El Café de la Ópera, el oasis de la Rambla
El local modernista resiste con precios populares en medio de la masificación turística
Es posible tomar un café por menos de un euro en Barcelona? Seguramente sí, en bastantes lugares todavía, pero no en muchísimos. Se quedará de piedra si le digo que en plena Rambla hay un lugar donde el café vale ochenta céntimos. En el Café de la Ópera, sí, en el histórico Café de la Ópera de la Rambla, 74, el café vale ochenta céntimos.
Andreu Ros Dòria, el propietario de este negocio familiar irreductible, me cuenta una historia genial. Seguramente debe recordar que en 2007 el entonces presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, visitó el programa Tengo una pregunta para usted y un ciudadano le preguntó qué valía un café. Él respondió que unos ochenta céntimos y la respuesta se hizo viral: “¿En qué mundo irreal vive ZP?”, se preguntaban, airados, los críticos. Pues bien, fue su esposa, la cantante de clásica Sonsoles Espinosa, que justo ese año debutaba en el Cor del Liceu con una representación deAida, quien le sugirió la respuesta.
Era el precio –y todavía lo es– del café en el Café de la Ópera, justo ante el Gran Teatre del Liceu. De hecho, hojear hoy la carta del establecimiento es toda una sorpresa. Precios mucho más económicos de lo que el prejuicio puede hacer intuir, sobre todo teniendo en cuenta el emplazamiento y los terroríficos estragos del turismo masificado. Ya sabéis, “la salvajada de los precios turísticos”. La adjetivación no es mía, es de Andreu. Pues bien, un bocadillo de látigo o de salchichón vale 3,70 euros. Uno de calamares o un fránkfurt con patatas fritas, 5,10 euros. Y un bikini con patatas –el sándwich más famoso y pedido en el local–, 4,90 euros. Variedad de platos combinados a precios muy razonables y una ración de sartén que no supera los 15 euros.
Andrés lo tiene claro: pese al lugar privilegiado, a pesar de las exigencias desbocadas del entorno, a pesar de la competencia feroz, la sensatez no debe perderse. Sabe que lo del “de toda la vida” todavía es un intangible que vale la pena tener en cuenta. Un negocio cuidado por su abuelo y por su madre durante tantos años no sería razonable encaminarlo hacia toxicidades coyunturales que les disgustarían profundamente. Hay clientela fiel. Muchos abonados del Liceu, por ejemplo, que aprovechan el descanso para salir volando del teatro, sentarse en la barra del Café de la Ópera y pedir un bikini exprés. Será servido con diligencia y devorado con más diligencia para volver a sentarse a tiempo en la localidad liceísta.
“Somos unos resistentes”, lo tiene claro quién es el encargado gerente desde el año 2001. Trabaja desde 1991. Sólo seis años antes, su abuelo Antoni Dòria, poco antes de morir, va comprar el negocio después de décadas regentándolo en régimen de alquiler, desde 1929, el año inaugural. Durante mucho tiempo Barcelona tuvo una buena nómina de cafés antiguos. Hoy, un tsunami los ha arrasado todos y ha convertido a Ciutat Vella en un paraíso mundial de la gentrificación y la franquicia. El de la Ópera es una rara ancianos, un superviviente.
Sillas y espejos modernistas
Mantiene buena parte de la decoración modernista original, sobre todo gracias a la tozudez de Rosa Dòria, la madre de Andreu, que fue su ama –muy querida y desde 2018 añorada– y que con la importante reforma de 1987 quiso conservar la identidad del local: los cristales y espejos modernistas, la carpintería, los paneles y las molduras. Las sillas del piso de arriba –que sólo se habilita y se utiliza en ocasiones especiales– son las originales Thonet restauradas. Las mesas de mármol y los sillones de mimbre se han ido sustituyendo por un mobiliario que no desentone con el espíritu del conjunto. “A mi abuelo ya le reprochaban que era un demodé”, se exclama Andrés. “¡Tienes que poner un fránkfurt!”, le espetaban. “Suerte que no lo hizo, ¿verdad?”
Andrés nos invita a visitar el piso que toca con el Café. Rehabilitado integralmente, pero nos depara una sorpresa. La estancia conserva la disposición que tenía el café en su origen: chimenea, marquetería y espejos. Nos acompaña Carles –le gusta que le llamen Carlets–, que se considera un mueble más del Café de la Ópera, como parte del decorado, como una columna con barba. Desde finales de los años 60, cuando era una madriguera de la bohemia, launderground y la contracultura. No se puede decir que desde entonces haya venido todos los días, pero casi.
Andreu y Carlets saben la historia de los rincones y las baldosas que pisamos. Las estrellas de la ópera que han comido, cenado, bebido y celebrado. Todas o casi todas, porque pisar el escenario del Liceu ha sido prácticamente sinónimo de sentarse en una mesa del Café de la Ópera. ¡Todas menos la Callas! Cuentan las crónicas que la aglomeración de fans en la calle no le permitió llegar hasta el café. Aglomeraciones también había en la entrada del local, todo el mundo quería entrar. Todo el día a reventar de gente. Andrés tiene la clave. “Piensa que antes teníamos muy poca competencia. En el barrio había otros bares, pero no muchos. Ahora hay a docenas”.