“Dejo el trabajo”
España necesita 109.000 empleados más porque desde hace un año se está produciendo un goteo de gente que deja su puesto de trabajo
“Estoy recuperando a mi madre”. A Lídia Soler le saltaron todas las alarmas cuando su hijo de 15 años le dejó caer esta frase durante el confinamiento domiciliario por el covid : “Me hizo pensar mucho”. Soler, de 54 años, llevaba treinta y dos al frente de una guardería privada de Calella que había cogido cuando solo tenía 20 años: “Siempre digo que fue mi hijo mayor”. Además del chico de 15 años, tiene otra hija de 20 años. Con una artritis reumatoide que arrastra desde hace años y una fibriomialgia diagnosticada hace solo dos, el dolor era cada vez más presente en el trabajo, que siempre pasaba por delante de todo. “Lo único que hacía era trabajar, trabajar y trabajar, y me di cuenta con el confinamiento”. Después de unas semanas con una guerra interna –porque era un trabajo que la entusiasmaba–, le planteó al marido, un ex trabajador de banca ya jubilado, que quería dejar de trabajar.
Los números salían porque tenían la hipoteca de casa pagada, también el local de la guardería, su marido cobraba una buena pensión y podían alquilar la guardería. Comunicó sus planes a la plantilla, formada por cinco mujeres, y planteó la posibilidad de traspasar el negocio a alguna de ellas a coste cero pero con el pago de un pequeño alquiler por el local. Dos de ellas decidieron coger el timón y ahora ya hace un año que Soler dejó el trabajo. “No descarto volver a trabajar más adelante, o estudiar, pero todavía necesito recuperarme”, admite.
En el último año ha habido un goteo de empleados que han decidido abandonar su puesto de trabajo para encontrar uno mejor o, como es el caso de Soler, por agotamiento laboral. Este fenómeno, del cual se habló el año pasado en Estados Unidos y fue bautizado como la Gran Dimisión, podría hacer tambalear el mercado laboral si se descontrolara. Pero en España la misma ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ya afirmó la semana pasada que “no tenía un impacto significativo”. La proporción de vacantes laborales en el Estado se sitúa en un 0,7%. Dicho en palabras de la ministra: “España necesita 109.000 trabajadores más”. Unos puestos de trabajo que se concentran sobre todo en la hostelería y en vacantes altamente cualificadas del ámbito digital y la sostenibilidad. Si se compara con el resto de países de la Unión Europea, con datos de Eurostat, España es el país con una afectación más baja. La media europea supera el 2,5%, y en países como Alemania se ensarta hasta el 3,8%.
Francesc C., de 33 años, trabajaba precisamente de cocinero en un catering cooperativo en Barcelona cuando en abril del año pasado dijo basta y dejó el trabajo. Llevaba tres años en el mismo puesto y, a pesar de que el proyecto lo entusiasmaba, la pandemia y la muerte de un familiar fueron los detonantes para hacer el clic. “Después del confinamiento cada vez teníamos menos pedidos”, explica. Antes de la llegada del covid, entre sus principales clientes estaban sobre todo administraciones públicas, como la Generalitat, ayuntamientos y universidades.
Durante unos meses la cooperativa se reinventó abriendo nuevas líneas de negocio para ir superando los cierres del sector cada vez que aumentaban los casos de coronavirus: hicieron comida para llevar, trabajaron para ONG, etc. “Pero después de tantos meses de cambios necesitaba una estabilidad, y se sumó la muerte de mi tío, que me tocó mucho”. En abril del año pasado el Francesc se alejaba de la cocina para “hacer una reflexión personal” y decidir cómo encararía el futuro. De momento ha vuelto al mundo de la comunicación –es graduado en periodismo– y lo ha mezclado con el ámbito educativo en el que se ha sido formando este último año. Ahora está a punto de terminar un proyecto de talleres críticos sobre publicidad que quiere llevar a las escuelas: “Queremos explicar cómo son las estrategias de persuasión comercial que utilizan las grandes empresas con una mirada crítica”.
