ARTÍCULOS POR EL HOGAR

Las campanas del siglo XVI, las sartenes del siglo XXI

La empresa catalana Castey es, a sus 500 años de historia, la segunda empresa más antigua de España

Elisabet Escriche
5 min
Las campanas del siglo XVI, las sartenes del siglo XXI

¿Qué tienen en común las campanas de la catedral de Gerona, la escultura de más de siete metros que corona el templo del Sagrado Corazón situado en la cima del Tibidabo y las primeras sartenes con mangos desmontables que se comercializaron? La autoría de las tres piezas es obra de la propia empresa: Barberí-Castey. La compañía catalana es la segunda más antigua de España, después de Codorníu, y en sus cinco siglos de vida se ha especializado en fundir campanas y esculturas, y en hacer artículos de menaje del hogar, línea, esta última, en la que se centra su negocio actualmente.

Es difícil determinar cuándo se creó la empresa porque los chaparrones que afectaron a Olot en 1940 y que hicieron que se desbordara el río Fluvià destruyeron su archivo. Las referencias más antiguas sitúan el origen de la fundición en 1544. Los Barberí eran maestros campaneros que venían de la Lombardía. Como hacían sus compañeros de oficio, su trabajo consistía en viajar de pueblo en pueblo para ofrecer sus servicios a los que quería una campana para su iglesia. Cuando terminaban el trabajo se marchaban a otro pueblo en busca de nuevas oportunidades laborales. Uno de esos viajes los llevó a Olot. Pero cuando fue la hora de irse el pequeño de los Barberí se negó porque se había enamorado de una olotina. Los jóvenes se casaron y la familia decidió fijar su residencia en la capital de la Garrotxa. En 1565 abrieron un pequeño taller donde, además de campanas, también hacían algún utensilio de cocina -por las referencias históricas así se intuye.

Ellos son los autores de las campanas de numerosas iglesias de pueblos y ciudades, como la de más de una tonelada que corona el templo del Sagrado Corazón del Tibidabo. De hecho, parte de su obra fue exhibida en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, donde el taller fue premiado con la medalla de oro por la "belleza, perfección y sonoridad" de sus productos.

Durante la Guerra Civil Española muchas de estas campanas fueron destruidas para aprovechar el metal para fabricar armamento. Una vez terminada la guerra los Barberí se dedicaron a fundir nuevas, entre ellas las de la catedral de Girona, silenciadas de noche durante unos meses hace dos años a causa de las quejas de un hotel.

Esta línea de producción la compaginaban con la reproducción de esculturas de bronce, como mínimo, desde el siglo XIX. Por sus manos pasaron, entre otras muchas, la estatua de la República del monumento de Francesc Pi i Margall que había en la antigua plaza del Cinc d'Oros, en el cruce entre el paseo de Gràcia y la Diagonal, o el monumento diseñado por Joaquim Llimona dedicado al que fue alcalde de Barcelona entre marzo y octubre de 1899, Bartomeu Robert -conocido como el doctor Robert-, y que estaba ubicado en la plaza Universitat. Durante el franquismo, tanto la estatua de la República como el monumento al alcalde fueron desterrados en un almacén municipal, donde pasaron más de 40 años. Pero sus creaciones más representativas fueron la imagen en bronce de santa Helena que existe en la catedral de Barcelona -y que el arquitecto Antoni Gaudí definió como "una de las imágenes más bonitas de la ciudad"- y la enorme escultura de bronce que corona el templo religioso del Tibidabo.

El rastro que los Barberí han ido dejando durante estos 500 años llega hasta mucho más allá de las fronteras catalanas. Han reproducido obras como la Conversación Piece, de Juan Muñoz, que pudo verse en Central Park, en Nueva York, o The Miracoulous Fountain, de Jaume Plensa, ubicada en el Henry Moore Museum de Londres. Además, han colaborado con artistas de renombre internacional como Antoni Tàpies, Javier Mariscal, Rosa Serra, además de los propios Plensa y Muñoz.

La tercera pata del negocio, la del menaje del hogar, no está claro cuando la empezaron. Las ollas más antiguas que se conservan datan del siglo XVIII. Las hacían para las masías y casas solariegas y actualmente se venden como antigüedades. Esta línea empezó a sufrir un giro cuando los Barberí dejaron de estar al frente de la fundición. En 1976 Pere Barberí acababa de morir y su hermano, Iu, se había jubilado y no había continuidad en el negocio.

