Italia en la cola de los ‘unicornios’ de Europa
La burocracia y la dificultad para atraer capital extranjero frenan el crecimiento de las ‘start-ups’
RomaEn el mundo poscovid ya no hay que trasladarse hasta Silicon Valley para convertir una pequeña start-up en un unicornio, es decir, aquellas compañías emergentes que tienen una valoración que supera los 1.000 millones de dólares. Un ejemplo reciente es el de Scalapay, que se ha convertido en el primer unicornio italiano después de recaudar 700 millones de dólares en dos rondas de financiación. No obstante, la compañía es una excepción en el mundo de las tecnológicas transalpinas, puesto que la tercera economía de la zona del euro se encuentra en la cola del ranking.
La start-up fundada en 2019 por Simone Mancini, que permite hacer compras a plazos y sin intereses, se ha expandido rápidamente más allá de las fronteras italianas hasta llegar a introducirse con éxito en los mercados de Francia, Alemania, España o Portugal, gracias a una idea innovadora que ha permitido a muchos de sus clientes, principalmente del sector de la moda y del lujo, aumentar casi un 50% sus beneficios.
Hasta ahora el país transalpino había colocado solo a dos empresas en el Olimpo de los unicornios, Yoox y Depop, pero las dos fueron cedidas más tarde a inversores extranjeros. En el primer caso, la sociedad fundada en 2000 por Federico Marchetti se convirtió en Yoox Net-a-porter Group gracias a su fusión con este otro grupo de comercio electrónico. Por su parte, Depop, la plataforma dedicada a la compraventa online de ropa de segunda mano, fue adquirida el año pasado por la firma de comercio electrónico Etsy por más de 1.600 millones de euros. Pero en este último caso, igual que en el hito más reciente de Scalapay, la italianidad de la empresa original fue puesta en entredicho.
Depop nació en 2011 en Treviso, al norte de Italia, pero un año más tarde trasladó la sede a Londres. Scalapay, por su parte, mantiene la base en Milán, donde ocupa a más de 150 trabajadores, pero su sede legal está en Dublín. Y, de hecho, su primer ejecutivo, Simone Mancini, de orígenes italianos, nació, estudió y vivió en Australia hasta los 30 años.
El problema de fondo, según los expertos, no es la italianidad de las start-ups transalpinas, sino que las compañías emergentes italianas encuentran muchas dificultades para convertirse en proyectos atractivos que los permitan crecer y entrar en el selecto club.
Solo la vecina Francia cuenta con 26 start-ups que han superado la valoración de 1.000 millones de dólares. “Y de la comparación con Reino Unido todavía salimos peor parados”, analiza el periodista Daniele Manca. “No es un problema de poca importancia si una nación como Italia, que se considera creativa y capaz de innovar, está tan atrasada en la creación de empresas que representan el futuro”, escribe en el Corriere della Sera.
En teoría, el país transalpino tiene todos los ingredientes necesarios para crear el cóctel perfecto: ventajas fiscales, capital humano y financiación pública. En enero, el ministerio de Desarrollo Económico destinó 2.500 millones de euros para apoyar y fortalecer las inversiones en start-ups y pymes innovadoras para fomentar el crecimiento de un ecosistema de innovación y acompañar los procesos de transición ecológica y digital. Un paquete ambicioso de medidas financiadas, en parte, con los fondos de recuperación europeos.
Más empresas innovadoras
El resultado es que en 2021 crecieron casi un 17% el número de empresas innovadoras respecto al año anterior, más del 75% de las cuales se dedican a la prestación de servicios tecnológicos. En la práctica, sin embargo, solo el 9% superaron los 500.000 euros de facturación a finales de año, mientras que menos del 4% lograron el millón de euros de ventas, según un informe del ministerio de Desarrollo Económico italiano.
A la burocracia, la dificultad para atraer capital extranjero y la carencia de una cultura empresarial innovadora que impide la proliferación de más unicornios italianos se une, según Gianmarco Carnevale, presidente de la asociación Roma Startup, “la hostilidad de gran parte del mundo de la economía y las finanzas tradicionales, que actúa a través de sus lobbies para dificultar el nacimiento en el país de un ecosistema favorable al crecimiento de los unicornios italianos, porque no pueden aceptar que emprender se convierta en un proceso más conectado al talento y al mérito que a contactos políticos. Y al hacerlo –añade Carnevale– esta casta está condenada a morir, porque quizás podrán impedir el nacimiento de la innovación en su casa, pero no podrán impedir el alud de innovación que, desde el exterior, llegará para colonizar lo que todavía es un gran mercado”.