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El millonario inventor del Baix Camp al que Barcelona debe la Pedrera

Josep Guardiola Grau fue un empresario que inventó un idioma, una máquina para limpiar el café y se hizo rico en Guatemala

Josep Guardiola Grau
3 min
  • Comerciante, empresario e inventor

Inventarse un idioma no es algo que se haga cada día, pero ahora hace poco más de 130 años, un millonario catalán residente en Francia decidió emplear su tiempo libre al crear una lengua llamada Orba, claramente inspirada en los principios del esperanto del doctor Zamenhof. Para llegar al momento en que Guardiola, un hedonista en París, se pondría con esa labor colosal, habían tenido que pasar muchas cosas antes.

Nacido en una localidad del Baix Camp, de joven quería ver mundo y como la economía de la familia se lo permitía y con los padres no se acababa de entender, emigró a Inglaterra y después a la costa oeste de Estados Unidos, donde realizó algunos negocios lucrativos. Las discrepancias con los progenitores que le habían llevado a viajar eran principalmente de carácter político, porque en casa eran carlistas conservadores y él tenía inclinaciones republicanas. Además, era caballero y, por tanto, allí no había gran cosa que hacer.

Con el dinero ganado en California en el bolsillo, se trasladó hacia el sur, a Guatemala, donde hizo fuertes inversiones en fincas de café y azúcar. Empezó por la explotación de la caña de azúcar, pero pronto se dio cuenta de que estaba en el lugar perfecto para producir café; de hecho, en aquellos años el país centroamericano se convirtió en el principal productor cafetero del mundo. Además, tuvo suficiente ingenio para diseñar y patentar una máquina que servía para lavar, secar y tostar los granos de café, mucho más eficiente que los procedimientos tradicionales.

La fabricación del aparato la trasladó a Nueva York y la bautizó como "la Guardiola" (no sería la última vez que su apellido tomaría un significado alternativo). Su visión para el mundo de los negocios iría mucho más allá de las commodities con las que se había hecho rico, porque invirtió también en la compañía que construía el canal de Panamá y, según dicen las crónicas, los réditos fueron generosos (es de suponer que esquivó la quiebra, en 1889, de la primera firma encargada del proyecto, la que dirigía Ferdinand de Lesseps). La etapa americana de Guardiola finalizó en 1891, justo cuando estaba a punto de cumplir los sesenta años. Vendió las inversiones en plantaciones de azúcar y café a cambio de una fortuna y se instaló en París, en medio de una vida de lujo.

Alternaba la capital francesa con estancias en Blanes, Barcelona y la casa solariega de la familia en Aleixar (Baix Camp). Por cierto, de América no volvió solo; vino acompañado de una hija mulata, de nombre Lola, que poco después tendrá un papel relevante en esa historia.

El caso es que durante una de las estancias en el Baix Camp conoció a una joven reusense hija de unos comerciantes locales que en ese momento sólo tenía veintidós años (recordemos que él ya sobrepasaba los sesenta). El vínculo entre ambos fue, precisamente, Lola, que era amiga de la futura esposa de su padre, Roser Segimon Artells. Una vez casados, se fueron a vivir a París, donde las rentas de Guardiola daban por continuar con una vida suntuosa, con servicio y viajes exóticos incluidos. El matrimonio duró una década escasa, porque en noviembre de 1901 Guardiola murió víctima de una embolia.

Pero aquí no acaba todo: hay una segunda parte de la historia con referentes que todo el mundo conocerá. Según informaron los medios de comunicación en los días posteriores a la muerte de Guardiola, su herencia se encaramó hasta la cifra fabulosa de quince millones de pesetas, una cantidad exorbitante en aquellos tiempos. Descontado algún importe destinado a obra social, la viuda de Guardiola, Segimon, pudo permitirse una vida mezclada con la burguesía de Barcelona, ​​y es aquí donde conoció a Pere Milà Camps, un señor de derechas con pulsiones espanyolistas que quedó obnubilado por la herencia de la que gozaba Segimon; de hecho, en aquella época la gente se preguntaba, bromeando, si Milán se había casado con la viuda Guardiola o con la hucha de la viuda...

El dinero de Segimon, una vez casada en segundas nupcias con Milán , servirían para cambiar para siempre el perfil de la ciudad de Barcelona, ​​porque el matrimonio adquirió una torre en la familia Ferrer-Vidal que había en la confluencia de la calle Provença con el paseo de Gràcia. La torre no duró mucho más, porque decidieron derribarla y encargarle un proyecto de domicilio nada menos que al arquitecto Antoni Gaudí, en lo que sería el nacimiento de la conocidísima Casa Milà o, popularmente, la Cantera. No deja de ser curioso que la nueva edificación tomara el nombre del marido cuando, como hemos visto, el dinero procedía de la fortuna de Segimon.

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