Cómo China nos ha pasado la mano por la cara en tecnología

Una niña toca la mano de un robot en la Conferencia Mundial de Internet en la ciudad de Wuzhen, China.
22/11/2025
3 min

Esa imagen de China como un país en vías de desarrollo que copiaba, fabricaba productos de mala calidad y no innovaba ya es historia. Hoy, la segunda, o quién sabe si primera, potencia económica mundial es uno de los principales polos de innovación en todos los ámbitos: el tecnológico, el científico y el económico. Sin embargo, lo que más sorprende a todos los turistas y visitantes que en los últimos años han ido al país es hasta qué punto estos avances y transformaciones se han incorporado de forma rápida a la vida cotidiana de la población.

Aunque todavía existen muchas diferencias entre las zonas rurales y las ciudades, la mayoría de los chinos –y estamos hablando de un total de 1.400 millones de personas– están totalmente digitalizados y han incorporado las herramientas tecnológicas en su día a día. No hay, de hecho, dinero físico en circulación, ni tarjetas. Todo funciona a través de aplicaciones de los móviles, tanto para realizar una consulta médica como para dar una limosna a un pobre. Esto, que tiene ventajas desde el punto de vista de la comodidad y del acceso a servicios y posibilidades, tiene también sus inconvenientes. En una sociedad autoritaria y en la que el control del estado es omnipresente, la digitalización facilita mucho el trabajo: permite conocer con mucho más detalle tendencias, qué interesa, qué hace o qué dice la población.

Esta revolución tecnológica ha sido posible gracias a una estrategia dirigida en la que ha habido una planificación estatal a largo plazo para asegurar la transición. Esto incluye ayudas y subvenciones a todos los niveles: a la investigación, a la fabricación ya la compra. También, por supuesto, a la planificación de la energía y su distribución. Por ejemplo, creando macroparques solares en la meseta del Tíbet con cientos de kilómetros de placas solares que, por el clima helado, mantienen mejor una energía que después se distribuye a miles de kilómetros de distancia. Esta energía se transporta con líneas de muy alta tensión hasta, por ejemplo, grandes centros de datos para entrenar la inteligencia artificial, un ámbito en el que los chinos también son líderes.

La estrategia dirigida también se ha focalizado en robotizar las fábricas para reducir el coste de, por ejemplo, los coches eléctricos que están exportando a todo el mundo. Dentro del país, donde el parque automovilístico es todavía una tercera parte (calculado en coches por cada 1.000 habitantes) de lo que hay en España, el crecimiento de los usuarios se ha multiplicado en la última década. Pero lo interesante es que la gran masa de la clase media que ha ido creciendo estos años –se cree que supera de largo los 700 millones, es decir, como toda la población de Europa– ya no ha pasado, en buena parte, por el coche de combustión. Se ha saltado esta etapa y ha pasado directamente al coche eléctrico. De ahí el silencio que sorprende a muchos viajeros europeos cuando pasean por el país.

En estos momentos está claro que para saber lo que nos traerá el futuro ya no debemos mirar (o no sólo) hacia Estados Unidos, sino hacia China. Allí están pasando las cosas que nos acabarán llegando y que tendrán impacto en nuestra vida. Incluso, y viendo cómo van las cosas, esa extraña combinación de capitalismo planificado y autoritarismo digital.

stats