Territorio

La armonía de colores en el paisaje, receta contra las chapuzas urbanísticas

Paisajistas, artistas y arquitectos trabajan para hacer más amable la coexistencia entre naturaleza y civilización

El volcán de Santa Margarida forma parte del parque natural de la zona volcánica de la Garrotxa.
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GeronaHoteles en primera línea de costa entre pinares y acantilados, ciudades o pueblos atravesando ríos y valles, fábricas y naves industriales en polígonos en las afueras de los núcleos urbanos, o carreteras y vías de tren que atraviesan llanuras de prados y cultivos. En Cataluña, cualquier paisaje, por muy idílico o aislado que sea, siempre contiene, en mayor o menor medida, una intervención humana que define, forma parte y altera de los colores del entorno. Desde el blanco de las puntas montañosas nevadas durante el invierno de los Pirineos, pasando por la carta de azules del horizonte del mar, las tonalidades verdosas de los bosques, o los grises de la cal de las piedras, hasta los óxidos de las arcillas y los metales. Todo está lleno de acciones antropomórficas que, en convivencia con el medio natural, configuran la pauta cromática de cada rincón del país.

Bañistas en la playa del Bogatell con los edificios del Fòrum al fondo.
Un pueblo del Berguedà en una imagen invernal.

Conscientes de que la construcción en el medio es inevitable, paisajistas, artistas y arquitectos trabajan desde hace tiempo para intentar hacer más amable, armónica y placentera esta coexistencia entre naturaleza y civilización. Con una mirada multidisciplinar, proponen, caso a caso, pautas y guías de construcción para amalgamar el color de las obras humanas con los tonos propios del paisaje. Para reflexionar sobre estas cuestiones, este viernes 5 de abril diferentes expertos del sector se reunirán en elEspacio Cráter de Olot durante la jornada El paisaje y el color, organizada por el Observatorio del Paisaje, con la colaboración del Bòlit Centro de Arte Contemporáneo, el Ayuntamiento olotense y el departamento de Territorio de la Generalitat. "El color contribuye a dar carácter a los lugares con los que interactuamos día a día, al tiempo que nos despierta emociones, así que cabe preguntarse cómo podemos servirnos más y mejor del color a la hora de intervenir en cada paisaje" , avanza Pere Sala, director del Observatorio del Paisaje.

El maquillaje como camuflaje

Uno de los ponentes de la jornada es el pintor y paisajista gerundense Ignasi Esteve, que apuesta por "maquillar" las construcciones humanas, no por falsearlas, sino por camuflarlas con una paleta en consonancia con el entorno natural y dar una vistosidad agradable a las arquitecturas que, de entrada, son incómodas a la vista. "Es cierto que maquillar con los colores de la naturaleza puede ser un acto perverso porque significa que aceptamos la construcción, sin embargo, teniendo en cuenta que no se puede poner freno a la depredación continua y la expansión, al menos con el color podemos mitigar el impacto y manifestamos un sentimiento de vergüenza", dice el artista. Y continúa: "El paisaje es un escenario colectivo que nos identifica, un espacio de salud que nos hace sentir bien; por eso cuando detectamos cosas feas nos alteramos y con el arte podemos intentar que las cosas sean más bonitas y agradables ".

Esteve, que actualmente expone una retrospectiva de su obra en la Fundación Fita de Girona, ha trabajado con diferentes ejemplos prácticos de construcciones, mostrando el antes y el después a través de un proceso digital de tratamiento de imágenes, a vista de pájaro o desde un mirador lejano. Pero no hay receta mágica sobre qué carta de color disimula los edificios de forma agradable, ya que la textura, luz, perspectiva, forma o luminosidad aportan matices a cada caso. Eso sí, da algunas pistas: "A menudo funcionan los tonos oscuros de verdes o azules, ya que tienen un cariño de mermar la forma", defiende. Y termina: "En todo caso, la respuesta la da cada lugar, pero no la paleta de los verdes de las plantas, sino sobre todo el de los pies, mirando si el terreno es terroso, oxidado, marrón, ocre o más blanquecino".

