BarcelonaLa guerra en Ucrania ha transformado Europa. Polonia, Estonia y Letonia han dado más ayuda per cápita a Ucrania que Estados Unidos. Alemania ha dejado atrás el último tabú de su implicación militar en el exterior con el envío de armamento pesado para el Gobierno de Kiev. Suecia y Finlandia han pedido entrar en la OTAN, y Dinamarca ha decidido, de manera agobiante, acabar con la exención que la mantenía al margen de la defensa europea. “Estamos asistiendo al derrumbamiento de la arquitectura de seguridad europea”, decía el jueves el ministro de Asuntos Extranjeros finlandés, Pekka Haavisto, en la conferencia anual del Chatham House de Londres.
Rusia se ha convertido en un elemento imprevisible que ha empujado a la Unión Europea en general, y a muchos de sus miembros en particular, a repensar su propia seguridad.
Por primera vez en su historia, la Comisión Europea ha decidido utilizar fondos comunitarios para financiar armas para Ucrania y ha cogido las riendas de la coordinación de la inversión europea en defensa para evitar la fragmentación. En la pasada cumbre de Versalles, los Veintisiete decidieron gastar “más y mejor” en el terreno militar. La declaración que los jefes de Estado y de gobierno de la UE firmaron el 11 de marzo ya decía que la agresión rusa a Ucrania “constituía un choque tectónico en la historia europea” y por eso se advertía que la UE asumiría sus responsabilidades para proteger “a los ciudadanos, los valores, las democracias y el modelo europeo”. Esta semana los jefes de Estado y de gobierno de la Unión han aprobado la candidatura de Ucrania y Moldavia a la UE, y la idea de una futura ampliación del club comunitario ha salido del ostracismo donde la mayoría de los líderes europeos lo habían abandonado los últimos años.
La OTAN, pieza clave
La guerra ha resituado nuevamente a la OTAN como una pieza clave para la defensa colectiva de una Europa que se ha sentido amenazada. Pero la autonomía estratégica de la UE se construye más allá de la defensa. La seguridad geopolítica de los Veintisiete no la determinará un poder militar que, por naturaleza, la UE siempre será reticente a desplegar. Por eso la autonomía estratégica europea, tal como la entiende la Comisión, se tiene que garantizar a través de fortalecer la Unión en seis sectores diferentes: energía, materias primas, tecnología, salud, agricultura y defensa.
A pesar de que la guerra en Ucrania ha hecho reavivar la Alianza Atlántica, en un reencontrado escenario de confrontación con Rusia, la UE sabe que su contribución a la seguridad global no la decidirá la fortaleza militar de los Veintisiete, sino su capacidad de actuar como poder económico y civil, y su posición de principal socio comercial con buena parte del mundo.
Mantener la seguridad estratégica de la UE en el fortalecimiento civil y económico ofrece también ciertas garantías de continuidad a esta voluntad de autonomía geopolítica que se está empezando a construir. Y es que la guerra en Ucrania no ha materializado solo el poder de desestabilización y la amenaza de seguridad que representa Vladímir Putin para Europa, sino también la división profunda con la que el mundo asiste a esta confrontación. La batalla de relatos sobre las diferentes responsabilidades en la invasión rusa de Ucrania confirma la pérdida definitiva de la hegemonía occidental a la hora de explicar el mundo.
Una vez pase la urgencia del conflicto, o la unidad entre los Veintisiete empiece a flaquear, las divergencias entre socios europeos seguirán muy presentes: desde las diferentes capacidades entre socios, hasta las contradictorias percepciones de Rusia como amenaza o socio ineludible. Lo que quedará es el esfuerzo de adaptación a la nueva realidad global, a las transiciones tecnológicas y de seguridad climática, y la credibilidad geopolítica de una Unión que haya sabido estar a la altura del desafío que en estos momentos vive el este del continente.