de las imágenes más famosas de la cita de ahora hace tres décadas. Redmond era el vigente campeón de los 400 metros libres en los Mundiales y la gran esperanza de la velocidad británica. En las semifinales de esta prueba, sin embargo, al encarar la última curva del estadio Olímpico se lesionó de gravedad. “Me rompí los músculos isquiotibiales. Era una lesión que ya había sufrido antes, y en aquel momento supe que todo se había acabado. Pero decidí acabar la carrera. No quería que en las estadísticas oficiales apareciera que me había retirado” explica. La carrera de Redmond, criado en un barrio duro, en una familia caribeña que había emigrado a Londres, había unido momentos de éxito con lesiones en el momento menos oportuno. El 1988, de hecho, cuando ya era uno de los favoritos para ganar el oro en los 400 metros de los Juegos de Seúl, tuvo que retirarse por lesión. “Por la misma lesión que sufriría después. Así que no quería que apareciera de nuevo que me había retirado, a pesar de que me hacía mucho daño y no podía correr” recuerda. El británico, con lágrimas en los ojos, intentó acabar la carrera cojo, dando saltirones por la pista. Y justo en aquel momento, un espectador burló la seguridad, saltó a la pista y llegó hasta Redmond: era su padre, Jim. “Me dijo que estuviera tranquilo, que me ayudaría. Y no sé cómo supo explicar a los encargados de seguridad que era mi padre. Y así cruzamos la línea de llegada, juntos. Al recibir ayuda, fui descalificado, así que no pudo constar como si hubiera acabado la carrera, pero todo el estadio nos aplaudió” explica. Tan potente fue aquella imagen, que a Redmond le llovieron ofertas de marcas comerciales, fue invitado a un montón de televisiones y desde entonces, aparece a menudo en los medios de comunicación británicos. Incluso ha participado en un reality donde unos cuantos famosos se encierran unas semanas en una casa. “Cuando llegué a Barcelona pensaba que las cosas irían diferente. Pero, mira, los Juegos me cambiaron la vida porque demostré un fuerte espíritu de superación y porque tienes que saber adaptarte con una carcajada a todo lo que te pase”, bromea. Redmond, cómo no, también ha vuelto a Barcelona. Antes con su padre, que murió hace unos años. “La gente nos dio mucho amor en Barcelona. Son cosas que no se olvidan” concluye. Para miles de personas, Barcelona, en el fondo, fueron los Juegos del amor. Cuando parecía que un mundo mejor era posible.