Cabaret Pop

Enrique de Inglaterra intenta reponer puentes con la casa real (después de perder un contrato multimillonario)

Esta semana también se ha sabido que, por culpa del machismo de la aristocracia británica, ni él ni su hermano Guillermo podrán heredar la casa en la que está enterrada su madre, Diana de Gales

Los principes Guillermo y Enrique durante la inauguración de una escultura de su madre en el 2021
02/08/2025
5 min

Barcelona"Obras son amores y no buenas razones", habrá pensado el príncipe Enrique de Inglaterra para intentar recuperar el cariño de su familia que tanto se esforzó en perder tiempo atrás. Quizás ahora que le van mal dados –porque económicamente está bastante peor de lo que estaba– ha decidido que no era suficiente con utilizar un lenguaje menos agresivo cuando atendía a los medios y que hacía falta algún gesto para que le empiecen a tener algo menos de rabia desde palacio, al abrigo del cual parece ahora que quiere volver a correr porque le ha dejado de rara sin tener que atender ninguna obligación institucional.

Cuando se supo la semana pasada que Netflix no tenía intención de renovar el millonario contrato que había firmado hace cinco años con él y su esposa, Meghan Markle, ya anticipábamos en esta humilde tribuna dominical que la aproximación a palacio acabaría pasando de forma más ágil. Lo que no habíamos previsto era que la bajada de pantalón sería tan automática. Sólo una semana después de que trascendiera que los resultados de Sussex en Netflix habían sido tan exuberantes como los de Albert Rivera en el despacho de abogados que le fichó tras hundir a Ciutadans, el Daily Mail ha publicado que Enric –que debió de saber desde hacía tiempo que Netflix les pondría en marcha a rodar– ya ha propuesto a Buckingham compartir las agendas de todos los miembros de la familia real con él y Meghan Markle –y viceversa–, para no contraprogramarse cuando realizan actos públicos.

Esto, que parece un movimiento pequeño, tiene un peso muy grande y resulta muy útil para sacar de la luz pública el campo de batalla donde se clavaban los puñales unos a otros. Es decir, pactar agendas les sirve para garantizarse una cierta paz mediática y poder seguir negociando cualquier futuro acuerdo que pueda producirse de manera pausada y alejada de los focos, que siempre entorpecen las negociaciones, sean del ámbito que sean. Para valorar bien el ofrecimiento de Enric, hay que tener en cuenta que contraprogramar a Buckingham era una manera de hacer mucho daño a la Corona, porque le reducía la cuota de pantalla cuando hacía algún acto y, encima, podía utilizar los medios que acudían para criticar a sus familiares.

¿El primer paso de un camino largo?

Por eso, el hecho de poner su agenda en el servicio de palacio –compartir las agendas no se hace en condiciones de igualdad: a nadie le pasa por alto que no habrá actos de palacio que se pospondrán para que él tenga previsto acudir a un photocall...– puede ser visto por el rey Carlos III como un acto de redención –o de rendición– de su hijo pequeño, que podría abonar el terreno para que, en próximas fechas, tal vez haya algún viaje personal/familiar con el que Enrique empiece a intentar restituir su imagen al Reino Unido. Indirectamente, también repercutiría positivamente en la familia real porque, mostrándose compasiva con su miembro más díscolo, parecería más humana, cuya calidad ha sido con frecuencia falta.

Desde el 2020 hasta ahora ha pasado tiempo suficiente para que no penalice políticamente gestionar un acercamiento de Enric y Meghan –o al menos de Enric– con el resto de los Windsor. Es más o menos lo que ha hecho la monarquía española de cara al gran público con el rey Juan Carlos, al que primero hicieron ver que enviaban castigado a Abu Dhabi –cuando en realidad era un seguro de vida fiscal y mediático para todos– y ahora todos gestionan con mucha normalidad sus visitas a España a pesar del currículo que tenemos.

Dicho todo esto, a nadie se le escapa que si no hubiera perdido los 100 millones de dólares que le pagaba Netflix por crear contenido, esa voluntad tan clara de reconciliarse con quien se ha estado criticando durante cinco años en programas de televisión y entrevistas de todo tipo no se planteara ahora mismo. Hay que tener en cuenta que, aparte del contrato con Netflix –cuya cancelación todavía no es oficial, pero toda la prensa especializada mujer por hecha–, también se había quedado sin el contrato que tenía para hacer podcasts con Spotify y, además, ha perdido la batalla judicial con el estado británico para que le siguieran pagando la protección policial con dinero público cuando visitaba el Reino. De hecho, esto último no solo no lo logró, sino que a base de apelaciones acabó siendo condenado a pagar las costas del juicio: 1,5 millones de libras.

Lo que no ha logrado el cariño familiar lo ha propiciado el fracaso económico. Una demostración de falta de talento de uno de sus miembros más destacados por vivir en el mundo real que, finalmente, beneficiará a la institución monárquica, porque quienes todavía quedan en ella parecerán bondadosos acogiendo el descarriado y la gente pensará que merecen ser queridos porque ellos en su casa habrían hecho lo mismo. Lo que quizás no pensará la gente es que lo que están haciendo realmente los Windsor es poner a Enric al abrigo para que no se vea obligado a salir a ganarse la vida criticándoles diciendo cosas aún más gruesas de las que ha dicho hasta ahora: es el único trabajo que ha quedado claro durante el último lustro que sabe hacer correctamente.

La tumba de Diana

Y, ya que hablamos de las desgracias de los hermanos más famosos del Reino Unido, esta semana la prensa británica señalaba que ni Guillermo ni Enrique heredarán la casa donde está enterrada Lady Di. La malograda princesa del pueblo reposa en la finca de Althorp, en el condado de Northamptonshire, a medio camino entre Londres y Birmingham y que pertenece a la familia de ella desde hace más de quinientos años. La mansión y el terreno con los restos de la princesa –dejados en un lago artificial que se construyó como tumba tras el fallecimiento– ya no pasaron a manos de Lady Di y tampoco pasarán a sus hijos, a pesar de que tanto ella como ellos son los miembros más famosos y más ricos de la familia.

Según la norma de la primogenitura masculina que se aplica en la nobleza inglesa, las propiedades históricas de la familia y el título nobiliario que les da nombre –el condado de Spencer– pueden pasar sólo a los hombres. Esto ya hizo que ni Lady Di ni ninguna de sus dos hermanas pudiera quedarse esa propiedad. No se hizo la excepción con la que estaba destinada a ser la reina de los británicos y parece que tampoco se hará con sus descendientes. De hecho, el actual conde de Spencer –tío de Guillem y Enric– tiene seis descendientes y el primer hombre es el cuarto en edad, porque tiene tres hermanas mayores. Para él será, si no cambia la ley, la tumba de la princesa más querida del Reino Unido.

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