Con la comida nos va el patrimonio, el paisaje y la vida
La cocina, uno de los grandes tesoros de Cataluña
Con la comida nos va el patrimonio, el paisaje y la vida. Cataluña ha ostentado este 2025 el sello de Región Mundial de la Gastronomía. No es de extrañar. Este rincón del mundo tiene un nivel de diversidad descomunal. Haces varios kilómetros y el mismo plato tiene variaciones e incluso otro nombre. Tenemos una historia que ya la quisieran muchos países –el recetario más antiguo en Europa que no sea en latín es en catalán y tiene 700 años: el Libro de Sent Soví– y, por si fuera poco, el talento y artesanía de los mejores restaurantes del mundo en nuestras filas. Desde los más tradicionales a los más disruptivos. Gente de todo el mundo quiere aprender cocina en Cataluña, y te encuentras con grandes cocineros que saben lo que es un mar y montaña. Nuestros mercados son la envidia de cualquiera que nos visita, por la calidad de su producto, por supuesto, pero también porque alimentan el alma. Aparte de hacer de puente entre productores y consumidores, los paradistas son personas en las que confiamos y que tienen la capacidad de vertebrar una comunidad y hacer red.
En el sector vitivinícola catalán, ha habido unos avances tan grandes que hay botellas que se han hecho un hueco en el panorama global y son protagonistas en las listas internacionales de prestigio. Estas botellas, además, tienen unos precios mucho más económicos que las de países vecinos. También nos ocurre con el aceite de oliva, uno de los ingredientes que más nos vinculan con nuestro territorio y nuestra cultura. Y además, es una opción saludable llena de propiedades nutricionales beneficiosas. La fotografía actual nos favorece bastante, pero no todo son flores y violas. Porque lo que hace falta ahora es apuntalar nuestro patrimonio gastronómico de cara al futuro. Los retos son grandes y apremiantes.
Por un lado, la gente está dejando de cocinar en casa. No tenemos tiempo, no tenemos presupuesto para comprar fresco, no sabemos o no lo consideramos una prioridad. El consumo de comida ultraprocesada crece. De hecho, la alimentación es un caramelo muy seductor que mueve mucho dinero. La cifra es importante. La alimentación (y esto incluye tanto al campesino como al supermercado, al comedor de escuela, al hospital o al restaurante) supone cerca de un 20% del PIB catalán. Y eso implica que es necesario tener una buena política alimentaria, porque ya sabemos que si no la haces, te la hacen.
Vivimos tiempo de cambios; por tanto, tiempo de tomar decisiones para decidir qué país queremos ser. El momento es ahora y es una prioridad. Nuestra dieta mediterránea es una de las mejores del mundo. Todo el mundo quiere replicarla porque tenemos evidencia científica de sus increíbles beneficios. Ahora bien, el rodillo de la globalización nos está haciendo perder poco a poco. La juventud consume con los ojos lo que ve en TikTok, ya menudo es lo que está al otro lado del océano y no lo que tiene junto a casa. Conservar los ingredientes es preservar los paisajes, productores, pueblos y nuestra salud. Ahora bien, el eslabón más débil de la cadena es precisamente quien produce los alimentos. Cada vez tenemos menos pescadores, y vamos ganando demasiado forestal en detrimento de los campos. Por tanto, es fundamental conseguir que los que se dediquen al sector primario se ganen la vida. ¿Pagaríamos unos céntimos más por tener una manzana de proximidad? ¿Podemos, a través de la tecnología, mejorar cultivos, su impacto en el medio ambiente y las labores de recolección? Claro que podemos, y éste es uno de los primeros retos. Ayudar a quienes nos alimentan y garantizar que Cataluña tiene pueblos vivos, alimentos con menos huella de carbono y tanta soberanía alimentaria como sea posible.
El segundo reto es fomentar la cultura alimenticia. Una población ignorante es muy fácil enredarla vendiendo dietas milagrosas o supuestos superalimentos que después resulta que ni son tan súpers ni alimentan tanto. Y aquí los medios también tenemos gran parte de responsabilidad. Josep Usall, director general del IRTA, afirma: "El consumidor sigue estando bastante poco informado. Llega tanta información que cuesta mucho entender". Debemos filtrar mejor lo que se publica y garantizar su rigor científico, porque en nuestro país de conocimiento e investigación hay mucho.
Y, finalmente, hay que enseñar cocina a las escuelas. Y a comprar. Hay que empezar por el principio. En una educación que se ha basado en las competencias nos hemos olvidado de una competencia que hacemos tres veces al día: comer. Alguien dirá que antes se aprendía en casa. Es cierto, pero esto ha cambiado, y como sociedad debemos remediarlo para revertir una situación que se nos acerca como una ola que podría barrer nuestra situación de absoluto privilegio.