Con la guerra de Ucrania, Donald Trump no lo logra. La ingenuidad del presidente estadounidense y su dependencia de su homólogo ruso, Vladimir Putin, son cada vez más ostentosas y preocupantes. Los hechos son tercos. La guerra no se detiene y el cansancio ucraniano y el desconcierto europeo son tan llamativos como el desparpajo de Moscú.
Este martes, la diplomacia del Kremlin ha desmontado sin demasiados miramientos la cumbre que la Casa Blanca había anunciado que se haría en Budapest de forma inmediata. Nada, se hará. Nueva marcha atrás. El pasado viernes Trump presionó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, con su característica dureza, esta vez, sin embargo, a puerta cerrada en la propia Casa Blanca. No ha quedado claro qué salió de ese encuentro, pero en todo caso Moscú no ha tenido suficiente. Y Washington no ha tenido más remedio que suspender la cita en Hungría.
Este modus operandi comienza a ser un patrón recurrente. Trump se encuentra con Putin, muestran alegremente su sintonía, le compra buena parte del discurso, luego presiona a Zelenski, éste resiste con alguna concesión y con Europa a su lado, ya continuación Putin dice que no le basta y la guerra sigue con toda su crudeza, consolidándose una ligera ventaja rusa y un gran desgaste por parte ucraniana.
El momento más explícito y estelar de esta infructuosa estrategia fue cuando el presidente estadounidense literalmente puso una alfombra roja al ruso a su llegada a Alaska, en territorio estadounidense. Fue un aval simbólico en toda regla a un enemigo histórico. ¿El resultado? Trump salió diciendo que el acuerdo de paz estaba cerca. Esto ocurrió en agosto. Pero estamos en octubre y no sólo no ha habido avances, sino que los ataques sobre el terreno se han intensificado. El optimismo naíf de Trump queda cada vez más en evidencia. En Alaska, Putin simplemente ganó tiempo y legitimidad internacional.
¿Qué ha pasado ahora? Pues más o menos, lo mismo. El jueves hablaron telefónicamente los dos líderes de Washington y Moscú, presumiblemente sobre el reparto del territorio ucraniano. El viernes, un Trump agresivo quiso ablandar a Zelenski. No está claro hasta dónde resistió el ucraniano, pero en todo caso estos días Europa, como siempre en medio de titubeos, ha cerrado filas con Kiiv con un comunicado conjunto con el presidente ucraniano en el que rechazan que Ucrania tenga que ceder toda la región del Donbás antes de sentarse en la mesa de negociación, tal y como pretende en la mesa de negociación. Incluso Polonia ha dicho que detendría a Putin si éste se atreviera a cruzar su espacio aéreo para ir hasta Hungría. La diplomacia made in Trump no está dando resultados con Ucrania. O, mejor dicho, está permitiendo que el ejército ruso vaya ganando terreno. La guerra en Europa se enquista.
Y si esto ocurre en el Viejo Continente, en Oriente Próximo tampoco se puede decir que la pax trumpista para Gaza esté afianzada. De hecho, en Washington existe preocupación ante la posibilidad de que Netanyahu reincida en la rotura del alto el fuego establecido, una posibilidad que este martes el vicepresidente JD Vance ha intentado ahuyentar en su viaje a Israel.