La maldición de los presupuestos
Desde que Pere Aragonès aprobó sus últimos presupuestos en el 2023 tras una dura negociación con el PSC, parece que las cuentas catalanas están malditas. Primero fue Comuns, que tumbó a los del 2024 y provocó el adelanto electoral y la caída de Aragonès. Luego fue ERC, con Oriol Junqueras recién reelegido como presidente de su partido, quien no dio luz verde a los del 2025. Y el veto se mantiene ahora con los de 2026, en los que lo más caliente está en el fregadero.
En este último caso, el bloqueo se mantiene a la espera de la propuesta que haga la vicepresidenta María Jesús Montero, que también será la candidata socialista en Andalucía, sobre financiación autonómica y al apoyo del PSOE a los cambios legislativos necesarios para que Catalunya pueda recaudar la totalidad del IRPF. Estas son las dos condiciones que ha puesto ERC para sentarse en la mesa y negociar los presupuestos. Incluso en un escenario optimista en el que se cumplan ambas condiciones, estas cuentas difícilmente podrían aprobarse ya en tiempo y forma.
Habrá que esperar, pues, a las próximas semanas para ver si se inicia o no la negociación presupuestaria. Pero, sin embargo, es lícito preguntarse si los partidos no están abusando de la fórmula de bloquear los presupuestos como estrategia política. Se entiende que los partidos intenten siempre sacar el máximo rédito, y que la negociación de los presupuestos es un escenario ideal para conseguirlo, pero al fin y al cabo deben poner el interés general por encima del partidista.
Un buen ejemplo de lo que sería una actuación responsable en este sentido es la que está protagonizando la propia ERC y Comunes en el Ayuntamiento de Barcelona, donde el proceso para aprobar las cuentas se ha puesto en marcha y parece que hay buena voluntad por parte de todos. Es verdad que las administraciones se han acostumbrado y, en cierto modo, se han preparado para funcionar con la mayor normalidad posible sin cuentas, pero eso no quiere decir que no sea una anomalía que obliga a los departamentos a realizar un cierto funambulismo contable e impide desplegar con eficacia todas las políticas que serían necesarias en un momento como el actual.
Cabe señalar que es cierto que la Generalitat puede aprobar suplementos de crédito, que vienen a ser un sustitutivo, pero esta es una fórmula torpe que no permite actuar con total normalidad. Son parches que permiten financiar algunos proyectos concretos, pero no permiten una redefinición global de las finanzas públicas.
Pero si en Catalunya todavía hay alguna posibilidad de aprobar presupuestos, ya que sólo depende de ERC y Comuns, en el gobierno del Estado es prácticamente inexistente, porque tiene que poner de acuerdo a muchos más actores, desde Junts hasta Podem. La posibilidad de que Sánchez no pueda aprobar presupuesto alguno durante este mandato es más real que nunca, y sin duda es una anomalía democrática, pero el PP debería recordar que tiene varios varones sin cuentas por el veto de Vox (Andalucía y Aragón) y que otros, como Isabel Díaz Ayuso, no lo tuvieron durante tres ejercicios seguidos. La fragmentación política ha provocado aritméticas endemoniadas, y quien pierde sin presupuestos siempre es la ciudadanía.