Vuelve la guerra convencional: ¿Qué armas están de moda?
La apuesta por el armamento pesado gana fuerza entre los ejércitos ante posibles conflictos futuros
BarcelonaLa invasión rusa de Ucrania ha puesto punto final a la idea, instaurada desde el final de la Guerra Fría, de que los conflictos armados serían de baja intensidad. Y esta idea tendrá repercusiones directas en el tipo de armamento por el cual apostarán los ejércitos de cara a posibles conflictos del futuro. La guerra orquestada por Vladímir Putin representa un regreso a las guerras más habituales, en las cuales dos o más estados se enfrentaban en grandes frentes –la operación inicial de invasión rusa cubría un frente de más de mil kilómetros, ahora más reducido– y con grandes cantidades de armamento pesado: artillería, blindados, aviación y apoyo naval.
Hasta la caída del Muro de Berlín, los conflictos eran de "alta intensidad, como fueron la Primera y la Segunda Guerras Mundiales y como habría sido una de tercera", explica Pol Molas, presidente de la Sociedad de Estudios Militares (SEM). Con el final de las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y la globalización de los años 2000, se produjo un “cierto optimismo”, puesto que el peligro inminente de choque militar entre grandes potencias se redujo notablemente.
La naturaleza de los conflictos cambió hacia enfrentamientos de ejércitos regulares contra grupos insurgentes con armamento mucho más ligero. Hay ejemplos a chorros: los insurgentes iraquíes, los talibanes afganos, el Estado Islámico, las milicias de Malí y las diferentes facciones que se enfrentan en Libia.
Este cambio de paradigma con el final de la Guerra Fría provocó que la búsqueda en armamento también evolucionara. Como “no había urgencia” para desarrollar nuevas armas que se pudieran introducir en las fuerzas armadas rápidamente, muchos ministerios de Defensa se permitieron “ciertos lujos” o apostaron por crear armamento “excesivamente sofisticado”, indica Molas. “Había un punto de fantasía”, concluye.
Un buen ejemplo es el F-35, el avión de combate desarrollado conjuntamente para las fuerzas aéreas, la marina y el cuerpo de marines de EE.UU., en servicio desde 2015. Pensado para sustituir al F-22, su desarrollo fue acumulando costes y posteriormente críticas, puesto que no tenía las capacidades que se le suponían en el momento de diseñarse. “No hubo necesidad de eficiencia”, dice Molas. De hecho, su precio continúa siendo elevado: entre 78 y 101 millones de dólares por unidad, pero habría acabado siendo mucho más alto si no hubiera sido por la presión del entonces secretario de Defensa, James Mattis.
Además, la alta efectividad de los drones también ha puesto en entredicho el papel de los aviones de combate. Por ejemplo, el dron turco Bayraktar TB2 fue decisivo en la guerra del Alto Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán en 2020, y el norteamericano Switchblade ha sido uno de los envíos estrella de EE.UU. a Ucrania. Además, los drones de reconocimiento permiten obtener información al momento de las posiciones enemigas, lo cual ha aumentado la rapidez de acción de la artillería.
El futuro del tanque
Las entregas de armamento de los países occidentales a Ucrania ponen de manifiesto que las asunciones de las últimas décadas tenían fecha de caducidad. La posibilidad de sufrir guerras convencionales a gran escala, entre fuerzas armadas profesionales de estados enfrentados, “no solo no ha declinado”, sino que es más posible que nunca, opina Molas. De hecho, la ocupación rusa del Donbás en 2014 ya lo puso de manifiesto, igual que la ofensiva sobre Raqqa, en Siria, y Mosul (Iraq) en 2017, con “consumos de munición estratosféricos”, recuerda.
Si las guerras del futuro se tienen que asemejar más a la Segunda Guerra Mundial que a la de Afganistán, todo hace pensar que el uso de armamento pesado será indispensable. No obstante, la invasión de Ucrania ha puesto sobre la mesa el futuro del arma pesada por excelencia: el tanque.
La doctrina militar rusa tiene una gran dependencia del tanque y, de hecho, entre los tanques más utilizados por ejércitos de todo el mundo a menudo hay modelos rusos y soviéticos. Pero la capacidad de estos blindados se vio desbordada por el uso de misiles antitanques portables –como los Javelin norteamericanos– por parte de las fuerzas ucranianas. Rusia ha perdido más de 780 tanques desde que entró en Ucrania el febrero pasado, según la web neerlandesa Oryx, que registra las pérdidas materiales del conflicto.
Esto ha llevado a académicos a poner en entredicho la eficacia del tanque en un momento en el que un pequeño proyectil disparado por un soldado solo a centenares de metros de distancia puede dejarlo fuera de combate. Aun así, otras voces apuntan a que depende del uso que se haga. “El tanque no está muerto, pero es imprescindible que vaya acompañado de armas combinadas”, asegura Molas. Es decir, el tanque puede ser útil siempre que tenga unidades de infantería y artillería, y las apoye simultáneamente. Una columna de tanques sola por una carretera –una imagen muy frecuente en los primeros meses de la invasión rusa de Ucrania– es muy vulnerable, pero, si va escoltada por soldados a pie y tiene apoyo de artillería a mano, disfruta de una gran capacidad de combate y protección.
Un debate similar se produce con el portaaviones. La ausencia de grandes conflictos ponía en entredicho la necesidad de barcos tan costosos y grandes, pero las tensiones entre China y Taiwán han vuelto a hacer valer este tipo de barcos, en particular para EE.UU. Según el presidente de la SEM, el “contexto” de cada país es importante: China quizás no necesita tantos, pero Estados Unidos necesita muchos, porque para este país "cualquier operación es a ultramar" y "no siempre puede disponer de vecinos" que le cedan bases aéreas.