Durante este año ha vivido del paro y de la herencia que recibió del tío. Después de esta pausa, ahora ya tiene ganas de abrir la nueva etapa. “La pandemia me afectó muy personalmente, me hizo replantear la vida y me obligó a encarar cosas de mí mismo que no me gustaban. Ahora abro un nuevo episodio que proyecto a cinco años vista, me cuesta mucho imaginarme más allá”, reflexiona.
Pese a la escasa incidencia que está teniendo en España la Gran Dimisión, la ministra de Trabajo anunció la semana pasada que convocaría a la patronal y a los sindicatos para abordar la situación. “No está teniendo el impacto que se dice en las redes de comunicación sociales”, insistió Díaz en uno de los almuerzos informativos que organiza la agencia Europa Press. Una reflexión que también comparte el catedrático en derecho laboral de la Universitat de Barcelona Jordi Garcia. “Estos fenómenos se dan en sociedades que tienen mucha oferta laboral. No es el caso de España, donde hay más de tres millones de personas en el paro”. Sí que se puede dar puntualmente, añade, en algunos trabajos en los que las condiciones laborales son especialmente duras, por horarios o por sueldos bajos. “Antes de la crisis del 2008, por ejemplo, hubo muchos trabajadores del sector de los servicios en comunidades como las Baleares que se pasaron a la construcción porque no trabajaban el fin de semana y los sueldos eran mucho más altos”, ejemplifica.
Aun así, Garcia sí que reconoce que hay un sector pequeño de jóvenes que aspiran a unos requisitos laborales diferentes de los de las generaciones anteriores, como por ejemplo más flexibilidad horaria, conciliación familiar, limitación de horas y teletrabajo.
Enric Corominas, de 25 años, dejó su trabajo en una agencia de marketing en la última semana de abril. Estudió el grado de ciencias de la actividad física y el deporte en la Universitat de Girona porque le gustaba el baloncesto, pero cuando acabó la carrera vio que las opciones laborales se limitaban sobre todo a dedicarse a ser profesor de educación física o trabajar en un gimnasio, y ninguna de las dos opciones le gustaba. Empezó a enviar currículums hacia otro ámbito con el cual también se había ido formando, pero de manera autónoma: el marketing y las redes sociales. Le dieron trabajo en una agencia de Cornellà de Terri, donde empezó haciendo tareas más sencillas y, después de dos años y medio, ya estaba en el departamento de marketing. Como en el caso del Francesc, la muerte de un amigo suyo de la infancia debido a un cáncer le cambió la visión del mundo. “Te das cuenta de que haces una vida con el piloto automático puesto, que acabas siguiendo todos los pasos marcados”, explica.
Hacía un año que le rondaba por la cabeza hacer un viaje, porque casi no ha salido de Catalunya, y a principios de abril planteó a su empresa dejar el trabajo. Ahora ya está preparando su proyecto, que lo llevará a recorrer con el coche que se ha comprado y que todavía está pagando España y Portugal. “Me iré a finales de junio y la idea es volver en octubre, no quiero ir rápido, quiero absorber la cultura de cada lugar”.
Enric vivirá con los ahorros que ha ido guardando durante estos más de dos años que ha trabajado. “Cuando lo piensas da vértigo, pero una vez lo verbalizas y das el paso ya te hace feliz, algo bueno saldrá”. Su objetivo es buscar el equilibrio entre el crecimiento personal y la formación, porque también quiere continuar explorando el mundo de las redes sociales y grabar el viaje. Incluso se plantea, si le sale la posibilidad, de hacer pequeños trabajos online mientras viaja. Sus padres no acaban de entender por qué ha renunciado a un buen trabajo, pero respetan la decisión. “No tengo ni idea de lo que pasará, quiero dejarme llevar”, insiste. Ni a Lídia ni a Francesc ni al Enric nadie les puede garantizar que el paso sea el acertado. Pero es ella quien resume cómo se sienten: “Vida solo hay una, y a menudo nos olvidamos”