La boxeadora argelina Imane Khelif está sufriendo un ataque y acoso a nivel mundial. Asistimos a la paliza en primera línea. Se analiza su aspecto físico, sus cromosomas, sus hormonas e incluso sus genitales. Hemos convertido a Khelif en un objeto de estudio y nadie está pensando en la persona que este sábado debe volver a competir sabiéndose el centro de todas las miradas. La estamos deshumanizando gracias a una extrema derecha transfóbica a la que le importan una mierda los derechos de las mujeres, la justicia de la competición o la diversidad y complejidad de las personas intersexuales porque lo único que les interesa es promover y esparcir odio hacia las transexuales.
Han logrado justamente lo que querían: que las personas trans sientan que su existencia está más amenazada hoy que ayer. Que perciban más odio, más rechazo, más extrañamiento. Lo han logrado poniendo en la diana a una boxeadora que vive en un país de confesión islámica en el que los derechos de las personas LGBTI ni siquiera están garantizados. Enhorabuena a Donald Trump, a Meloni, a JK Rowling, a Isabel Díaz Ayuso ya toda la turba que ha cocinado y se ha encargado de difundir, con todos los medios a su disposición –incluyendo las redes sociales–, una noticia falsa, una mentira, con el objetivo de seguir persiguiendo y estigmatizando a las personas trans.
¿Cuándo cesará el ataque? ¿Cuántas pruebas y análisis cromosómicos más tendrá que pasar Khelif para que la dejen en paz? ¿Cómo es posible que estemos hablando públicamente de los genitales de una deportista, reduciéndola así a ser únicamente lo que tenga entre las piernas? ¿Desde cuándo el feminismo enfoca su lucha reafirmando los estereotipos de género y el canon estético blanco, por supuesto?
¿Cómo puede que no seamos conscientes de la crueldad, las burlas, la extrema violencia, que estamos ejerciendo sobre una mujer? Y tengo una última pregunta, la más importante: ¿quién está protegiendo a Imane Khelif? Urge una reflexión profunda y el rechazo generalizado, unánime, pero también algo de humanidad. Khelif no es una cuerda de la que estirar, no es una cosa, no es una bandera. Nos estamos olvidando, qué vergüenza, de que es una persona.