Knock Out

Las muñecas Labubu, el nuevo fenómeno absurdo que provoca colas

La fiebre del momento
Periodista i crítica de televisió
3 min

Nuevo fenómeno absurdo que provoca colas en algunas tiendas y que ha colapsado los stocks en plataformas de venta por internet. Las muñecas Labubu, una especie de pequeños monstruos peludos, han tomado el relevo de los Sonny Angels, esos bebés desnudos con gorrito con forma de fruta que se llevan pegados al móvil, al portátil o al retrovisor del coche. Las Labubu tienen orejitas de conejo, unos ojos enormes y una sonrisa que muestra una larga hilera de dientes puntiagudos. Pese a esforzarse en poner cara de traviesas, evidencian una candidez absoluta. Buscan despertar sentimientos de ternura. Los muñequitos los ha creado el artista Kasing Lung y forman parte del universo Pop Mart, que siempre busca este tipo de personajes que provocan una reacción emocional pese a la aparente imperfección. Se ajustan a la estética kawaii, que significa adorable en japonés y que está vinculada a generar respuestas de compasión y cariño. Hello Kitty es, seguramente, el bicho paradigmático de esta corriente. Culturalmente, se ha interpretado el nacimiento de esta estética en los años setenta y ochenta como una reacción a la rigidez social de Japón que ha terminado globalizándose.

En los últimos meses, las Labubu han activado el instinto de posesión de todo tipo de devotos. Pero hay que tener presente que no es un juguete sino un objeto decorativo. También es un estimulador afectivo para generar confort emocional. Las principales clientas son mujeres de entre veinte y cuarenta años, igual que con los Sonny Angels. Crean una especie de fiebre a su alrededor que aún incrementa más la desesperación por poseerlos.

El origen de esta respuesta emocional lo explicó científicamente Konrad Lorenz, uno de los fundadores de la etología moderna. Treinta años antes de ganar el premio Nobel desarrolló su teoría del baby schema vinculada a la psicología evolutiva. Explicó que las características morfológicas infantiles, como tener la cabeza más grande que el cuerpo, los ojos grandes y redondos, la nariz pequeña y la frente ancha, provocaban una respuesta instintiva de protección de los adultos. La percepción de afabilidad extrema induce a los adultos a cuidar de los bebés. De hecho, también ocurre cuando vemos cachorros de mamíferos. La estética kawaii y los personajes de Pop Mart no han hecho otra cosa que reproducir el patrón que describió Lorenz. Y el resultado son colas de más de tres horas en tiendas efímeras que quedan arrasadas en pocos días. En Instagram, las imágenes de esta espera nerviosa sirven de reclamo para hacer más ferviente el deseo de tener una.

Más allá del ingenio estético, los fenómenos culturales y las modas alrededor de estos muñecos, sin embargo, existe esta inercia a estimular el consumo de muñecas infantiles en mujeres adultas, promovido por actrices, influencers y diseñadoras que exaltan sus virtudes emocionales y potencian su función de compañeros afectivos, tiernos y silenciosos. Las emociones se han filtrado dentro del consumo capitalista y comprar estos muñecos tan cute permite comerciar con valores como la nostalgia o la ternura. La socióloga Sharon Kinsella, profesora en la Universidad de Manchester, ha considerado que estas modas son una forma culturalmente institucionalizada de suprimir el poder activo de las chicas. Vendría a ser una domesticación de la disidencia a través de estimular sensaciones como la obediencia o la contención emocional que transmiten estos muñecos. La filósofa y crítica cultural Sianne Ngai, de la Universidad de Chicago, alerta de que el cuteness, lo que es mono, despierta el cariño pero también el deseo de dominación.

Quizás después de profundizar en estos estudios, la cara de las Labubu os parezca un poco más terrorífica que al principio de descubrirlas.

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