Reabrir un hotel tras quince meses

Un hotelero de Barcelona explica la cara y cruz de la reapertura de su establecimiento con la llegada de los primeros turistas

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Una trabajadora limpia una habitación en el Hotel Lloret de Barcelona

BarcelonaLa puerta de entrada del Hotel Lloret es de aquellas que se abren automáticamente cuando alguien se acerca al umbral, pero se había quedado encallada y no había manera de desbloquearla después de que ningún cliente se le acercara durante más de un año. El hotel está en lo alto de la Rambla de Barcelona, cerca de la fuente de Canaletes, un lugar privilegiado, pero ha estado cerrado durante quince meses por la pandemia. Lunes de la semana pasada reabrió por fin las puertas –después de arreglarlas, claro – y su propietario, Armand Vives, luce desde entonces una sonrisa permanente de oreja a oreja. No puede disimular la alegría que siente. Prevé que el hotel continuará sumando pérdidas, pero confía que la sangría no sea como durante los meses que estuvo cercado. "Es el final de túnel", asegura. El coste de mantenimiento del hotel cerrado era de 45.000 euros al mes.

La puerta automática de la entrada no es lo único que se ha estropeado durante todo este tiempo. Los aparatos de aire acondicionado de veinte de las setenta habitaciones del hotel tampoco funcionan, ni el dispositivo que garantiza la misma presión de agua en todos los grifos. Y esto que, según Vives, estuvieron revisándolo durando los diez días previos a la reapertura del establecimiento. Pero a la hora de la verdad empezaron a fallar cosas. A pesar de que el primer día solo tenían tres habitaciones ocupadas, el segundo ya llegaron a diez y el tercero a las veinte. Ahora la ocupación del hotel oscila entre el 50% y el 60%.

Turistas en el vestíbulo del Hotel Lloret, en Barcelona, esta semana.

De hecho, se ve un cierto movimiento de gente en el vestíbulo del establecimiento: dos clientas que bajan por la escalera, otra que coge el ascensor, dos trabajadoras que pasan cargadas con cubos y fregonas... "Sobretodo han venido turistas de Francia e Italia", dice el recepcionista, Jack Bear, que no puede evitar la tentación de sacarse la mascarilla un instante para enseñar la amplia sonrisa que tiene dibujada en la boca. Él también está feliz de volver a trabajar después de quince meses en ERTE . "Faltan los ingleses, los austríacos, los holandeses", añade, refiriéndose a los clientes habituales que de momento no han aparecido.

Precios bajos

El Hotel Lloret es un establecimiento de una sola estrella, así que no aspiraba a alojar a los congresistas del Mobile. Ni tampoco aspira ahora a recuperar la actividad ni los ingresos que tenía antes de la pandemia, asegura su propietario. Para empezar, diez de los diecinueve trabajadores del hotel continúan en ERTE y el precio de las habitaciones corresponde a las tarifas de la temporada de invierno y no a la de verano.

"Les habitaciones cuestan 60 euros, cuando en verano las cobrábamos a 110 o 120", detalla Vives, pero asegura que no pueden subir más los precios porque los hoteles de tres y cuatro estrellas también están aplicando tarifas inferiores a las estándares y el objetivo es atraer clientela. En definitiva, continúan sumando pérdidas pero, afirma, "abrir era una necesidad psicológica". Los gastos acumulados ya eran demasiados.

Vives ha tenido que vender un piso que su madre tenía en Francia para sufragar el coste de mantenimiento del hotel cerrado, y también solicitó uno de los créditos ICO para hacer frente al covid-19 avalados por el Estado. En concreto, pidió 500.000 euros que se fundió en cuestión de meses y que ahora tendrá que devolver. "Nos han dado dos años de carencia para hacerlo", explica. Sea como sea, tiene el futuro hipotecado.

Comprensión de los clientes

A pesar de esto, lo mejor de todo, asegura, es la comprensión de los clientes. Da igual que la puerta de entrada se encalle, que la presión del agua en los grifos no sea buena o que esta semana no cambiaran las toallas de los lavabos un día porque la lavandería industrial donde las lavan también está trabajando a medio gas y entregan los encargos cuando pueden. "Todos se hacen cargo de ello", dice Vives.

El recepcionista también corrobora que los clientes ahora exigen menos que nunca: "Algunos incluso no quieren que les preparemos las habitaciones para evitar un posible contagio". Por la misma razón ahora el hotel tampoco sirve desayunos y en los pasillos hay letreros que indican que es obligatorio el uso de la mascarilla en las zonas comunes. Porque, sea como fuere, seguimos en pandemia.

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