El paisaje urbano, también en riesgo de sufrir chapuzas

Ahora bien, no sólo duele a la vista cuando una construcción chapucera y llamativa destaca entre un bosque, sino también cuando, dentro de un conjunto de construcciones urbanas, hay una que desentona respecto al canon del resto. Justo esto es lo que intenta evitar el estudio Gabinete del Color, fundado en 1989 por el arquitecto Joan Casadevall, pionero en el estudio arqueológico de los materiales, estilos, modas y evoluciones que marcan el denominador común de la paleta cromática de una ciudad. En 1992 el estudio recibió el encargo de definir la "memoria cromática" del pasado y presente de Barcelona por la campaña de los Juegos Olímpicos y, desde entonces, han ayudado a configurar los colores históricos de los planes modernos de ordenación municipal de ciudades como Gerona, Lérida, Figueres, Vic u Olot, además de Málaga o Madrid. "Muchas veces tenemos puntos en los paisajes urbanos que nos parecen agresivos y urticantes, así que, con el análisis del cromatismo urbano, intentamos que los arquitectos atenúen sus intervenciones", defiende Casadevall. Y añade: "Algunos creen que pueden hacer lo que quieran y que cuanto más singular y divertida es una casa, mejor, pero corremos el riesgo de la improvisación, de desligarnos de la arquitectura tradicional y perder la armonía". "Casi siempre que queremos cambiar estas reglas acaban apareciendo chapuzas", certifica.

Así pues, según Casadevall, se puede afirmar que cada ciudad tiene un mapa de colores que le es propio, marcado sobre todo por los materiales constructivos del entorno: "La paleta de Barcelona la marca la piedra de tonos cálidos de Montjuïc, ya que todos los enlucidos y estucos de las fachadas históricamente han intentado imitar estas tonalidades, u Olot, por ejemplo, las gredas volcánicas son una característica fundamental, con su tono oscuro y duro, que se utilizan para los sillares o para hacer revestimientos en las casas", defiende Joan Casadevall.

Una vista panorámica de la ciudad de Barcelona.
Una pared de la antigua judería de Ciutat Vella.

El color como activista climático

El color del paisaje no es ajeno a los efectos devastadores de la emergencia climática, ya que, en los bosques de Cataluña, se hace evidente que, por culpa de la sequía extrema, muchos árboles no sobreviven y quedan grises, sin hojas, dibujando un rastro oscuro y preocupante entre las arboledas. Por eso la paisajista y profesora Miriam Garcia defiende que, antes que adaptar las construcciones a los cambios de los colores del paisaje, es necesario plantear acciones para ayudar a las plantas a mantener sus colores de vida: "Los estudios del cambio climático son abstractos y pueden parecer que hablan de un futuro lejano, pero los cambios cromáticos de los árboles por el calentamiento global son muy tangibles, quiero reivindicar el color como un activista climático", dice Garcia. Y afirma: "Hablar del color en términos estéticos y de integración puede ser algo frívolo, ya que para mí ahora mismo el color es una cuestión de salud".

Campos en Caldes de Montbui, donde el paisaje tintado de amarillo puede verse hasta finales de abril.

Más allá de esta cantidad de ramas y hojas secas por la falta de agua en muchos bosques del Mediterráneo, el cambio climático también ha hecho estragos imperceptibles por el ojo humano en la fauna y la flora: "Las flores están cambiando su composición para protegerse de la mayor insolación de los rayos ultravioleta, y eso lo sufren los polinizadores, de ellos dependen los cultivos y el 75 por ciento de especies del planeta", sostiene la profesora. García también trabaja en el despacho Landlab, en Sant Cugat, que diseña mecanismos de ingeniería para mejorar el funcionamiento metabólico de las plantas en la ciudad. Una de sus últimas obras es un jardín de drenaje sostenible en la plaza Enric Granados de Barcelona.

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