Para evitar el cierre, la familia propuso a un antiguo aprendiz y trabajador, Ramon Castey i Sala, que se hiciera cargo. Aunque la empresa no atravesaba su mejor momento, Castey decidió adquirirla y potenciar inicialmente las líneas de producción de campanas y esculturas porque la demanda de los pucheros había descendido.

Pero en pocos años el nuevo propietario detectó un posible cliente: los pescadores de la Costa Brava. Cambió el barro de las tradicionales cazuelas cóncavas que los pescadores utilizaban para hacer arroz, suquets u otros platos típicos del litoral gerundense por aluminio fundido, que era mucho más resistente. La fórmula funcionó y gracias al boca a boca tanto los pescadores como algunos particulares y pequeños restaurantes empezaron a comprarlos. Hacían las ollas manualmente y los propios trabajadores preparaban los pedidos y los iban a distribuir.

Esta rama del negocio se fue haciendo mayor y la empresa decidió ampliar la gama de cazuelas e incorporar un recubrimiento antiadherente, lo que les conllevó aún más demanda, por lo que Ramon Castey Domínguez, actual propietario e hijo de Castey y Sala, decidió en 1996 crear una nueva empresa centrada exclusivamente en esta línea productiva: Castey. Paralelamente, Barberí seguía fundiendo campanas y esculturas. Sin embargo, esta no fue la primera decisión que tomó el actual propietario. Dos años antes trasladó las instalaciones, que se habían quedado pequeñas, de Olot a Riudellots de la Selva, lo que les permitió abrir más mercado.

La fabricación se hacía en Montfort (Lleida) ya partir de 1997 también en una fundición de Madrid, mientras que el recubrimiento antiadherente -en España hay muy pocas empresas especializadas en esta técnica- se aplicaba en Vitoria.

La década de 2000 es clave para Castey, porque se llevan a cabo una serie de innovaciones tecnológicas. La primera, los mangos desmontables, que diseña Jorge Piense -Premio Nacional de diseño de 1997- y que empiezan a comercializarse en el 2000. La segunda, patentada, llega en el 2002 cuando saca al mercado productos de aluminio que por primera vez son compatibles con las placas de inducción. Y la tercera sale cinco años más tarde: la incorporación a sus productos de asas de silicona. En medio de todos estos cambios van saliendo nuevas colecciones, y en 2005 se empieza a trasladar la producción a China. Esto "permite a la empresa mejorar la competitividad, disminuir costes e incrementar el volumen de negocio", explica la responsable de comunicación de Castey, Marta Ministral.

Durante veinte años Barberí y Castey compartieron sede e instalaciones, pero la última crisis económica fue extremadamente dura para la fundición, que se vio obligada, en el 2016, a cerrar la línea productiva, pero no la empresa, que mantiene su actividad en cuanto a cuestiones administrativas y de propiedad intelectual. Actualmente Castey tiene 12 colecciones distintas.

La última la sacaron al mercado hace pocos meses y se trata de una línea más económica orientada a abrir nuevos mercados. Donde la empresa todavía tiene camino por correr es en la exportación. Solo vende fuera de España un 15% de la producción y sus principales mercados son Francia, Israel, Italia, Inglaterra y Corea del Sur. La puerta de la exportación la abrieron en 1999, cuando participó por primera vez en la feria sectorial internacional que se celebra en Fráncfort. Su objetivo para este 2019 es abrir mercado en los países escandinavos y en Alemania. En cuanto al Estado, tiene previsto inaugurar un nuevo canal de venta en Catalunya, estrategia que de momento no ha querido concretar pero que no pasa ni por ampliar su canal online ni por abrir tiendas propias. La empresa, que cuenta con 25 trabajadores, cerró el 2018 con una facturación de 5 millones de euros -una cifra similar a la de los últimos años- y con más de 250.000 productos vendidos.

A pesar del adiós de la producción de la fundición, el sonido de sus campanas recuerda cada hora en numerosas iglesias que en algún momento de los últimos 500 años en ese pueblo trabajaron los Barberí.

stats