Del plumier de madera al estuche de cremallera: ¿cómo ha cambiado el material escolar?
Las modas, los avances tecnológicos y las preocupaciones por la salud de los más jóvenes han transformado el paisaje de escuelas e institutos
Como sabe cualquier persona con acceso a las reliquias familiares, los utensilios de la escuela han cambiado radicalmente en pocas décadas. No sólo por la llegada y hegemonía del plástico por encima del resto de materiales: las modas, los avances tecnológicos y las preocupaciones por la salud muscular y ósea de los más jóvenes han transformado un paisaje escolar que tenía una apariencia muy distinta para las generaciones anteriores. De maletines y plumas en mochilas con ruedas y mesitas, la evolución de los utensilios escolares revela una tensión constante: aliviar el cuerpo y el gasto sin perder funcionalidad. Los objetos cambian, pero la cuestión de fondo persiste: ¿qué recursos necesita un niño para aprender bien y crecer sin sobrecargas, ni físicas ni económicas?
Del maletín a la mochila (con o sin ruedas)
Los jóvenes nacidos en los años cincuenta y sesenta recordarán ir a la escuela con el maletín bajo la axila. El objeto marrón y elegante, de cuero o de imitación, con una solapa y unas vallas metálicas típicamente doradas, acompañó a muchos estudiantes, con la virtud de mostrar de un solo vistazo su interior. Sin embargo, los maletines también suponían un inconveniente: concentraban el peso en un solo lado del cuerpo y mantenían una mano ocupada.
Su progresiva desaparición –o limitación a un sector social de catedráticos y empresarios– le explica en parte la comodidad de su sustituto: la mochila. Pero cabe recordar que no todas las mochilas son iguales. El Canal de Salud de la Generalidad de Cataluña lista un conjunto de sugerencias a la hora de elegirlas y usarlas. Además de la utopía que los niños dejen la mochila bien preparada al anochecer para evitar olvidos, gritos y prisas matinales, recomiendan utilizar bolsas con tirantes anchos, respaldos acolchados y cinturones que se abrochan a la altura del abdomen, que ayudan a distribuir mejor el peso. La Generalitat también recomienda que el bolso se sitúe en la zona lumbar y se lleve con ambas asas, contra la moda que desde hace décadas promulga que es más guay quien lleva la bolsa más baja y sólo en un lado.
Las mochilas con ruedas, que han querido compensar el sobrepeso y han sido un éxito durante los primeros años de este siglo, también pueden tener implicaciones negativas si no se utilizan adecuadamente. Un uso incorrecto de este tipo de bolsa puede sobrecargar más un lado que el otro del cuerpo, y según un estudio deApplied Ergonomics(2019), arrastrar más del 20% del peso corporal altera la cinemática de la marcha.
De la pluma al bolígrafo
Aunque hoy casi todos los niños utilizan bolígrafos o lápices, la pluma estilográfica fue durante mucho tiempo la herramienta principal de escritura en las aulas. En 1827, el rumano Petrache Poenaru patentó una de las primeras plumas con un depósito interno, que aumentaba su autonomía, pero no evitaba los escapes de tinta, con resultados fatídicos para pupitres, libretas y manos. A pesar de su progresiva desaparición, todavía hay quien las reivindica, sea porque no entienden el "peso extra" como algo negativo sino como un elemento que acompaña a la escritura, o bien porque les gusta la estética vintage. Sin embargo, más populares son los bolígrafos Bic, con un modelo que la empresa francesa presume de no haber cambiado desde 1955, y los bolígrafos borrables, que incluyen una goma que borra la tinta –y mucho mejor que las gomas Pelikan.
Del plumier de madera al estuche de cremallera
Un utensilio que es casi imposible de encontrar en las aulas hoy en día son los característicos plumeros de madera con dos compartimentos. Su heredero textil, pero rígido, con cremalleras y bolsillos compartimentados, todavía pervive en las escuelas, especialmente entre aquellos niños y niñas que quieren llevar siempre el máximo de materiales con ellos y el máximo de aseados. Lo habitual es encontrar estuches de tela, blandos y manejables, que se pueden colocar fácilmente en cualquier rincón de la mochila. Unas características que habrían sido impensables para contener las plumas con tendencias ensuciadoras de hace años.
De la guillotina a la sacapuntas
El animal más extraño del ecosistema de los estuches antiguos era probablemente la sacapuntas Puntax, el utensilio con apariencia de pequeña guillotina que servía para afilar los lápices. Hacía punta gracias a un gesto rápido, preciso y peligroso de los usuarios, que ponía en riesgo la punta de los dedos. Hoy, muchas sacapuntas están recubiertas de plástico y tienen una entrada muy estrecha, quizá pensadas para ajustarse con comodidad a la forma de la mano, o bien para impedir que los pequeños comprueben qué ocurre cuando, en lugar de hacer punta a un lápiz, se hacen punta a un dedo.
Del libro físico al digital
La introducción de la tecnología en las aulas también ha supuesto una progresiva sustitución de los libros de texto por sus hermanos digitales. La ventaja es doble: menos peso en las mochilas y, en teoría, menor gasto. Sin embargo, al mismo tiempo implica inconvenientes, que van más allá del debate sobre si las pantallas disminuyen la capacidad lectora de los niños: por un lado, las familias deben asumir el coste de los dispositivos electrónicos en los que los libros aparecen; por otro, no existe un mercado de segunda mano para los digitales, una opción habitual entre los compradores de libros físicos. Según el comparador de precios Idealo, un 30% de las familias compraban material escolar de segunda mano.
El coste económico de la vuelta a la escuela
La transformación de los materiales tiene también un impacto en el bolsillo de las familias. El presupuesto medio para la vuelta a la escuela ha superado este año por primera vez los 500€ por niño, según Idealo. Los libros todavía suponen la mayor parte del gasto: los físicos cuestan de media 366€, mientras que los digitales se quedan en 192€, a los que hay que sumar los gastos de los aparatos electrónicos.