Knock Out

Tener una cuenta bancaria: un derecho que las mujeres hace solo 50 años que tenemos

'Knockout'.
Periodista i crítica de televisió
3 min

Este mes de mayo se cumplen cincuenta años desde que las mujeres pueden tener cuenta bancaria propia en España sin tener que pedirle permiso a nadie. Hasta entonces, para llevar a cabo cualquier tipo de actividad económica necesitaban la autorización del marido o del padre. Si tenían que firmar un contrato laboral, administrar sus bienes, aceptar herencias o emprender un negocio, se hallaban sometidas a la restricción de la patria potestad y la figura del cabeza de familia. Pero el 2 de mayo de 1975, una reforma del Código Civil eliminó el consentimiento marital. Ese cambio que suponía una puerta para la independencia de las mujeres no tuvo repercusión. La mayoría no recuerdan que fuera noticia. Quedó constancia en la letra pequeña del BOE, pero en la prensa de la época no hay ni rastro de la noticia. Eso sí, aquellos días, en página entera en los periódicos, encontrabas el anuncio de unos grandes almacenes que invitaba a las chicas a hacer la lista de bodas: "¡Hazte la lista y te casarás enseguida!" Eran listas, pero automáticamente perdían el derecho a administrar su economía. Detrás del silencio mediático estaba el interés por mantener esa forma de dominación.

En 1964, una joven berlinesa de buena familia casada con un empresario catalán no tardó mucho en descubrir que el matrimonio no era como se lo había imaginado. Cuando ya teníados niños de un año y de dos no podía contratar a una señora para la limpieza porque su marido quería que se ocupara ella de la casa. Y si tenía que comprar algo, le tenía que pedir el dinero a su marido. En verano no se podía poner bikini, ni ir sola a la playa. Cuando sus padres fueron a Barcelona a visitarla, los puso al corriente de su situación. En Alemania la ley de igualdad era de 1958. En secreto, consultaron a un abogado. Pero poco podían hacer. Se exponía al riesgo de perder la custodia de sus hijos. Sus padres ni siquiera pudieron abrirle una cuenta corriente a su nombre para enviarle dinero desde Alemania, porque sería su marido quien tendría el derecho a disponer de sus ahorros. En las sucesivas visitas, la madre le llevaba efectivo dentro de un sobre, junto a unas pastillas recetadas por un médico de Berlín que, muy discretamente, la chica se tomaba para no volver a quedarse embarazada.

Cuando las mujeres iban al banco, la primera pregunta que les hacían en la ventanilla era para saber si estaban casadas. No disponer de una cuenta les impedía suscribirse a revistas, matricularse libremente en centros académicos y alquilar un piso. Sin cuenta corriente no tenían derecho a recibir un sueldo oficialmente ni a emanciparse cuando lo deseaban. Años después, en plena democracia, muchas mujeres asalariadas y con trabajo fijo todavía tuvieron dificultades para que se les concediera un préstamo. Se les exigía el aval del marido aunque fuera para comprar un sofá o una lavadora.

Ahora sabemos que todo esto se llama violencia económica. Hay quien todavía desconfía de las mujeres cuando se trata de administrar dinero. De vez en cuando, bancos y cajas se encuentran con algún cliente que prefiere que su asesor de inversiones sea un hombre.

En tiempos de bizums y cuentas de ahorro para niños, mover dinero puede parecer intranscendente. Pero a muchas mujeres acceder a una cuenta bancaria propia, exclusivamente a su nombre, las ayudó a cambiar la percepción sobre sí mismas y conseguir cierta sensación de libertad.

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