Hay que salvar a la ONU, sin embargo
Después de la Primera Guerra Mundial, y visto la carnicería que fue ese conflicto, los países beligerantes, y otros, fundaron la Sociedad de Naciones como un organismo multilateral que tenía el objetivo de asegurar la paz y la prosperidad mundial. Buenas palabras que no lograron detener ni el ascenso de los fascismos a Europa ni tampoco la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, quedó claro que en el mundo poscolonial, al menos en apariencia, que venía tras el nuevo conflicto, aún más cruento que el anterior, era necesario un organismo multilateral en el que todos los países del mundo tuvieran derecho a palabra. La sede dejó de estar en Ginebra y pasó a situarse en Nueva York, en Estados Unidos. Así, la potencia ganadora de la guerra, que tenía y aún mantiene la hegemonía militar y económica del mundo, acogía a todos en esta sede. Eso sí, el Consejo de Seguridad estaba integrado sólo por las potencias que tenían la bomba nuclear, las únicas con poder de veto.
Esto ha funcionado más o menos así, con más o menos crisis, con más o menos guerras, desde 1946. Ahora, sin embargo, la institución se encuentra posiblemente ante una de sus peores crisis. En todos los niveles. Por una parte, una crisis económica a raíz de la pérdida de aportaciones de los principales donantes, sobre todo Estados Unidos pero también otros países, que hará que tenga que despedir a muchos trabajadores y reducir muchos de sus programas de ayuda y apoyo al desarrollo. Sin embargo, por otra parte, la crisis principal es de legitimidad. Con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la cabeza, se están poniendo en cuestión sus principales objetivos: asegurar la paz y la seguridad y el respeto a los derechos humanos, y el desarrollo.
Ahora mismo no se están consiguiendo alcanzar la paz y la seguridad y existen más conflictos que nunca en los últimos tiempos; incluso se están produciendo, como en Gaza, genocidios que no se sabe cómo detener y que ni siquiera la ONU condena oficialmente. El respeto a los derechos humanos, que parecería lo incuestionable, es, en cambio, lo que sufre la crisis más grave. Toda la guerra cultural de Trump y los suyos ataca directamente los fundamentos de estos derechos, poniendo en cuestión conceptos compartidos hasta ahora como la igualdad, la diversidad y los derechos de las minorías. Los derechos humanos son, para ellos, "cultura woke", y el machismo, el racismo y la xenofobia se consideran valores a defender. En este contexto, el desarrollo no es, para esta ideología neoliberal en auge, un objetivo global, porque no tienen mala conciencia por la explotación colonial de los países más pobres y les da igual lo que les ocurra a los países del Sur Global si sacan beneficio de ahí. detener el hambre y las enfermedades en estos países.
Trump, en su discurso ante la ONU esta semana, clavó otro clavo en el ataúd del multilateralismo, que él quisiera muerto y enterrado, aunque no se puede dar todo por perdido. ahora, el único espacio de conversación en el que los países más pequeños y los más desfavorecidos del mundo pueden hacerse oír.